En menos de 30 años, Corea del Sur dejó atrás una economía empobrecida y se convirtió en un referente mundial en tecnología; la receta para ponerse al frente del desarrollo global y los lazos y conexiones con la Argentina
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Una recorrida de apenas diez minutos por Hongdae, uno de los barrios de moda en Seúl, alcanza para corroborarlo: en tres cuadras los negocios de moda coreana se alternan con sótanos de e-gaming, donde cientos de adolescentes entrenan frente a pantallas y aspiran a cerrar contratos de decenas de millones de dólares, como lograron las estrellas coreanas de los videogames Faker o Ninja. En Olive Young, una tienda de cosméticos, las colas de hombres y mujeres para pagar cremas están a tope pero van rápido, porque toda la experiencia de cliente está automatizada al extremo. Lo mismo sucede a media cuadra, en el negocio de cuatros pisos vidriado de Samsung, con celulares y pantallas de última generación que no están mucho más caros que las remeras de Messi del local de Adidas que hay unos metros más adelante.
La escena mezcla capitalismo y futurismo y se condice con el alto poder adquisitivo de una de las diez mayores economías del mundo (con una población apenas por encima de la de Argentina). Y también sintetiza algunos de los ingredientes principales de la increíble historia de Corea del Sur, un lugar que por distintos motivos hoy puede reclamar el cetro de centro gravitacional planetario de la innovación. En la cuadra de Hongdae hay tecnología de frontera, diseño, “soft power” cultural, una energía vibrante y una evolución permanente de la “hayllu” (gran ola) coreana.
Nada mal para un país que hasta 1953 venía de medio siglo de guerras civiles y una invasión japonesa (de 1910 a 1945) que relegó su PBI a un tamaño por entonces similar al de Ghana. En el tablero global de la innovación hay varias sagas de “países cenicientas” que partieron desde cero, sin recursos naturales, y que en pocos años lograron dar “el gran salto” en materia de ingreso per cápita en base a su foco en la economía del conocimiento, como Israel o Estonia. Pero tal vez el caso más icónico en esta categoría sea el de Corea del Sur, que viene liderando los rankings mundiales de innovación y que dedica más dinero que cualquier otro país del mundo a R&D (investigación y desarrollo): 4,5 puntos del PBI.
Para hacer el cuadro más desafiante: el país casi no tiene recursos naturales (importa el 97% de su energía) y su superficie (100.210 kilómetros cuadrados, similar a Chaco) tiene sólo un 30% del suelo no montañoso.
La receta de la innovación coreana tiene muchos ingredientes. Abarca desde una posición de vanguardia en inteligencia artificial (“la” tecnología de 2023) más conocido liderazgo en materia de automatización: Corea del Sur es junto a Japón el país con más robots per cápita del mundo, algo en parte promovido debido a una población que envejece rápidamente y que se está empezando a reducir. En las denominadas “ciencias de la vida” el país tiene centenares de startups y un reconocido liderazgo en medicina de precisión: su manejo de la pandemia fue un caso modelo a nivel global, con pocos contagios gracias a un seguimiento eficiente de los casos y un kit de testeo que se desarrolló en un tiempo récord de tres semanas y que luego se exportó a todo el mundo.
Corea del Sur fue el primer lugar del mundo en desplegar una red 5G comercial, y el Gobierno este año concretó una fuerte apuesta para desarrollar el estratégico mercado de microchips, con una inversión de US$250.000 millones para plantas cuya construcción y desarrollo liderará Samsung.
Metamorfosis
“Aunque muchas personas identifican a la economía coreana con las grandes empresas de celulares, electrodomésticos o los autos, se trata de una estructura que está en permanente evolución”, cuenta a LA NACION la ingeniera e inversora Rebeca Hwang, una argentina-coreana que vive en la costa oeste de los Estados Unidos. “Por ejemplo, ya hace diez años que comenzaron a ganar mucho protagonismo las startups, y esto se intensificó en la pospandemia”, explica.
Tradicionalmente el desarrollo económico surcoreano estuvo muy vinculado a los grandes conglomerados empresariales, los denominados “chaebols”, como Samsung, Hyundai o LG, entre otros. Samsung, por caso, nació en 1938 como un trader de verduras y luego se diversificó a electrónica pero también parques temáticos, construcción de barcos y biomedicina, entre otras áreas. Se estima que esta empresa, la más grande del país asiático, genera un 15% del PBI nacional.
Pero Corea ya tiene más de diez unicornios tecnológicos (empresas con una valuación de más de US$1000 millones), entre las que sobresalen Kakao o Naver. Son compañías basadas en conectividad y digitalización que tuvieron un gran empujón durante la pandemia, y que recibieron más de US$100.000 millones en nuevas inversiones el año pasado, de acuerdo a la firma de research Start Up Alliance.
Pero el surgimiento de empresas digitales de alto crecimiento no es la única novedad de esta “metamorfosis” de la Hayllu Coreana. El otro ingrediente tiene que ver con el emergente explosivo de la “innovación blanda” (soft power) que abarca sectores como el del entretenimiento, la moda, la cocina o el gaming, entre otros.
Los economistas coreanos marcan los inicios de esta tendencia hacia fines de los 90, cuando luego de la crisis asiática de 1997, que obligó a Corea a pedir un préstamo de urgencia al FMI de US$57.000 millones, el gobierno se comprometió a diversificar y darle nuevos bríos a su economía promoviendo de manera estrategia la “economía creativa” y la producción cultural de exportación.
Hay quienes remontan el origen a las Olimpíadas de verano de 1988. Otros a la inspiración de emprendedores como Lee Soon-man, quien, luego de estudiar ingeniería computacional en los EE.UU. en los 80 y de ver el éxito de bandas como los Backstreet Boys se propuso “el sueño de globalizar la música coreana”. Lo cierto es que hoy el denominado K-pop tiene musicales en Broadway y en las principales capitales del mundo y mueve una proporción nada despreciable del PBI coreano: se estima que solo la banda BTS genera US$3500 millones al año para la economía de la península. BTS es hoy la banda número uno en ventas a nivel mundial y genera un nivel de fanatismo tal que se calcula que el año pasado 800.000 turistas fueron a Corea del Sur debido a su amor por la banda.
El día del Kimchi
Un antes y un después en esta historia está marcado por el megahit de 2012 “Gangman Style”, del rapero Psy, que fue el primer video en viralizarse a más de mil millones de usuarios de internet y que tiene en Seúl su propio monumento con las manos gigantes cruzadas como si sostuvieran las riendas de un caballo.
El “poderío soft” incluso entró en la esfera geopolítica: en momentos de tensión con los Estados Unidos y en la relación entre Corea del Norte y del sur, China prohibió a sus ciudadanos consumir K-pop, porque lo considera un arma de dominación cultural. Para un país que fue tantas veces invadido y tiene una historia tan sufrida, resulta una paradoja, y un orgullo a la vez, haber podido “invadir culturalmente” bastiones como EE.UU., donde los adolescentes aprenden coreano y las plataformas audiovisuales globales se pelean por tener la mayor cantidad de K-dramas (series y películas made in Korea) en su oferta de entretenimiento.
Corea del Sur exporta unos US$20.000 millones al año en productos culturales, en una industria que emplea ya casi un millón de personas, según se analiza en el libro El nacimiento del “coolness” coreano: Cómo un país está conquistando el mundo a través de su cultura pop, de la periodista coreana-estadounidense Euny Hong.
“Si vemos ahora las listas de programas más vistos en Netflix y otras plataformas notamos que la demanda por productos audiovisuales coreanos en el mundo y en América Latina en particular es cada vez mayor”, cuenta ahora a LA NACION Jini Hwang, periodista e influencer con cientos de miles de seguidores argentino-coreana. En este rubro los hitos fueron sin duda la película Parasite, de Bong Joon jo, que fue la primera en ganar el Oscar a mejor película en idioma que no sea inglés en 2020, y la serie El Juego del Calamar, que tuvo el récord de bajadas en su primera semana en su plataforma, con un éxito tal que la revista norteamericana Vogue puso en tapa por primera vez a una actriz coreana, Hoyeon Jung.
“La relación argentino-coreana en términos de intercambio está pasando por su mejor momento, hay un boom de comida de este país en Buenos Aires y en otras ciudades”, continúa Jini Hwang, y recuerda que recientemente se aprobó en el Congreso el Día Nacional del Kimchi, un simbolismo para homenajear a la colectividad coreana en la Argentina. Mientras chatea con LA NACION, la influencer se prepara para entrevistar y conectar con sus fans a la banda Epik High, que tocó el 8 de agosto en el barrio de Chacarita. Epik High es una banda pionera del hip-hop coreano, y se considera una gran influencia para BTS.
En el Centro Cultural Argentino-Coreano también hay lista de espera para aprender el idioma de la península asiática. “La música, la industria audiovisual y la cocina son las tres avenidas principales de despliegue de exportaciones culturales, y aquí la argentina tiene muchas lecciones para aprender”, explica Enrique Avogadro, ministro de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires. “Hay una estrategia muy fuerte y eficiente de coordinación privada-estatal, con promoción permanente. Hoy la Argentina está pasando por un gran momento en su producción cultural, con récord de teatros y librerías por habitantes o bandas como Bizarrap al tope de Spotify, que podrían generar externalidades interesantes y más puestos de trabajo en nuestra economía, como ocurre en Corea del Sur”, apunta Avogadro.
Las partes “duras” y “blandas” del desarrollo económico coreano no son compartimientos estancos, obviamente, y la frontera tecnológica y la economía creativa se cruzan todo el tiempo. En el recorrido de LA NACION por la meca global de la innovación aparece, en el barrio de Gangman de Seúl, el edificio futurista de las oficinas centrales de T1, “el Manchester City de los e-sports”, con estadio incluído para streaming.
Recetario selectivo
¿Qué lecciones del “milagro coreano” son aplicables a la Argentina? Sin duda hay mucho para aprovechar en la estrategia de exportación cultural, y también en el ecosistema de startups y de biotecnología. Pero en todo lo demás la extrapolación dista de ser directa: “Querer aplicar el modelo del mal llamado ‘milagro coreano’ en la Argentina sería erróneo si no se tuviera en cuenta el contexto general que enfrentaba Corea del Sur durante su implementación con el régimen autoritario de Park Chung-hee”, cuenta a LA NACION Agustín Menéndez, investigador asociado de Cadal y especialista en Corea.
Menéndez agrega que aquí no hay estructuras empresariales tipo “chaebols” ni sindicatos muy laxos como los que acompañaron el explosivo proceso de crecimiento coreano, que en una generación logró sacar a la mayor parte de la población de la pobreza, pero a costa de destajo, autoritarismo e injusticia social que se ve muy bien reflejada en Parasite o en El juego del calamar.
Por eso el magíster en Economía Urbana y periodista Federico Poore, también experto en Corea del Sur, considera que no se trató de ningún milagro en el que llueve maná del cielo, sino de un camino muy sufrido y escarpado que se dio a costa de sangre, sudor y lágrimas. Y al que las nuevas generaciones, remarca, hoy le están escapando: no quieren saber nada con el compromiso e imperativo de sacrificio de sus padres y abuelos.
Meses atrás estuvo en Buenos Aires el economista estrella coreano de moda Ha-Joon Chang, quien también resalta que la experiencia de “capitalismo tardío” de su país no puede tomarse como un modelo aplicable para Latinoamérica sin beneficio de inventario. Varias particularidades de este enfoque que hoy es muy favorable al libre mercado –como la apertura total a importaciones– se lograron con mucha presencia estatal en el inicio, tras lo cual “patearon la escalera” en la trepada a la prosperidad.
“Hay una tendencia a simplificar esta historia con las lentes locales: los peronistas resaltan la intervención estatal y en Pro la liberalización de los mercados, pero la historia en realidad es mucho más rica y compleja”, destaca ahora Dante Choi, el dueño de Peabody, que llegó de Corea a los 12 años, vivió en Fuerte Apache y pasó sus primeros años en la Argentina como inmigrante ilegal.
Para Choi, la Argentina tiene muchísimo para aprender y beneficiarse de la economía coreana, y en particular de lo que se denomina el “K-management”, o estilo de liderazgo empresarial coreano, muy basado en una política agresiva para ganar y diversificar mercados externos. Y muy identificado con la disrupción radical: el país empezó con tanta desventaja que el “kaizen” japonés de pequeñas mejoras continuas no le alcanzaba para sacar de la pobreza a la población en una generación.
Es paradójico: la Argentina queda literalmente en las antípodas de Corea del Sur: no hay un lugar más lejano en el planeta para ir, y si se cava un túnel en línea recta desde Buenos Aires se llega a Seúl. Y sin embargo, los lazos, interconexiones y puntos en común no dejan de acumularse.
Como ocurre en el océano con las olas, el tamaño y la forma de la “hayllu” coreana va mutando y adaptándose constantemente, permitiendo que otros países la puedan surfear de formas muy distintas.
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