El legado de Warren Buffett. Hora de iniciar la sucesión
A los 90 años el recambio del líder de Berkshire es inevitable; los desafíos que enfrenta Greg Abel como nuevo CEO de la compañía
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A los 90 años, Warren Buffett continúa liderando a Berkshire Hathaway, llevando los tres sombreros de CEO, presidente y jefe de inversiones. Hace años que la cuestión de quién nombrará el celebrado inversor como su sucesor para conducir el conglomerado gigante es tema de chismes en los directorios. El mundo ahora conoce la respuesta, aunque sólo debido a un lapsus linguae de la mano derecha de Buffet, Charlie Munger de 97 años, en la asamblea anual de accionistas del 1 de mayo. Eso obligó a Buffett a confirmar como sucesor en el cargo de CEO a Greg Abel, de 58 años, un lugarteniente depositario de su confianza y que conduce los negocios de Berkshire no relacionados con los seguros.
El modo desprolijo en el que se hizo público el plan de sucesión encaja en un patrón más amplio. Berkshire es una inmensa empresa por acciones, con una valuación en la bolsa de US$645.000 millones y un ejército de inversores minoristas muy apegados.
Sin embargo está estructurada y es conducida prácticamente sin cambios de la manera que cuando Buffett se hizo cargo en la década del ’60. Nunca ocultó su renuencia a retirarse. Una vez bromeó que renunciaría cinco años después de su muerte. Sin embargo Berkshire tiene que hacer cambios para poder mantenerse actualizada y eso incluye tener una nueva persona a cargo.
Eso no significa denigrar a Buffett ni sus logros. En sus 56 años al mando, los ingresos totales de Berkshire han sido el doble de los del índice S&P 500. El puede proclamarse el mayor inversor de valores de la historia. Impuso en Berkshire una admirable cultura basada en la confianza. Las docenas de libros que ha inspirado y que expresan admiración constituyen por sí mismos un subgénero de las ediciones de negocios.
Sin embargo han comenzado a aparecer fisuras. Una de ellas es el desempeño financiero de Berkshire, que ha sido mediocre en la última década. Buffett ha cometido algunos errores costosos, como sus malas apuestas por algunas aerolíneas y por la alimenticia Kraft Heinz. Ha reconocido que pagó demás por adquisiciones, incluyendo por un gran fabricante de partes metálicas que luego tuvo que pasar a pérdida US$11.000 millones. Si no fuera por una valiosa participación en Apple, el cuadro hubiera sido aún peor. Crecen las sospechas de que Buffett ha perdido su toque mágico en la asignación de capital, quizás debido a que, al igual que otros administradores de fondos estrellas, su compañía es demasiado grande como para superar el desempeño del mercado por demasiado margen.
También la dirección de Berkshire necesita repensarse. Por más autonomía de la que disfruten sus divisiones, Buffett aún es el que tiene la última palabra en las decisiones grandes. Tiene acciones especiales que le otorgan gran poder en las votaciones. El directorio está atestado de amigos de Warren; cinco de sus 14 miembros tienen 89 años o más. El hecho de que Berkshire no ha escrito ni divulgado sus políticas respecto de prioridades de los inversores tales como riesgo climático y diversidad es irritante para algunos accionistas, incluyendo grandes instituciones como BlackRock. Cuando los inversores decían que la política corporativa al estilo Buffet era “única” lo exijan un cumplido. Ya no es así.
La falta de transparencia de la compañía encaja mal con estos tiempos también. Berkshire ofrece poco más que los datos que obligatoriamente debe difundir y una ocasional gacetilla de prensa. No tiene reuniones de analistas ni días dedicados a los inversores; ni siquiera tiene un departamento de relaciones con los inversores en funcionamiento. Lo más cercano al escudriño externo que tolera son las tres horas de preguntas amigables de los accionistas, con la conducción de un periodista amable de la cadena televisiva CNBC, en su cónclave anual.
La compañía tiene que empezar a superar estas deficiencias ahora o enfrentarse a un riesgo creciente -cómo sería un intento de inversores activistas por dividir a Berkshire o un choque con los entes regulatorios- cuando Buffett efectivamente se vaya. No hay necesidad de someterse a las formalidades corporativas que tanto odia, aversión que se refleja en su crítica publicada a las métricas y cuestionarios de los activistas por la político corporativa y ambiental de la firma.
Sangre nueva
Sangre nueva y una mayor apertura sería un buen comienzo. Nombrar un sucesor es un primer paso. El siguiente debiera ser reemplazar a los miembros del directorio con nuevos nombramientos. Los inversores deben recibir la información que necesiten para tomar decisiones informadas, incluyendo análisis de qué cosas están creando valor para la firma y las cuestiones impositivas y otras sinergias que justifican mantener intacto el conglomerado.
El mayor interrogante de todos es cuando debe marcharse Buffett. Quizás quiera morir en su escritorio, pero cuanto más se quede tanto más riesgo corre de convertirse en un lastre. La reunión anual de este año dijo que los malos conductores son el mayor riesgo al que se enfrentan las compañías. Los buenos líderes que se quedan demasiado tiempo están muy cerca de serlo también. Buffett ha tenido una carrera maravillosa. Pero ahora que la sucesión se ha divulgado es hora de dar un paso al costado y permitir que el señor Abel arregle lo que no está funcionando.
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