El exjugador argentino de fútbol que emigró a El Salvador, puso una parrilla y cuenta cómo se vive en una economía dolarizada
Nacido en Santa Fe, pasó por Defensa y Justicia y se fue del país hace 36 años; terminó instalado en un pueblo turístico
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Mario Velázquez tenía 20 años cuando dejó la Argentina, guiado por el sueño de jugar al fútbol. Nacido en Sauce Viejo (Santa Fe), pasó por Defensa y Justicia, se probó en Colón de Santa Fe y le surgió la oportunidad de ir a Honduras. De ahí pasó por varios equipos también de Costa Rica y de El Salvador. Ahora, con 56 años, lleva más de 30 viviendo en ese país, en Santiago de María, un pueblo turístico. Hace dos décadas vive de la gastronomía, de La Parrilla Argentina, y hace unos meses sumó una escuela de fútbol infantil.
Después de la pandemia de Covid-19, decidió no reabrir un local para la parrilla. Ahora hace servicios de catering para hasta 2000 personas y, además, sábados y domingo, tiene un puesto de venta fijo que, al igual que en el resto de los días, vende porciones para llevar. El menú más económico cuesta US$6 “y de ahí para adelante, en función de la capacidad económica del cliente”.
La economía salvadoreña está dolarizada desde el 2001 y para Velázquez, después de una transición “dramática”, se “ordenó” y da más “previsibilidad porque no hay inflación”.
Recuerda que la primera vez que fue a El Salvador era 1989: “Llegué cuando había una ofensiva militar contra la guerrilla. Era un miércoles y estuve un mes encerrado en el hotel. Escuchaba las balas, veía las luces de los carros. Venía de Costa Rica. Fue una vivencia muy fuerte. Salí del país y regresé tres años después”.
Asegura que, al regreso, estaba un poco “cansado del fútbol”, porque vivía “del hotel a la cancha y de nuevo al hotel”. Se instaló en Santiago de María, una zona “montañosa, fresca, agradable, a media hora de la playa y con aguas cálidas. Acá solo tenemos dos estaciones, invierno y verano, la diferencia es la lluvia”.
Velázquez tiene cuatro hijos: Ariel y Sharon de su primer matrimonio, de 30 y 28 años, respectivamente, y Arani (17) y Jefrey (15), de su segunda esposa. La Parrilla Argentina -cuyo logo es el gauchito del Mundial ‘78- es un emprendimiento familiar que emplea gente para los servicios más grandes. “Contratamos hasta 40 personas para atender fiestas importantes”, apunta. En la zona hay mucho turismo europeo y estadounidense.
“Por ser argentino, en los equipos donde jugué siempre hacía asado para compartir -describe-. Veía que gustaba. Cuando me retiré me empezaron a llamar para eventos. La gente busca el asado argentino”.
Hace 20 años que asan con brasas y “a fuego lento” lechones, cabritos, costillares de cerdo, lomo de res y hacen también empanadas, sándwiches de milanesa y choripanes. Por supuesto, ofrecen el “clásico chimichurri”. La carne de vaca es importada. Explica que es “muy difícil” conseguir la argentina y, además, es “muy costosa”. Añade que compran en Nicaragua, que es “de buena calidad”.
El hobby de los fines de semana se convirtió en su “oficio y modo de vida”: “Vivimos bien toda la familia”. Para las empanadas usa las recetas de su abuela y de su mamá y para el chimuchurri, la de su papá. “Ahora vamos a hacer los chorizos argentinos, porque mis hermanas me mandaron todo, vamos a sumarlos”, indica.
Velázquez cuenta que, cuando se radicó en El Salvador, “la moneda era la local y después se dolarizó. Fue difícil la situación, dramática al principio, con mucha pérdida de poder adquisitivo. Hoy se niveló, la ventaja del dólar es que no hay mucha inflación, se puede hacer un presupuesto a tres meses”.
Hace dos meses abrió una escuela de fútbol en la que ya tiene unos 80 chicos inscriptos. “Vienen de familias sin muchos recursos, pero es necesario apostar al deporte, a un cambio de ideas, de cultura. Lo hacemos ahora aprovechando que cesó la lucha contra las pandillas juveniles y hay más seguridad”, comenta el argentino.
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