El “chorizo sueco” con chimichurri que fue galardonado en Estocolmo
El argentino Víctor Abreu vive desde hace 45 años en Suecia; hace dos empezó un emprendimiento con su sobrino que fue premiado en festivales gastronómicos
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Aunque le cuesta encontrar las palabras en español, a Víctor Abreu la Argentina lo sigue atrapando. Lleva 45 años viviendo en Estocolmo, Suecia, pero con el recuerdo vivo de los sabores de cómo cocinaba su papá en Buenos Aires. Hace dos años arrancó un emprendimiento gastronómico que es un “boom”: fabrica chorizos.
Abreu dedicó gran parte de su vida a la construcción. Tuvo dos empresas. Y en medio de la pandemia del Covid-19, un sobrino lo tentó para asociarse en un foodtruck. Al final, él terminó liderando la iniciativa, que vende media tonelada de embutidos en ferias y unos 800 sandwiches los fines de semana.
“Soy de Berazategui -cuenta a LA NACION-. A fines de los ‘70 nos vinimos con mis padres a Suecia, un país que me trató muy bien. Llegar de niño abre otras posibilidades, se absorbe el idioma, las costumbres. No soy chef, sí un apasionado de la cocina, y lo hago bien”.
Cuando pusieron en marcha el foodtruck, al principio el negocio iba “regular”, admite Abreu. Pero hace un año y medio inscribieron el emprendimiento en un stand en el Ostfestivalen –“el festival del embutido”- que se hace en Estocolmo. “Fue furor. Vendimos muchísimos choripanes clásicos argentinos”.
Tres meses después, para participar en otro festival, por el “día de la patria”, innovaron con un “chorizo sueco”, que hacieron con pollo, cerveza, provoleta y chimichurri.
Esa participación, donde comercializaron media tonelada, marcó un punto de inflexión, y el carro de “Abreu Foods” se impuso en la ciudad. “Ya empezamos a fabricar in house algunos productos. Los chorizos los hacemos con nuestra receta en una fábrica, porque instalar lo necesario lleva una inversión de alrededor de US$1 millón y todavía es muy temprano para decidirla”, explica.
Además de con su sobrino, en el emprendimiento trabajan dos de sus hijos. Al foodtruck de venta directa al público le sumaron venta a comercios. “Estamos en locales importantes. Llegamos a un restaurante que recién inaugura, que solo sirve embutidos y champagne -precisa Abreu-. Hemos enviado a Irlanda, España, Polonia, Noruega y Dinamarca. La intención es empezar a exportar el ‘chorizo sueco’, que es muy distinto a los que están acostumbrados los nórdicos, tiene otro sabor, que ha gustado mucho”.
Fabrican, sin festivales de por medio, unos 2.000 kilos de chorizos al mes (60% del sueco y el resto del argentino). También preparan provoletas al vacío y chimichurri. En los países nórdicos hay “cultura gastronómica” de salchichas, dice Abreu, “pero mucho de lo que hay es muy industrial”. “Lo nuestro tiene otra textura, otro sabor”.
El carro de los Abreu logró el premio a la “novedad” en una competencia de foodtrucks nórdicos. Un choripán clásico argentino cuesta el equivalente a US$8,50, y el sueco está US$9,50. También los llaman de empresas para hacer servicios gastronómicos con sus productos.
Entusiasmado con el resultado de su negocio, Abreu vio que también hay una oportunidad para promocionar la gastronomía argentina, y está intentando armar una red de emprendedores argentinos en Suecia.
Los nombres de las propuestas de los Abreu remiten todas a la Argentina: Diego, Gaucho, Messias, Tango, Tricampeón y Campeón, por ejemplo. Además de chimichurri, fabrican “chimimayo”.
El segundo fin de semana de marzo se reeditó el festival que impulsó el éxito de los choripanes: “Participaron más de 10.000 personas y la Embajada Argentina nos prestó banderas. Llevamos música, tango. La gastronomía es una buena alternativa para difundir a nuestro país, a nuestra cultura”.
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