El mal silencioso que afecta a la Argentina y se notará más en los próximos años
Cada vez más profesionales deciden emigrar del país o empezar a trabajar para clientes de afuera impulsados por la falta de oportunidades
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Cada persona tiene un capital incorporado, fruto de su experiencia y de sus diplomas acumulados. La Argentina se ha transformado en una licuadora de esas credenciales. El outlet del talento está en niveles subterráneos. Ha ido bajando y bajando, quedando totalmente desfasado de la escala global.
La Argentina cuenta con más de un millón de emigrantes que están radicados en el exterior, cifra que no incluye la segunda o tercera generación de nacidos fuera del país. Según la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos), el país está en el top 30 de las naciones con emigrados de alta calificación.
A diferencia de los emigrantes de 2001, muchos de los que se van no son personas que se quedaron sin trabajo. Gran parte de los que emigran lo hacen para invertir en el exterior, desincentivados de hacerlo localmente por la presión fiscal y la falta de un horizonte más claro.
Todo esto es un gran estímulo para el éxodo, y más teniendo en cuenta que los salarios en el exterior triplican o cuadriplican lo que paga el mercado local. Sin embargo, muchos no desean hacerlo. Algunos han encontrado alternativas, como trabajar para empresas internacionales desde nuestro país. Para ellos surgen otros inconvenientes ligados al ingreso de esas divisas con un sistema que busca olfatear cada partícula de dólar.
Pedro García es uno de los casos que, viviendo en el país, apostó a tener un empleador en el exterior. “A principios del 2020 me fui de intercambio por el MBA a Finlandia, con la idea de generar contactos o levantar el perfil para buscar un trabajo en Europa, un mejor porvenir, y un país más estable. Pero llegó la pandemia en medio de mi viaje y me cortó los planes de la migración tan deseada”. Pedro trabajaba en Despegar, la agencia de viajes online y, durante la pandemia, se hizo cargo de un equipo en Brasil donde tenía que emigrar cuando las condiciones sanitarias fueran las adecuadas.
Sin embargo, una nueva oportunidad cambió sus planes. “En medio de esta locura laboral y personal, me surgió una oportunidad única de trabajar en una industria que me apasiona. A parte de ingeniería, estudié dos años de profesional gastronómico, así que esta oportunidad me permite unir la pasión por la cocina con mi profesión en CookUnity, una compañía que permite acceder a platos realizados por reconocidos chefs a un bajo costo a través de un modelo de suscripción y explotando el concepto de dark kitchen en sociedad con estos chefs”.
Nuevas oportunidades
La aceleración del trabajo online, producto del encierro al que obligó la pandemia, comenzó a ofrecer oportunidades internacionales a muchos profesionales más allá de aquellos que están en el área de sistemas y tecnología. Esto es un problema en países que, como el nuestro, genera buenos profesionales que reciben sueldos irrisorios a nivel internacional. ¿Por qué es un problema? Debido a que muchos, los buenos y los que tienen conocimientos que el mercado necesita, van a preferir venderlos en el exterior trabajando desde donde tengan ganas sin necesidad de ir a la oficina, sufrir un jefe insoportable y que el filtro de ganancias corroa el ya raleado sueldo local.
La gestión de los recursos humanos va a tener que ser un foco relevante en las empresas que no solo compiten localmente por el talento; también lo están haciendo internacionalmente sin necesidad que la gente se mueva de sus casas. En el país, las plataformas de trabajo freelance crecieron. En Workana aumentó 45% el número de inscriptos desde el inicio de la pandemia, contando hoy con más de 355.000 freelancers solamente en el país. El encierro nos permitió reflexionar sobre cómo queremos vivir y con quién queremos trabajar.
En este sentido, la Argentina no es el único país donde las cosas están cambiando. En Estados Unidos explotó la cantidad de gente que se considera “nómade digital”, es decir, aquellos que trabajan de forma remota desde donde quieran hacerlo. En 2019, 7.3 millones de estadounidenses se definía como “nómade digital”. Hoy, ese número ascendió a 15.5 millones.
Volviendo al país, la escasez de talento en algunas áreas, sumada a la deserción de muchos argentinos formados y preparados hacia mejores destinos internacionales, pone a las empresas contra el paredón de tener que repensar la gestión del talento y las compensaciones .
El malabarismo que están haciendo las empresas hoy para permitir generar beneficios que se adapten al vetusto sistema laboral local decepciona a los mismos receptores de los beneficios, que terminan siendo siempre recortados por la guadaña fiscal.
El fenómeno del talento barato opera en las napas a nivel cultural generando una cierta decepción en relación a que los esfuerzos no producen una valoración salarial acorde. Esto desestimula en algunos casos la búsqueda del perfeccionamiento. Esto no es menor, porque horada la noción de meritocracia vinculada al intento por el progreso personal, pero sin dejar de tener en cuenta su conexión colectiva.
Decidir emigrar tiene mucho que ver con los imaginarios simbólicos de éxito. Lo que produce esto a nivel social es un deterioro de las condiciones y expectativas. El problema ya no son sólo los que se fueron. Los que se van producen una fuerza simbólica centrípeta: “es mejor irse porque esos que eran más talentosos que yo, ya se fueron”.
Esto genera una sensación: tener éxito es pasar por Ezeiza. Y licúa aún más al mercado local que aparece como poco apetitoso para los que desean crecer profesionalmente. Se reproduce así el “Efecto Mateo”, descripto por el sociólogo estadounidense Robert Merton, ligado a los fenómenos de acumulación: el país que tiene talentos acumulados importa aún más talento, y el país expulsor se queda cada vez con menos. Irse se transforma en un capital cada vez más preciado.
La política debería estar mirando con mucha mayor atención a estos fenómenos sociales. La Argentina sólo podrá reconstruirse con el talento humano. Si nos quedamos sin él, entonces el futuro será cada vez más negro.
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