Disfruta el silencio
Es tanto más fácil perderse en el ruido que en el silencio. El ruido llega de todas partes, son las bocinas y los colectivos, es el motor de la bomba que sube agua, es el control de la Play, son las notificaciones de las redes sociales, los audios ajenos a todo volumen mientras tomo un café en un bar. Lo confieso: extraño de algún modo el silencio apocalíptico de los primeros meses de aislamiento. No deseo que vuelva ni olvido la gran angustia que nos ocasionó, pero había una quietud casi total que añoro. Disfruto cada vez más del silencio, de las personas silenciosas y de las experiencias donde lo que reina es la ausencia de estímulos sonoros artificiales.
Debe ser por eso que me llevó solo un día leer completo el libro del escritor estadounidense John Biguenet Silencio (2015) que se acaba de traducir y publicar en ka Argentina a través de Ediciones Godot. Nunca había pensado al silencio de tantas maneras hasta ahora. Biguenet se encargó de darle todas las vueltas posibles. El silencio como tortura, el silencio como elección, el silencio de los secretos y el impuesto por un hostigador. La venta del silencio y su función artística, estética y el silencio más absoluto que marea y da náuseas.
Por ejemplo, un silencio a la venta por que el muchos estamos dispuestos a pagar son los VIP en los aeropuertos, que además de los ricos cafés y frutas nos alejan del trajín ruidoso que son las terminales. Biguenet entonces invita a reflexionar. "En general, quienes cobran un cargo adicional por el silencio son precisamente los que han generado el ruido del que queremos escapar". Esta posibilidad de silenciar segrega entre los que pueden y no pueden pagar la calma.
Otra dimensión para valorar al silencio reside en la posibilidad de elegirlo o que este sea impuesto. Las investigaciones que expone el autor muestran consecuencias nefastas a quienes se los obliga a mantener silencio como castigo, algo que aún ocurre en miles de prisiones alrededor del mundo y que Biguenet cuenta que "el silencio profundo como una tumba, es una maquina bien construida que resulta en una pesadilla para el espíritu".
En el otro extrema, el silencio que da claridad mental y que deja aflorar lo esencial, un recurso aun presente en muchas religiones en las que cuando se calla el cuerpo, brota la voz interior.
Pensando en esa voz es muy interesante el planteo sobre la lectura silenciosa. Ahora mismo, al leer esta columna, hay una voz tuya que reproduce cada palabra de esta columna. ¿Acaso eso es silencio? ¿El cerebro lo interpreta como tal o procesa esa voz que no para aunque lo intentes? ¿Leer requiere cierta paz mental? ¿Se puede leer en el medio de la una tragedia? Biguenet cuenta que hay nuevos estudios neurológicos que ponen en duda que la lectura silenciosa sea tal, ya que el cerebro la interpreta como un fenómeno auditivo.
El autor comparte que luego de sufrir una tragedia, que fue perder todo como consecuencia del huracán Katrina junto a su familia, perdió por mucho tiempo la capacidad de leer y que esto le ocurrió a muchas de las personas que atravesaron este fenómeno. El escritor concluye en que "entregarse a la lectura requiere silenciar el yo y cederle la conciencia a un tercero", y que quienes atraviesan enfermedades, tragedias o experiencias que turban los pensamientos se ven muy limitados en la tarea. ¿Tendrá que ver este efecto que señala con la gran pérdida de foco y tiempo de lectura que muchos pospusimos y no pudimos sostener durante el 2020?
Aborda además el silenciamiento, cuando las personas son vulneradas en su expresión y describe cómo son las mujeres las que sufren en mayor medida esto, describe la violación del silencio de la naturaleza en el que ejemplifica con cómo se ha trastocado la vida marina por el ruido de los submarinos, entre otras dimensiones.
Aprendí también que los músicos de jazz tocan sobre los silencios, aunque nosotros no podamos escuchar esas notas inaudibles. Hasta hubo un compositor que incluyó una gran pausa en su lápida. La tumba del compositor ruso Alfred Schnitke en un cementerio de Moscú, está coronado por una piedra en la que figura un silencio grabado debajo de un calderón (signo de prolongación del sonido), con un fortississimo grabado en la parte inferior: un silencio muy, muy, muy largo.
Y sí, como se imaginarán el silencio también nos hace más productivos, pero eso lo hablamos en otra oportunidad. Por ahora, y como escribe Jane Austen en Mansfield Park: "Démonos el lujo del silencio".
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