De los alfajores a la importación de materiales
El fundador de la marca Chocoarroz ahora se asoció en una empresa para traer equipos y maquinarias desde China
A Emiliano Grodzki le pasó lo mismo que a muchas otras personas reconocidas por algún talento. En su primer empleo, su superior le dijo que no servía "ni para espiar". El tiempo le demostró lo contrario.
Pese a sus inicios en el campo de la construcción, Grodzki fue uno de los fundadores de la marca Chocoarroz, que inauguró una categoría de golosinas saludables, y cuyo éxito la puso en el radar de Molinos Río de La Plata. La multinacional argentina de alimentos adquirió la empresa familiar por US$ 15 millones en 2012.
Grodzki fue una pieza fundamental en la etapa de crecimiento de la firma que había creado su madre, Mónica. Al principio, recuerda, era el encargado de repartir las tartas y tortas que ella elaboraba en su departamento de Belgrano para sortear la crisis de 2001, que los había impactado. Luego comenzó a elaborar alimentos saludables bajo la marca Delilight.
Mientras tanto, el joven se aventuró con su mujer a vender muebles en el mercado norteamericano. Clasic and Now tenía un catálogo de estilo atemporal que se vendió allí durante un tiempo, hasta que viró su foco hacia la Argentina donde logró posicionarse equipando hoteles boutique. Pero después de algunos años, el negocio lo aburrió.
Paralelamente, la firma de sus padres crecía. En 2009 empezaron a producir el Chocoarroz. "La idea había surgido en unas vacaciones: mamá vio en una dietética una galleta bañada y pensó en hacer un alfajor, que empezó a poner como colación en las dietas que vendía, y a la gente le gustó." A fin de año ya vendían 500.000 unidades.
Tal era la demanda, recuerda, que no podía seguir dependiendo de los proveedores de galletas de arroz para sostener el negocio. Fue él quien abrió la fábrica con sus hermanos como socios para abastecer a la empresa de la idea revolucionaria que, un año después, logró multiplicar la producción a cinco millones de unidades. En 2011 se acercó Molinos, controlada por el grupo Perez Companc, que un año más tarde se convirtió en propietaria de la empresa.
Antes de que el mayor de los hermanos decidiera alejarse del rubro alimentario hubo otra experiencia familiar: My Urban. Tras la disrupción en el mercado de los alfajores, donde habían alcanzado el 5% del consumo diario de ese producto, se mantuvieron en el ruedo con la nueva marca.
A principios de 2013 incursionaron con un alfajor premium, con un precio accesible a la mitad de la pirámide de consumo. Además continuaron la idea de su madre con una línea de alimentación saludable, comercializada a través de las firmas de Cencosud. Pero la economía local no ayudó, dice Grodzki. "Sólo podíamos contar materia prima al contado y los supermercados nos pagaban a 90 días. No era rentable", dice.
El Grupo Blend se interesó en el valor de la tecnología y los procesos, y compró el segundo emprendimiento familiar. Actualmente, My Urban produce alfajores para la petrolera nacional YPF.
Después de un tiempo sabático, y ante una nueva etapa en el país, Grodzki retomó su actividad como líder de una empresa.
Faceta importadora
Este 2016 arrancó distinto. La oportunidad esta vez surgió en el campo de la importación. Conoció a su socio hace más de una década: Aki Slelatt, quien desde fines de los 80 hace negocios a nivel internacional, con base en la India y China. La firma en la que participa cuenta con operaciones en los rubros textil, de materiales para la construcción y equipamiento, y de materias primas medicinales.
Slelatt ya venía trabajando en la región como proveedor de equipamiento para edificios provenientes de China. Y quiere dar el salto en la Argentina donde, confían los empresarios, vienen tiempos de intensa actividad para la construcción de viviendas e infraestructura. Actualmente, la firma que llamaron Global Material Supplier trabaja con grandes desarrolladores locales, y con Uruguay, Paraguay, Perú, y tienen planes de expansión a Costa Rica. Para 2017 esperan vender más de US$ 10 millones.
"Para que el país funcione tiene que estar sano, sin una intervención sin sentido que hace que las cosas cuesten más de lo que deben costar y que las calidades sean inferiores", dice Grodzki, sin miedo a que se lo tilde de antinacionalista.
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