Convirtieron un hobby en restaurante e impusieron las empanadas y el choripan en la costa italiana
La familia emigró en el ‘89 y se instaló en la región de las Marcas. Un menú “clásico” argentino los posicionó.
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Esther Larragneguy conoció a su marido italiano en la Argentina. Leandro Lunghi había llegado de niño, a los cuatro años, y nunca más había vuelto a su país. En el ‘89, dueño de una empresa constructora pequeña, vio que la economía se complicaba y decidió regresar con su familia.
Hacer asados y empanadas era un hobby, una forma de agasajar a los amigos, y se terminó convirtiendo en la base del restaurante Bella Argentina, en Fano, una localidad italiana en la costa del Adriático. En verano, antes de la pandemia, vendían unas 2000 empanadas semanales e hicieron del “choripán” un clásico.
A la llegada a Italia, Lunghi empezó a trabajar por cuenta propia y, los fines de semana, aprovechaba el jardín de la casa para hacer asados para los amigos. “En pleno invierno solíamos decir ‘hacemos unas empanaditas’ para los chicos y terminábamos con 300 -cuenta Larragnegui-. Para el verano pusimos un gacebo y hacíamos hasta tres asados por día. ‘Pongan un restaurante’, nos animaban y contestábamos ‘ni locos’”.
Finalmente, los convencieron y a mediados de 2000 la familia empezó la construcción de un espacio para el restaurante. Lunghi murió y abandonaron la idea. Larragnegui se hizo cargo de la dirección de la cocina de un hotel y trabajó allí nueve años. “Aprendí mucho de ese movimiento, de la gestión”, dice.
Sus dos hijos mayores le pidieron retomar la idea del restaurante. Ella no estaba convencida porque “estaba tranquila, cómoda”. Asegura que pensó en el “futuro” de sus hijos y avanzaron. Así abrieron Bella Italia.
“Elegimos el nombre porque representa lo que es mi país -agrega-. Tenemos fotos y, en los ventanales, figuras tangueras”. Empezó cocinando ella y su hijo varón se hizo cargo de la parrilla, aunque tiempo después cambió de trabajo.
La demanda los sorprendió: “De entrada nos fue muy bien; los fines de semana llenamos”. El lugar tiene capacidad para 70 personas, incluyendo las mesas afuera. “La carne argentina, el ‘choripan’ y las empanadas son un atractivo”.
El menú que ofrecen es un “clásico” argentino. Las tradicionales empanadas (carne, jamón y queso, humita), pionono relleno (que, apunta Larragneguy, “no existe en Italia”), matambre arrollado, parrilla y, cada tanto, paella. Es que la hicieron una vez y “funcionó muy bien”.
Compran a un importador la carne para el bife de chorizo, mientras que para los cortes con hueso es res italiana, pero la hacen cortar “al modo argentino”. Ellos mismos fabrican los chorizos. “El bife a caballo es muy pedido, un éxito”, señala la mujer. Por supuesto, no faltan los postres con dulce de leche, los alfajores y la pastafrola.
Una ventaja es que en la zona no hay otros restaurantes argentinos; el más cercano está en otra localidad de la costa, a unos 40 kilómetros. Los precios de la carta les permiten ser competitivos; las empanadas rondan los 2,50 euros; los sándwiches de matambre, 10 euros; el “choripán”, nueve y un churrasco con papas, 19. Tienen vinos y cerveza argentinos.
La pandemia, como a todo el sector gastronómico, los golpeó fuerte. Larragneguy señala que pusieron en marcha el sistema de delivery, pero “no fue igual”. “Hubo ayuda del Gobierno y eso ayudó, aunque no cubrió todo permitió seguir adelante -continúa-. Hace unos meses se empezó a volver a la normalidad y el verano empuja las ventas”.
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