Cómo es la historia del argentino que impuso la pizza en porciones en Barcelona
Abrió el primer local en 1982, cuando la venta así no existía. Diego Maradona elegía el local cuando jugaba en esa ciudad
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En 1982 la venta de pizza en porciones no existía en Barcelona. Daniel Cuasnicu, un argentino nacido en Buenos Aires con antepasados moldavos, abrió el primer negocio así en Aribau y Diputación, en el Eixample. La Pizza Nostra sorprendió, los catalanes preguntaban si las pizzas exhibidas en porciones eran “como tortillas” y los argentinos rápidamente se congregaron en el lugar y lo hicieron famoso. Diego Maradona, por entonces jugando en el Barcelona, también lo adoptó.
Cuasnicu había llegado a Barcelona pocos años antes, nunca había tenido relación con la gastronomía y antes de abrir el local fue a Amsterdam que, por entonces, parecía tener “la posta” en la materia. Hace un tiempo él se enfermó y su hija, Laila, se hizo cargo de La Pizza del Born, la sucesora de aquel negocio pionero.
“Cuando fue el Ayuntamiento a habilitar el local los inspectores no entendían nada; preguntaban cómo era que no había mesas; cómo que la gente comería de pie en la barra -cuenta Laila a LA NACION-. Al final no le dieron la habilitación como restaurante sino como charcutería. Hay que pensar que entonces no había nada parecido. Ni Pizza Hut estaba en Barcelona”.
Dice que, de la mano de los argentinos, el lugar era “de onda absoluta; abrió dos más con otros socios” y los catalanes, “como les gusta la marcha” se sumaron rápido. “Mi papá hizo algo astuto que fue adaptar la pizza argentina al gusto europeo, en especial con un poco menos de queso, menos grasa -agrega-. También colaboró que intentó importar queso argentino, pero un componente no estaba aprobado, así que debió usar italiano y español”.
La sociedad se disolvió e inmediatamente, hace 21 años, abrió La Pizza del Born, en el barrio de ese nombre, con calles medievales, negocios de diseño y bares de a decenas. Siempre en sus redes destaca que es pizza argentina “de masa crocante y alta”. Hay 30 sabores para elegir y, antes de la pandemia, vendían unas 700 en los fines de semana más cientos de empanadas, un producto que sumaron hace relativamente poco.
Cuando empezaron con las empanadas las compraban a un productor externo hasta que empezaron a fabricarlas ellos. Laila se hizo cargo hace cuatro años y desde entonces, la venta crece al 30% anual: “Es que decidí que quedaran todo el tiempo; antes se privilegiaba la pizza a determinada hora, pero vi que a muchos que no los convence la masa más alta sí les atraen las empanadas”.
Ni su papá ni ella cocinan (sí suele “montar” algunas cuando hay mucha gente), sí lo hizo su abuela materna, la vasca Ysabel (quien, a los 93 años, todavía la saca de apuro cuando tiene dudas), y el maestro pizzero más antiguo es Jacinto que lleva unos 40 años con la familia. Arrancó a los 18, cuando conoció a Daniel en la calle y el hombre le ofreció trabajo.
“Adoro el lugar; me crié merendando pizzas -dice Laila-. Me hizo mucha ilusión hacerme cargo, lástima que fue por una enfermedad de él; aunque está afectado me llama y me pregunta ‘¿estás yendo a laburar?’”.
Laila viajó a Buenos Aires en un “tour de pizzas”, recorrió “todas las clásicas y comí hasta más no poder”. Al regreso cambió algunas cosas, por ejemplo la cocción de la cebolla para las fugazzas rellenas, que son de las que más se venden.
En pleno Paseo del Born, entre el centro cultural que funciona en el viejo mercado del barrio y la iglesia Santa María del Born, sirven sangría, cervezas y buenos vinos argentinos además de cafés y cortados.
“Siempre explicamos que son pizzas argentinas, tratamos de tener contratados argentinos y al lado de la caja registrado hay una especie de ‘kiosco’ como se usa en la Argentina; es nuestra esencia, nuestro ADN”, reafirma Laila.
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