El plan de Bill Gates para salvar al mundo del cambio climático, la contaminación y las próximas pandemias, según The Economist
"¿Cuántos planetas se necesitan?". Ese interrogante fue planteado por Mahatma Gandhi al pensar en las implicancias ambientales de que la India siguiera el camino de uso intensivo de los recursos para el desarrollo seguido por Gran Bretaña. El interrogante aún tiene resonancias. Como ha dicho el Foro Económico Mundial, un centro de estudios, hay problemas con el "nexo entre los alimentos, la energía y el agua". El calentamiento global es la crisis más alarmante de todas. ¿Cuántos planetas se necesitarían si todos en China vivieran en mansiones y manejaron autos que devoren nafta como lo hacen tantos estadounidenses?
Para algunos magnates la solución es encontrar más planetas. Hace 15 años Elon Musk estaba tan preocupado por el peligro de que el cambio climático hiciera inhabitable la tierra que declaró convencido a este cronista que su objetivo era convertir a la humanidad en una especie multi planetaria. Desde entonces ha estado volcando su fortuna, obtenida con Tesla, su compañía fabricante de autos eléctricos, a construir cohetes cada vez mejores a través de SpaceX. Este mes Jeff Bezos se retiró de la conducción cotidiana de Amazon, un Goliat del comercio electrónico, para dedicar más tiempo a Blue Origin, su emprendimiento de cohetería, que considera su trabajo más importante. La crisis energética que se aproxima, ha declarado, significa que "tenemos que salir al espacio para salvar la tierra".
En cambio Bill Gates, cofundador de Microsoft, tiene los pies firmemente plantados en la tierra. Está tan preocupado por el calentamiento global como esos billonarios, pero en su visión hay un solo planeta que importa. Su nuevo libro, "Cómo evitar un desastre climático", está dedicado a reconciliar las aspiraciones legítimas de progreso económico de miles de millones de personas con el daño ambiental que ello causa. Para que la humanidad gane la carrera entre el desarrollo y la degradación, escribe, se debe acelerar la innovación verde.
Anteriores transiciones energéticas —por ejemplo del carbón al petróleo —tardaron muchas décadas. Pero dada la urgente necesidad de descarbonizar la economía global, dice Gates, "tenemos que forzar una transición que se acelere más allá de lo que sería natural". Quiere que los estados incrementen cinco veces la financiación de las investigaciones climáticas en una década; dando a conocer sus propias inversiones, alienta a apostar a campos tan prometedores pero riesgosos como la energía nuclear avanzada. Las compras de los estados deben ser más verdes (camino seguido por China con paneles solares y autos eléctricos) y la normativa debe ser más verde. Pero el centro de sus argumentos es la introducción de un impuesto al carbono significativo, que se corresponda con los factores externos involucrados en el uso de energía sucia.
Gates no es ni remotamente el primero en hacer estas propuestas. Junto con su estatus como una de las personas más ricas del mundo y uno de los filántropos más generosos, hay dos cosas que hacen que su promoción de las mismas sea más convincente. Primero no es un ambientalista reflexivo. Su apoyo desde hace mucho tiempo a la salud pública y la reducción de la pobreza lo llevó a oponerse a causas verdes poco consistentes como la prohibición europea anti científica de organismos genéticamente modificados. En un capítulo conmovedor señala que los pobres de África aún no han disfrutado de los beneficios de la primera "revolución verde" de las ciencias agropecuarias, que desde la década de 1960 aumentó los rindes agropecuarios y salvó a miles de millones de personas en Asia del hambre; necesitan desesperadamente más de tales innovaciones en la ciencia de los cultivos y en los fertilizantes. Tomó conciencia de la crisis climática cuando se hizo evidente que los indigentes del mundo, que son quienes menos han contribuido a generar el problema, probablemente sean los que más sufran por hambrunas, sequías, el aumento del nivel de los océanos y otros efectos del calentamiento global.
En segundo lugar Gates desde hace mucho es alérgico a la normativa impuesta desde arriba. "Puede parecer paradójico que esté reclamando mayor intervención estatal", reconoce. "Cuando estaba construyendo Microsoft tomé distancia de los funcionarios de Washington". Debido a que instintivamente prefiere los mercados a los mandarines, sus recomendaciones de política tienen más peso que los reclamos habitualmente conocidos hoy en día en Estados Unidos y Europa de cheques en blanco para grandiosos planes verdes. Un impulso cuidadosamente calibrado desde la cima, insiste, producirá un tsunami de inversiones e invenciones del sector privado.
Gran parte de su libro está dedicado a una evaluación deliciosa de los contendientes en la carrera por resolver el problema climático. De acuerdo a la visión de Gates, descarbonizar la electricidad es la "cosa más importante que debemos hacer para evitar el desastre climático". Esto no es solo debido a que la electricidad produce más de un cuarto de las emisiones directas de gas de efecto invernadero por la actividad humana actual, sino porque la energía limpia puede permitir un cambio a un transporte con cero carbono (autos eléctricos). Considera que hacer verde a la industria es más difícil pero señala que hay avances incluso en sectores menos atractivos para la baja del carbono como la producción de cemento y acero.
Misión imposible
Gates también aborda algunos tabúes verdes, que claramente considera valientes, aunque otros detectarán una mentalidad anticuada. Es defensor sin vueltas de la energía nuclear libre de carbono, pese a que la industria no ha resuelto serios problemas de desperdicios y proliferación. Crítica a quienes hacen un fetiche de las tecnologías eólicas y solares, subrayando las limitaciones de la generación intermitente que producen.
Muchos ambientalistas reclaman la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero para 2030. Gates rechaza eso: lo que más importa, contiende, es llegar a carbón "neto cero" para 2050, lo que significaría que todas las emisiones producidas por el hombre se vean compensadas por absorción y secuestro. Provocativamente sostiene que "producir reducciones para 2030 de la manera equivocada podría en realidad impedirnos llegar jamás a cero". Por ejemplo un cambio acelerado del carbón al gas natural suena como algo favorable para el clima, lo que llevaría a una declinación en emisiones del sector energético en una década. Sin embargo impondría la tecnología del gas —que no es libre de carbono —en las redes eléctricas por décadas, bloqueando quizás la adopción de alternativas mejores. "Las cosas que haríamos para lograr pequeñas reducciones hasta 2030 son radicalmente diferentes de las cosas que haríamos para llegar a cero en 2050", insiste.
El aspecto más novedoso de este libro es su mezcla de realismo y optimismo basado en cifras. Gates revela que cuando participó de la cumbre de las Naciones Unidas en París sobre el cambio climático en 2015 tenía serias dudas respecto de la voluntad de la humanidad de acometer esta tarea hercúlea: "¿Podemos hacer esto realmente?" Incluso ahora, luego de argumentar por qué el mundo debe hacerlo y urgentemente, se pregunta si el desafío climático resultará más difícil que poner "una computadora en cada escritorio y en cada hogar".
Es una analogía útil, porque la visión tecno utópica de una Internet global parecía tan imposible de lograr hace unas pocas décadas como ahora resulta la resolución de la crisis climática. Ken Olsen, fundador de la Digital Equipment Corporation, una firma de computación pionera, dijo una vez categóricamente: "No hay motivo por el que alguien querría una computadora en su hogar". Y sin embargo la revolución digital se dio poco después, debido a una feliz convergencia de fuerzas desde arriba e impulsos desde abajo.
Gates quiere la misma combinación para imponer el cambio climático. Reconoce el poder del Estado y la necesidad de cooperación intergubernamental, algo que no se oye a menudo en boca de tecno-libertarios; pero también reclama más ambición verde y más riesgo por parte de inversores cortoplacistas y patrones de empresas. De últimas su libro es un manual básico de cómo reorganizar la economía global de modo que la innovación se concentre en los problemas más graves del mundo. Es un poderoso recordatorio de que si la humanidad ha de abocarse seriamente a resolverlos, debe hacer más por aprovechar el único recurso natural disponible en cantidades infinitas: el ingenio humano.
Traducción de Gabriel Zadunaisky
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