Arte & real estate, alianza ganadora
La fórmula de combinar las dos propuestas no es nueva pero crece sin parar
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Cuando Eduardo Costantini lanzó el proyecto de Malba en San Martín de Tours y Figueroa Alcorta tuvo que enfrentar una guerra sin cuartel con los vecinos y defender el futuro museo, pagado por él, en la Legislatura porteña. Entonces, algunos vecinos conservadores consideraban que sería un bajón para Barrio Parque sumar un edificio de acceso público al exclusivo entorno que tiene una calle redonda llamada Ombú, tal vez la más cotizada de la ciudad.
El desarrollador y coleccionista ganó la pulseada y veinte años después al barrio se lo conoce por el Malba. Parada de colectivo, punto de referencia y un plus de precio para el m2 por la cercanía con el arte.
El fenómeno de la alianza del arte con el real estate no es nuevo, pero crece sin parar. Pionero en la materia fue Jorge Pérez, cubano nacido en Buenos Aires, el mayor developer inmobiliario de Miami, conocido como “Condo King”. Pérez vio que las obras de arte potenciaban el entorno y creaban un valor diferencial. Al desarrollador le gusta el arte desde siempre, tiene una magnífica colección en su casa de Coral Gables, además de haber invertido millones de dólares en el museo de Miami que lleva su nombre, Pérez Art Museum Miami (PAMM).
Con curadores propios, puso en marcha la estrategia de incorporar obras de arte de artistas reconocidos en el lobby, espacios verdes y espacios comunes. Resultados exitosos. Una transferencia de calidad y estatus, o como dice Carlos Rosso, arquitecto graduado en la UBA durante años mano derecha de Pérez: “Los compradores quieren edificios con alma, onda y personalidad. El arte marca el posicionamiento del desarrollo, le da identidad propia y lo diferencia de los otros productos del mercado”, sintetiza Rosso, que ahora tiene su propia compañía en la que aplica el mismo concepto.
En la inauguración de Oceana, el exclusivo proyecto de Consultatio frente a Bal Harbor, Eduardo Costantini compartió el corte de cintas con Jeff Koons, en su momento el artista contemporáneo más caro de las subastas neoyorquinas, autor de dos esculturas con su firma que reciben al visitante en Oceana. Una de ellas, “Ballerina”, estuvo en la terraza de Malba años atrás y fue un imán para visitantes.
En Oceana Puerto Madero, también de Consultatio, el proyecto de arte tiene catálogo propio e incluye, entre otros, los nombres de artistas de la talla de Elba Bairon, Leo Battistelli, Alejandra Seeber y Karina Peisajovich.
Otro modelo es el de Gerardo Azcuy, presidente de la constructora homónima. Creó un premio para diferenciar las torres que construye en su territorio: Caballito. El valor agregado es este bien promocionado premio que va por su cuarta edición. Está asociado con el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires y tiene el know how de su directora Victoria Noorthoorn y de sus curadores en el concurso que define el premio.
Diego Bianchi, Adriana Bustos, Fabian Bercic y Hernán Soriano, son hasta hoy los ganadores del premio que otorga $2 millones para el desarrollo de una obra concebida para el edificio. Este programa, mantenido en el tiempo con enorme entusiasmo, promueve la experiencia del arte como un hecho cotidiano, al tiempo que crea valor.
En este sentido, pionero del arte como valor agregado fue Alan Faena, cuando en medio de la crisis de 2001 contrató al cotizado diseñador francés Philippe Stark para el diseño de los interiores del Hotel Faena de Puerto Madero, en un antiguo edificio ladrillero. Un éxito. Faena, que es también coleccionista, trasladó la idea a su hotel de Miami sobre Collins Av. Y fue todavía más lejos. Con el expertise de Ximena Caminos, su mujer entonces, encargó un centro de arte a Norman Foster, el laureado arquitecto británico, que se levanta justo al frente. El lobby del Faena exhibe frescos espectaculares pintados por Juan Gatti , diseñador argentino radicado en España, famoso por sus diseños para Almodóvar. Todos jugadores en primera. Solo como dato: camino a la playa se exhibe un esqueleto dorado de Damien Hirst, el díscolo del arte británico, y un horno de barro del tucumano Gabriel Chaile (comprado antes de su triunfo veneciano).
Pegada al hotel se levanta una torre de pisos residenciales, condos fuera de serie, que en su momento se comercializaron a precios récord. Algo tuvo que ver la marca identitaria del arte en la promoción de esa torre, hoy icónica.
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