Argentino en Alemania: vivió la caída del Muro, trabajó sin documentos y ahora lidera el restaurante argentino más grande de la ciudad
Fausto Cañete llegó a Berlín en mayo de 1989, cuando la ciudad estaba dividida; nació en Entre Ríos, llegó al país junto a su pareja y desde 2005 tiene un emprendimiento personal, donde cocina y vende productos típicos argentinos
- 6 minutos de lectura'
Los 65 años en la vida de Fausto Cañete describen un recorrido lleno de historia. Nacido en Entre Ríos y criado en Buenos Aires, llegó a Berlín cuando todavía el muro abría una grieta en la ciudad y hace casi dos décadas maneja el mayor restaurante argentino en la capital alemana.
“Todo el concepto es mío, tanto el local como el menú”, cuenta Cañete, sentado en su negocio, en el número 6 de la Katzbachstraße en Berlín. Medialunas, alfajores y submarinos para la merienda; pastel de papas, empanadas o milanesa napolitana para la cena son algunos de los clásicos platos argentinos del menú.
“Solamente yo manejo la cocina. Tengo ayudantes que se encargan de las terminaciones”, dice el fundador del local, que tiene capacidad para 35 personas en su salón interior y que, en los meses de primavera y verano, extiende decenas de sillas sobre la vereda.
“Mi idea fue hacer un restaurante para los alemanes, porque los argentinos sí o sí iban a venir. Estamos en Alemania, y lo argentinos que viven acá no tienen el poder adquisitivo que les permita comer dos o tres veces por semana afuera, y cuidan mucho su bolsillo. No todos ganan 2500 euros al mes”, explica Cañete, al definir el plan de su restaurante que trabaja cuatro días y, como casi todo en la ciudad, descansa los domingos.
Una foto del café Imperial de Buenos Aires, colgada en el salón, fue según Fausto la referencia para la ambientación. Sillas de madera que remiten a los típicos cafés porteños y mesas y barras de mármol distinguen al restaurante, que también vende yerba, vinos y otros productos argentinos. Además, cuelgan de las paredes otras fotos de la capital argentina: mozos, bares, paradas de colectivos o la Bombonera componen esta isla porteña en Berlín.
Cañete cuenta que, como cientos de historias de migrantes, llegó a la ciudad sin hablar alemán y “por amor”. Conoció a su pareja, un hombre alemán, en una disco gay y luego de viajar por Sudamérica se instalaron en Berlín, entonces dividida entre el Este, comunista, y el Oeste, capitalista, donde se instaló.
“Esto era una isla”, recuerda Fausto, sobre la dinámica diaria en la porción de la ciudad rodeada por el muro, levantado por el gobierno de la República Democrática Alemana en 1961 para intentar frenar la huida de sus habitantes hacia Alemania occidental. “Era muy barato vivir en la ciudad. Había siempre lugar para estacionar, los precios eran baratos. Te pagaban 100 marcos por estar acá. Se llamaba el Berlinzulage, y era una ayuda porque para nosotros era muy difícil salir del Oeste para ir al otro lado, e incluso para ir a otras ciudades del mismo país había que cruzar la frontera de Alemania Oriental. Y eso te daba mucho estrés. La gente no quería vivir acá”, recuerda.
Cañete cuenta que, por las dificultades económicas de su familia, en Buenos Aires no completó el colegio secundario, y siempre trabajó de forma independiente: entre otros rubros, tuvo una verdulería y pasó por diferentes locales gastronómicos. Ese fue su camino al desembarcar en Alemania.
“Es como hacen hoy muchos argentinos que vienen a la ciudad. Antes era diferente porque siempre se podía trabajar informalmente, había muchos menos controles que ahora, y se ganaba súper bien”, recuerda. Luego de 10 años en un local de comida mexicana, decidió en 2005 renunciar para abrir su primer proyecto personal. Se llamó Caminito, estaba ubicado a pocos metros de su actual local, y estaba ambientado como la turística calle de La Boca. “Fue un esfuerzo muy grande, con mis ahorros y la ayuda de mi esposo”, recuerda.
En paralelo a su camino profesional, la vida personal de Cañete también tuvo episodios condicionados por la época. Inexistente el matrimonio homosexual, que en Alemania entró en vigencia en octubre de 2017, debía viajar cada tres meses fuera del país para renovar su visa de turista, o permanecer como ilegal. “Así fui tirando hasta que un día me casé con una amiga lesbiana y así poder tener la residencia”, relata.
Llegado a Berlín el 29 de mayo de 1989, estuvo en la ciudad el día en que cayó el Muro. Fue el 9 de noviembre de ese año, cuando tras una confusa y dubitativa conferencia de Günter Schabowski, secretario del Comité Central y portavoz de la RDA (República Democrática Alemana), en la que se comunicó la apertura ‘inmediata’ de la frontera, miles de personas salieron a las calles intentando cruzar hacia el otro lado de la ciudad.
“Fue imponente ver el muro caído. Me acuerdo que estábamos mirando las noticias, porque en Alemania es muy importante el noticiero de las 19, y nos enteramos esa noche. Ahí estaban transmitiendo que quedaba libre el paso por la frontera. Pero nadie entendía nada. La gente iba a la frontera, pero la policía no tenía la información, y eso fue impresionante, la masa de gente que venía para este lado”, recuerda.
“Nosotros no fuimos esa misma noche, sino al otro día. Tengo fotos y un pedazo inmenso del muro, porque podías ir con un martillo y romperlo. Y eso duró unos meses”, agrega sobre un episodio que marcó la historia de la ciudad y la humanidad.
“Eso fue un cambio muy grande. Fue muy interesante vivirlo. Yo ya conocía Alemania oriental. Berlín siempre fue una ciudad muy abierta, muy multicultural, con inmigrantes de todo el mundo, pero del otro lado (el Este) no era tan así. No podías pasar libremente, había una cola muy grande siempre y muchos controles”, recuerda. También había diferencias económicas: al pasar, cada viajero debía cambiar dinero y, por la diferencia de precios, poco dinero occidental alcanzaba para “comer por un mes”.
“Después de la caída del muro, me acuerdo la libertad. Sentir que podías cruzar y nadie te hacía preguntas. Se podía ir a los bares de allá, y los precios seguían iguales, entonces era siempre barato”, dice Cañete. “Y lo más lindo fue cuando los Rolling Stones acá, en 1990. Fue la primera vez que pisaban Alemania Oriental”, relata con una sonrisa.
Otras noticias de Emprendedores
- 1
Lucy Kueng: “La innovación necesita audacia y pensamiento de segunda orden”
- 2
Hiperconectividad: el trabajo híbrido dispara el “estrés tecnológico”
- 3
Del legado a la innovación: así se explica el impacto de las tecnológicas en la consagración de McLaren en el Mundial de Constructores de la Fórmula 1
- 4
Casos concretos: qué diferencias de precios hay en las compras internacionales