Aprender a irse: Cuándo es el momento de buscar un nuevo trabajo
Cuando los tiempos personales no acompañan a los de la organización, la mejor opción es buscar nuevos horizontes laborales
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Patricio lleva dos años escuchando a esa vocecita interna que le dice que piense seriamente en dejar su posición como director en la compañía internacional en la que trabaja. Lo habló con muy poca gente y el día a día tiene más poder de licuación que de reflexión. Se viene haciendo el distraído, pero esa voz permanece. Inalterable.
Como consultores solemos conversar con muchos ejecutivos que tienen inquietudes sobre su lugar de trabajo actual. Algunos de ellos están cansados de sus jefes directos, del board o del CEO. Otros son peregrinos sedientos que padecieron las eternas promesas de recategorizaciones que se hacen en el desierto organizacional. Están secos de que los bicicleteen. Otros sienten que el fit cultural se evaporó y no se sienten nada a gusto caminando por esos pasillos. Y otros, por qué no, no tienen un problema específico, pero sienten que precisan un cambio, oxigenarse en otro lugar, buscar otros espacios de crecimiento.
Irse parece algo difícil, arriesgado, ciclópeo. Generalmente, no lo es. Las personas que tienen ganas y sienten que se quieren ir son engranajes que hace muchos kilómetros están sintiéndose desgastados. Escuchar los componentes de ese cansancio es crucial para tomar una decisión que genere serenidad. Y escucharse a sí mismos es algo que la mayoría de los ejecutivos hace mal, porque se exigen siempre más. Son como Rocky, se autogritan que no hay dolor y están sangrando.
Hay muchas razones para querer irse: jefes ineptos, ignorantes, brutos que nos hacen la vida imposible; desgaste de años de trabajo o de remar contra la corriente; hartazgo de las hipocresías en ciertas organizaciones o, simplemente, de que nuestro tiempo personal no acompañe al organizacional. Las organizaciones se mueven como trasatlánticos, son lentas y no siempre se enfilan con la necesidad de cambio que tenemos las personas, que suele ser más ágil. A veces, simplemente, no estamos alineados con la organización y es hora de partir.
Autoestima en baja
El miedo es el principal paralizador de la toma de decisiones cuando se trata de irse de un lugar. Cuando no existe otra oportunidad laboral inmediata en puerta, sucede algo parecido a lo que pasa con las separaciones de pareja, ¿quién me va a querer? Esa baja autoestima es un gran dinamizador del conservadurismo. Me quedo por temor. Hay una parálisis por análisis, como dicen los ingleses, cuando se refieren al estancamiento en la toma de decisión por tanto analizar. La actitud, sin suicidarse profesionalmente, tiene que ser otra: tomar el riesgo de saltar a algo nuevo con la visión de que eso será mejor para la persona y su carrera.
En muchos casos hay una mejor vida personal y profesional luego de un cambio laboral. Irnos de ese trabajo que ya nos desgastaba y nos hundía es liberador. Incluso si se trabajó muchos años en esa organización. Muchos miedos y parálisis de irse ocurren por no saber lo que nos depara. Lo que muchos ejecutivos comentan es que lo que vino fue mejor y que tendrían que haberse ido antes. Esas mismas personas descubrieron que luego del cambio pudieron desplegar competencias diferentes que antes estaban relegadas, escondidas o, simplemente, atrofiadas.
Indicadores
En muchas ocasiones, los diversos temores están sobredimensionados, son fantasmagóricos y no se corresponden con la realidad. Solo sirven para no oír agudamente el plegamiento tectónico que está ocurriendo y no actuar. Por eso hay que atender a los microscópicos indicadores que nos susurran que no estamos a gusto. Cuando son sumados, pueden llegar a ser un vitral gigante.
Muchas y muchos ejecutivos aún con esta sensación no activan su conexión con el mercado, no se ponen en búsqueda. Y ponerse en búsqueda es un gran motor emocional que permite salir de la inacción para entender cuáles son las posibilidades de reinserción que existen en el mundo real. No es raro oír ejecutivos decir “si hubiera sabido que era simple lo hubiera hecho mucho antes.” El tiempo perdido no siempre vuelve y no es lindo perder el tiempo en organizaciones que no nos devuelven al menos en parte lo que precisamos.
De modo que cuidado con la espera y cuidado con los espejismos de promesas eternamente incumplidas. La primera vez, podemos caer en la trampa. A la cuarta promesa incumplida, ya tenemos un indicador de que posiblemente nunca llegará. Por otra parte, siempre hay que mirar al mercado, aunque no estemos con ganas de cambiar. El mercado es el mejor termómetro de cómo nos visualizan, valoran y también de qué competencias tenemos que pulir para no quedar fuera del mismo. Muchos profesionales con varios años de experiencia en una organización se olvidan que existe un mercado laboral y hasta se olvidan de actualizar LinkedIn. Pueden estar pensando que se jubilarán ahí, cuando en realidad lo que podría pasar es que allí se hundan.
Mantener el tono muscular del propio perfil es clave. Si no se nota que uno perdió el músculo, que uno está desactualizado para acceder al mercado. Somos ese divorciado que se olvidó por completo de qué se trata una primera cita.
La misma organización puede ser un factor y un ancla por el cual evitamos dar el salto. En una cultura tóxica siempre habrá jefes que nos hundan emocionalmente para hacernos sentir menos, para desvalorizarnos. Pero también, como lo señalamos, están las cadenas de oro que muchas empresas ofrecen como disuasivas para evitar que nos vayamos. Un auto alemán importado puede ser, para muchos, una cárcel con cuatro ruedas. Cuidado con las trampas edulcoradas. Prisiones de azúcar.
Todo este asunto puede ser también mirado desde la perspectiva del empleador. Hay que aprender a dejar ir. Hay personas talentosas que por algunas razones precisan otros espacios: cuidarlos es dejar que se alejen cuando lo precisan.
De nuevo, como en la pareja, no se trata de retener al amor a cualquier precio. No funciona. Se trata de decisiones con libertad. Si el empleado no se siente todo lo pleno que quisiera, debemos dejarlo libre. Si lo hacemos, quizás vuelva, renovado.
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