Cómo impactarán el nuevo escenario económico en las fábricas nacionales, los precios de la ropa, la oferta de marcas internacionales y el empleo son algunas de las grandes dudas que se abren con el cambio de gobierno
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La cadena de la industria textil-indumentaria se enfrenta a lo que puede convertirse en una tormenta perfecta. La combinación de una esperada apertura de la economía y una recesión que golpeará con fuerza al rubro -debido a que los hogares argentinos redireccionarán sus gastos hacia categorías de primerísima necesidad como alimentos y bebidas- amenaza la supervivencia de un sector que emplea a más de medio millón de argentinos y que se acostumbró durante décadas a desarrollarse con un bajo nivel de competencia internacional y altas barreras de protección.
Del otro lado del mostrador, los consumidores se ilusionan con que la apertura de la economía que prometió el nuevo gobierno redundará no solo en precios más bajos -la devaluada Argentina sigue teniendo la ropa más cara de la región- sino también en una mayor oferta de propuestas internacionales y la llegada de marcas que vienen esquivando al país en sus planes de expansión regional.
¿La industria nacional puede sobrevivir a una apertura del mercado?
Más allá de las simpatías, oposiciones o temores que despierta el nuevo gobierno, en la industria textil son conscientes de que soplan vientos de cambio en su negocio. “Hoy estamos mejor preparados para un cambio de escenario y el proceso de modernización iniciado no se verá afectado por el contexto. Hace dos años que iniciamos un proceso de inversión muy fuerte pensando en una apertura del mercado. Obviamente que hay campos en los que es imposible competir con China, pero sí podemos hacerlo con otros países”, aseguró Marcelo Arabolaza, CEO de Santista Argentina, que acaba de anunciar un plan de inversiones de U$S9 millones en su planta de Famaillá, Tucumán, para 2024 para ampliar las líneas de producción de hilandería, tejedora y terminación. Santista es la mayor fabricante de tela de denim (jean) en la Argentina y también es líder en la producción de indumentaria de trabajo con las marcas Ombú y Grafa70. La firma nació con el nombre de Grandes Fábricas Argentinas (Grafa) en 1926, como una empresa del grupo Bunge & Born, y después de varios cambios de manos en la actualidad está controlada por el fondo brasileño GBPK Inversiones y el argentino Carlos Muia, dueño de la catamarqueña Confecat y la riojana Confelar.
Desde la fundación Fundar precisan que el impacto en la industria nacional no dependerá exclusivamente del grado de apertura de la economía sino también de otros factores como el tipo de cambio y el panorama global del sector. “Si hay un escenario de caída del mercado local con un tipo de cambio real relativamente apreciado, vamos a tener una tormenta perfecta para el sector. Pero si se va a una o mayor apertura, pero con un tipo de cambio real alto y un mercado interno en expansión, parecido a lo que ocurrió entre 2003-2008, es muy distinto porque esos cinco años fueron los mejores para el sector”, destaca Daniel Schteingart, director del área de Planificación Productiva de Fundar que acaba de presentar un estudio sobre el sector de indumentaria y textil.
En Pro Tejer -la organización que reúne a gran parte de la industria- por su parte, aseguran que la protección que tiene el sector es mucho menor de lo que se piensa. “La industria textil debe ser uno de los sectores que más abiertos está al mercado externo. Hay un gran preconcepto, no sé fundado en qué, que sostiene que el sector textil es un sector protegido y cerrado. Pero una mentira y para comprobarlo alcanza con ver las estadísticas de cuántas toneladas de productos textiles se importan por mes. Lo que pasa es que una cosa es importar producto terminado, otra cosa es traer insumos. Una estrategia de desarrollo debería favorecer la importación de insumos para poder producir y dar empleo”, señaló Luciano Galfione, presidente de Pro Tejer y director de la firma familiar Galfione y Cía, una empresa mayorista textil que produce todo tipo de hilados en su planta de Villa Soldati.
¿Cuál es el sector amenazado?
La Argentina es uno de los pocos países en el mundo que produce de manera local cada uno de los eslabones de la cadena textil-indumentaria, desde las materias primas como el algodón y lana, pasando por los hilos y telas, y llegando hasta la confección y la comercialización de la ropa, en un espectro de canales tan amplio que va desde los shopping centers hasta la Salada, pasando por el cada vez más poderoso circuito de la calle Avellaneda, en el barrio de Floresta, y los centenares de “saladitas” que funcionan en todo el país.
El impacto de una mayor apertura no será igual en cada uno de estos sectores. “De todos los eslabones de la cadena textil y de indumentaria, el más amenazado es el de la confección, porque está más atomizado y con una alta presencia pyme, y por lo tanto con mucha menos espalda para enfrentar una combinatoria de apertura con recesión”, sostiene Schteingart.
Uno de los grandes interrogantes que se abre ante el nuevo escenario es qué puede pasar con el empleo. En total, la cadena textil/indumentaria en la Argentina emplea a 540.000 personas y en el caso del rubro de la confección, el trabajo se caracteriza por su alto nivel de informalidad y precariedad, el bajo nivel de ingresos y la alta participación femenina. “El eslabón de confección de ropa de Argentina genera mucho empleo independiente. Entre 2016 y 2022, el 41% de las personas ocupadas trabajó por cuenta propia. Esta cifra, no solo casi duplica el promedio de la economía argentina (22%), sino que también ubica al sector como el de mayor nivel de cuentapropismo dentro de la industria manufacturera”, advirtió el informe de Fundar elaborado por Gustavo Ludmer, Nadia Schuffer, Daniel Schteingart y Paula Isaak.
¿Qué puede pasar con el precio de la ropa?
El precio de la indumentaria en la Argentina es uno de los puntos débiles de las visiones más proteccionistas del mercado. Aún los mayores defensores de la industria nacional reconocen que la ropa que se vende en cualquier shopping es más cara que en otros países y los números del Indec lo terminan de confirmar. A partir de 2021, el rubro “indumentaria y calzado” lideró el ranking de aumentos en forma casi ininterrumpida y solo en los últimos meses los aumentos empezaron a aflojar un poco, debido a la crisis. Ante este panorama, se descuenta que la mayor oferta de prendas importadas redundará en precios más competitivos, similares a los que se encuentran en los países vecinos.
En el sector, sin embargo, sostienen que una mayor apertura de la economía no redundará, necesariamente, en una baja a menos que haya otros cambios en la estructura comercial. “Si se abre la importación, la ropa va a salir exactamente igual de cara o más, porque si le ponemos más tributos a las importaciones va a salir más cara todavía de lo que viene saliendo, sea importada o sea nacional. Lo que no se entiende, y nosotros venimos manifestando hace tantísimo tiempo, es que el problema de la Argentina es el sector comercial, no es el sector productivo. El valor del producto a nivel productivo es, digamos, despreciable dentro de los costos que uno enfrenta a la hora de su comercialización. Comerciar en la Argentina es carísimo y en la ropa se nota mucho, pero esto trasciende el rubro. Hace un par de semanas tuve que mandar un camión de Catamarca a Corrientes para mandar a lavar una fibra. El camión que transportaba 10.000 kilos me costó un millón de pesos, lo que eran al dólar de ese momento US$2700, mientras que traer un contenedor desde China me sale US$1800″, sostiene Galfione.
¿Van a llegar las marcas internacionales?
En los últimos años, el mercado local de indumentaria estuvo marcado por la salida de las marcas internacionales. Algunas directamente cerraron sus locales de venta, en una amplia lista que incluye desde C&A y Falabella hasta Emporio Armani, pasando por Mango, Dr. Martens y Calvin Klein. Y otras optaron por ceder el manejo a un grupo local o regional, como Nike o Zara. En el mercado no es un secreto a voces que otras marcas controladas por capitales internacionales también están buscando un comprador, como en el caso de Topper, que hoy está en manos del grupo brasileño Sforza.
El éxodo de marcas se había iniciado en 2011, con la puesta en marcha del cepo a las importaciones, y se profundizó con la pandemia. El cambio de gobierno y la promesa de una mayor apertura de la economía, igualmente, ya empezó a sentirse y en el sector destacan que el mercado argentino empezó a figurar en el radar de algunas marcas internacionales.
“El teléfono está sonando mucho más y está claro que hay más interés de las marcas globales por el mercado argentino, aunque tampoco va a ser un proceso de un día para el otro”, reconocieron en IRSA, la principal operadora de centros comerciales de la Argentina.
Hace unas semanas se concretó la apertura del primer local en el país de la firma de indumentaria deportiva y accesorios Oakley, de los Estados Unidos, que desembarcó en Alto Palermo. Otra que ya anunció su intención de radicarse en el país es la portuguesa Salsa Jeans, que incluyó a la Argentina en su plan de expansión en América Latina.
“A nivel mundial el mercado latinoamericano está visto como un mercado que no se opera en forma directa sino a través de representantes o licenciatarios. La decisión de Zara o Nike dejar la operación local en manos de un licenciatario genera un efecto contagio, con lo cual esperamos que en los próximos meses lleguen más marcas internacionales al país pero seguramente lo harán a través de un tercero”, explicó Arturo Alacahan, presidente de JMC Group, que tiene las licencias de New Balance, Joma y Birkenstock, y que además está detrás del desembarco local de Forever 21. “Apuntamos a abrir un local grande en un shopping, con productos que podamos importar”, adelantó a LA NACION, dejando en claro los cambios que se vienen.
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