Andrés Hatum: “La paciencia de la gente para convivir con un mal jefe se está agotando”
En su nuevo libro, Fragmentados, el especialista en management asegura que la pandemia y la irrupción de las nuevas generaciones en el mercado del trabajo significan un punto de inflexión en las relaciones laborales
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“Breve historia de cómo el trabajo nos arruinó la vida”. Esa es la “bajada” que acompaña a Fragmentados, el último libro de Andrés Hatum, el inagotable (ya lleva publicados una docena de títulos en español y cuatro en inglés) analista del mundo corporativo que se supo ganar un lugar en el mercado con una mirada tan lúcida como heterodoxa.
Como ya lo viene haciendo en sus habituales colaboraciones en los medios de comunicación -incluyendo sus columnas en LA NACION-, Hatum invita a hacer una reflexión profunda sobre las relaciones laborales en el día a día pero poniendo siempre el foco lo que define como un “asfixiante presente de estructuras corporativas y burocracias de oficina”.
-¿Por qué se llama Fragmentados? ¿De dónde viene el nombre?
-Siempre me interesó la historia del trabajo y a medida que fui leyendo sobre el tema, comprobé como el trabajo no solo se integra a la vida de una persona, sino que te la fragmenta y te la arruina. Justo cuando estaba terminando el libro, Apple TV lanzó la serie Severance, que cuenta cómo una empresa hace una especie de cirugía para que la gente se olvide de todo lo que hace en el trabajo. Y algo parecido ocurre en la realidad, por esa falta de integración.
-¿Y esa fragmentación es inevitable?
-Hay algunas empresas que intentaron cambios. Un ejemplo es el sistema Google de oficina, que suma servicios como la peluquería o la posibilidad de ir a trabajar con tu perro, pero es una integración de una manera mentirosa, porque partían de la trampita de hacer que la gente terminara viviendo en la oficina. La pandemia generó un paradigma distinto de trabajo, y por esto la vuelta a la oficina no está resultando tan fácil. La gente quiere mantener algo que ganó en la pandemia, cuando se demostró que se puede ser productivo desde cualquier lado, sin un jefe que lo esté controlando. Y todo eso puede redundar en una mejor calidad de vida y de trabajo.
-¿Hay señales para ser optimistas en este campo?
-Sí, hay esperanzas, especialmente por la irrupción de la generación Z que en muchos casos ingresó al mercado laboral en 2020, y estuvieron dos días en la oficina y después los mandaron a trabajar en sus casas. Esos chicos cuando buscan un empleo ahora preguntan no sólo cuánto van a ganar, cuántos semanas de vacaciones van a tener, sino también cuántos días tienen que ir a la oficina.
-¿Hay un modelo ideal de trabajo en materia de días presenciales y días de home office?
-Creo que el modelo híbrido es el ideal. La oficina no deja de ser un buen lugar para ir, pero no para vegetar, sino como un hub de colaboración, en el que uno va a trabajar con su equipo. Cuando me consultan en una empresa yo digo que lo mejor es ir a la oficina dos o tres días a la semana, no más. Y si bien es un cambio cultural que cuesta, muchas empresas se están dando cuenta de las ventajas del cambio que también pasan por un ahorro en materia de infraestructura. Las oficinas son cada vez más chicas, con menos posiciones y más lugares de reunión.
-¿Cuáles son las industrias que mejor se están adaptando en la Argentina a las nuevas necesidad del trabajo?
-El sector IT siempre estuvo un paso adelante en este campo, tanto en la Argentina como en el mundo, y de hecho la flexibilidad laboral en materia de trabajo remoto nace con esta industria, porque las empresas se dieron cuenta de que no podía retener a sus mejores empleados sino aceptan las nuevas modalidades. A nivel local también se está dando. El otro día fui a una de estas empresas tecnológicas y me encontré con una oficina divina pero completamente vacía. Pero lo más importante es que compañías de todos los rubros están abrazando los cambios, incluyendo industrias más tradicionales como los laboratorios.
-¿Y en qué se nota este cambio? ¿Es solo algo estético?
-Es un cambio cultural, que va más allá del lay out o de ir todos los días a la oficina. La pandemia nos obligó a todos a replantearnos lo que queríamos y cuando bajó la ola quedó una escala de valores invertida. Y mucha gente se dio cuenta de que no quería ser ascendida a gerente, sino que lo que buscaba era ser feliz. Es algo que atravesó a toda la sociedad.
-A nivel global se habla de un cansancio en la vida corporativa. ¿Cómo afecta al mercado argentino?
-Lo que estamos viviendo en todo el mundo es un desencanto con este tipo de organizaciones y cada vez más gente se pregunta para qué sirve la vida corporativa, por qué tenemos que hacer presencia en la oficina y participar del radio pasillo. La pandemia llegó para terminar con este modelo y a las corporaciones que no se adapten les va a costar cada vez más encontrar gente que quiera trabajar con ellas. La paciencia de la gente para convivir con un mal jefe se está agotando.
-¿Qué está pasando con el sentido de pertenencia? ¿Cómo lo afectó la pandemia?
-Yo sigo siempre una encuesta que hace Gallup todos los años y lo que me llamó la atención es que con la pandemia aumentó el sentido de pertenencia de la gente. Creo que la explicación hay que buscarla es que en medio de la tormenta, mucha gente encontró en el trabajo un sentido de estabilidad, sobre todo en aquellas compañías que supieron transmitir un mensaje de que iban a cuidar a sus empleados. Con la pospandemia, todo esto se puede diluir porque las nuevas generaciones están ingresando al mercado laboral con otros sentido de pertenencia. Y hay algo muy lindo que nos enseñan al resto que es la idea de que el mayor sentido de pertenencia hay que tenerlo con uno mismo. Se está cayendo esa premisa de que un empleado se casaba con la organización.
-Otro tema que se aborda en el libro son las consecuencias que tuvo el confinamiento en la innovación
-La oficina es una buena inversión en materia de innovación porque es el espacio ideal para la cocreación. Pero tampoco hay que exagerar el papel que tienen estos espacios. Las oficinas son lugares para el encuentro, pero no tanto para la reflexión, que es fundamental para que surjan ideas nuevas. Hay estudios que cita Sebastián Campanario en su libro Ideas en la ducha que muestran que las mejores ideas vienen de los lugares más insólitos.
-En los últimos años se puso de moda la figura del “gerente de felicidad”. ¿Qué puede aportar esta función en las empresas?
-Es una pavada total. Cuando una empresa nombra a un gerente de felicidad es la mejor prueba de que la situación es muy grave y que en realidad lo que necesita es un oncólogo organizacional. De ese tipo de lugares, lo mejor es escapar.
-Pensando en el largo plazo, ¿cómo ves el futuro del trabajo en 20 o 30 años? ¿La oficina va a seguir existiendo? ¿Qué va a pasar con la relación de dependencia?
-Creo que hay que desacoplar a la Argentina del resto del mundo porque acá estamos con un mercado laboral muy estancado y en gran parte vemos desde afuera cómo se están dando un montón de cambios en el mundo. A nivel local, además hay un factor coyuntural muy grande que es el tema cambiario. Hoy hay mucha gente ofreciendo sus servicios para el exterior, no solo en la industria del IT, sino también en todo lo que sea diseño o en otras profesiones como los psicólogos que trabajan para afuera. Pero además hay algo más preocupante que subyace a todo esto que es el proceso creciente de polarización que tuvo el mercado laboral en la última década. La pandemia adelantó siete o diez años los cambios, y hoy tenés gente con muchas competencias para adaptarse a las nuevas necesidades, pero también otra gente que quedó muy desfasada, muy atrasada.
-¿Qué le recomendarías a una empresa que está en una búsqueda laboral?
-La primera recomendación sería no contratar solo por la experiencia previa en una función determinada y que se fijen en otras habilidades como el potencial para aprender, desaprender y volver a aprender. En el futuro cercano, la oficina -o mejor dicho los espacios compartidos- va a seguir existiendo, pero con un avance muy marcado de la tecnología, que hoy pasa por el zoom pero que mañana puede ser el metaverso, lo que va a terminar acelerando el proceso de digitalización.
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