Del home office al hell office. Cómo evitar que el trabajo remoto sea un infierno
El home office es mucho más que trabajar desde casa. Debería llamarse ‘hell office’, con tantas cosas juntas demandando a pleno todos los días". "Estoy trabajando más que nunca, 24/7 y hasta cualquier hora. Los chicos en casa, la escuela que me pide que me ocupe, la limpieza, las compras. Y lo peor es que todo el tiempo me siento culpable, siento que le estoy fallando a alguien. No puedo con todo. En cualquier momento voy a estallar".
Estas frases y otras parecidas están en todas las conversaciones de coaching de las últimas semanas con personas que trabajan y, al mismo tiempo, son padres y madres con hijos en edad escolar. También aparecen como una preocupación en las voces de los líderes de muchas organizaciones, que entienden la situación y me convocan para pensar juntos estrategias para cuidar a sus colaboradores y ayudarlos a equilibrar mejor las múltiples exigencias del contexto.
Buscando tener más recursos, decidí cruzar universos con la licenciada Claudia Yellati, psicóloga especializada en orientación a padres y madres, en niñez y adolescencia, cofundadora de la consultora AperturaPsi, que se dedica a la asesoría psicológica en la familia, la escuela y las organizaciones. En tiempos de aislamiento social, desarrolló un dispositivo focal para empresas en capacitación emocional para el balance entre el trabajo y la crianza, para recuperar bienestar personal. Lo que sigue son algunas reflexiones y conclusiones del diálogo que mantuvimos.
El desafío de mantener el equilibrio emocional en tiempos de búsqueda de balance hogar/escuela/trabajo/vida. ¿Quién iba a pensar que, después de seis meses, seguiríamos sin "ir a trabajar" y que nuestros hijos no volverían a las aulas? Si antes de la pandemia ya éramos expertos malabaristas con varias bolas dando vueltas en el aire, ahora se nos multiplicaron, y todas nos exigen con la misma presión. Hacemos lo que podemos, pero no tenemos superpoderes. Es muy probable que por momentos se nos caigan algunas pelotas, o que las tengamos que dejar caer, y que no siempre sean las mismas. Trabajo o familia, tareas domésticas o tiempo personal, supervisar la escolaridad de nuestros hijos o sacar adelante un proyecto con nuestro equipo de trabajo. Disyuntivas cotidianas. En el medio, además, registrar y regular las emociones: incertidumbre, miedo, ansiedad, culpa. Y el cuerpo: cansancio, contracturas, falta de sueño, horarios disparatados. Y los conflictos en varios frentes simultáneos. No damos más.
¿Cómo lograr un balance entre hogar/escuela/trabajo/vida ? ¿Cómo podemos prevenir que se nos caigan las pelotas que están girando en el aire y, sobre todo, cómo hacemos para no desmoronarnos con ellas?
Para no perder la cordura ni enfermarnos, para poder seguir siendo efectivos y responsables en casa y en el trabajo, lo primero es cuidarnos a nosotros mismos. ¿Dónde está el límite? ¿Qué puedo hacer, qué no, qué puedo dejar para más tarde? ¿Cuáles son los efectos y las consecuencias si digo a todo que sí? Nadie me va a cuidar si no me cuido, si desconozco mis límites, si los voy corriendo y muestro que son negociables.
Somos responsables de cuidar nuestro equilibrio emocional y físico para seguir transitando este largo viaje que iniciamos en marzo y todavía no sabemos cuánto va a durar. Si nos gastamos hasta el tanque de reserva, nos vamos a quedar sin nafta en el medio de la ruta. Es importante que hagamos paradas cada tanto para mantener el nivel de combustible lo más parejo posible. ¿Cómo? Aquí les compartimos algunos recursos y herramientas que podemos aplicar tanto en el ámbito familiar como laboral.
Registrar nuestro estado de energía para poder regularlo. En un contexto ya de por sí muy demandante, no agreguemos la autoexigencia y el perfeccionismo. No se puedo todo, ni podemos con todo al mismo tiempo. La omnipotencia es la receta para el colapso. Parar, reflexionar, darnos tiempos cortos de recreos diarios o incorporar algo pequeño en nuestra rutina que nos proporcione bienestar (respirar o meditar en silencio, caminar unos minutos al sol, hacer una pausa para conectarse con uno mismo) nos recarga las pilas.
Registrar las propias emociones y pedir ayuda si lo necesitamos. Recurrir a los pares, aceptar los soportes. Si sentimos que es demasiado lo que tenemos entre manos, la actitud responsable es levantar la mano a tiempo, anticiparle al otro que no vamos a poder responder en tiempo y forma a lo que nos pide.
Regular el impulso a la respuesta inmediata. Solemos pensar que debemos atender enseguida a quienes nos reclaman. Lo hacemos por temor, para mostrarnos infalibles, por supuesto deber o "camiseta", por culpa, para que nos quieran. Nos tiramos de cabeza sin pensar, sobre todo si el que llama es un hijo o un jefe. Si no queremos vivir en jaque necesitamos parar la respuesta automática y hacer una pausa para entender sistémicamente lo que pasa, para así poder jerarquizar las opciones antes de responder. ¿Qué es realmente urgente, qué puede esperar? ¿Cuál es el impacto en el equipo/en la familia si agarro otra pelota caliente? ¿Y si la dejo caer? ¿Puedo negociarla, postergarla, delegarla? ¿Cuáles son las que sí o sí necesito seguir sosteniendo, o las que no tengo elección?
Aunque no sea del todo cierto, es estratégicamente útil pensar que depende de mí llegar a acuerdos o educar a las personas de mi entorno para que regulen sus demandas. Por ejemplo, podemos establecer un código común: "Para lo que necesita respuesta inmediata, te llamo por teléfono o por Whatsapp. Si estoy desvelado a las tres de la mañana y me quiero sacar cosas de la cabeza, y no necesito que me contestes ahora, te mando un mail". Con un acuerdo de este tipo prevenimos interrupciones permanentes y protegemos los horarios destinados a la familia y al descanso.
Organizar el uso del tiempo. Delegar tareas, establecer horarios, separar momentos concretos para cada cosa. No siempre tenemos completo control sobre nuestro tiempo, pero (otra vez) quizás sí podamos hacer acuerdos para respetar y hacer respetar esos espacios planificados o agendados, sean para trabajar o para estar disponibles para nuestros hijos. Entre todos nos tenemos que entrenar en la capacidad de espera y la tolerancia a la frustración, entendiendo a los otros con empatía, reconociendo sus necesidades y buscando la manera de estar para ellos sin descuidar nuestra salud, familia ni objetivos laborales.
Elegir las batallas, no entrar en círculos viciosos de conflicto con los hijos o la pareja que generan un costo y desgaste innecesario y obstaculizan el rendimiento y el logro de los objetivos.
Las organizaciones en las que trabajamos nos necesitan más que nunca, y nuestros hijos también. No tenemos que elegir, tenemos que aprender a convivir con una nueva realidad. Hoy nos toca vivir así, y de nada nos sirve ponerle energía a lo que no podemos cambiar. Es más útil, y genera mayor sensación de libertad, enfocarnos en lo que sí podemos hacer con lo que nos está pasando, en las acciones que nos permitan ir regulando el combustible socioemocional que necesitamos para vivir, trabajar y acompañar a otros sin descuidarnos a nosotros mismos.
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