En un nuevo episodio de Hacedores que inspiran, presentado por EY + LA NACION, la managing director de Bodegas Catena Zapata habla sobre los desafíos de la industria y da su visión del país que viene
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Como buena hija de Nicolás Catena, el hombre que cambió la historia del vino argentino, Laura Catena heredó una vocación global y el mandato de que hay que animarse a cruzar las fronteras. “Es muy importante que los productores argentinos competir con los de afuera”, asegura la mujer que está detrás de la marca más emblemática del vino argentino en el mundo y que logró hacer convivir su doble vida, como empresaria bodeguera y ejerce sus títulos de licenciada en Biología de Harvard y doctora en Medicina de Stanford.
“Hay que invertir en mandar gente afuera para aprender de la última investigación en química, ingeniería”, dice Laura Catena, managing director de Bodegas Catena Zapata. En un nuevo encuentro de Hacedores que inspiran, presentado por EY + LA NACION, la managing director de Bodegas Catena Zapata, cuenta su visión sobre la industria, repasa su historia y también se anima a esbozar una fórmula para la Argentina que viene, combinando educación, medicina e inversión en infraestructura.
“Creo que sería bueno si pudiéramos repartir un poco la innovación fuera de Buenos Aires, creo que las provincias argentinas son muy ricas en gente muy inteligente y en materia prima”, asegura en una entrevista con LA NACION.
-Hay un concepto que venís desarrollando desde hace tiempo que es el de los terruños
-Siempre se pensaba que el concepto de terroir solo existía en Borgoña, entendiendo como terroir esa idea del gusto de un lugar. Cuando mi bisabuelo Nicola comenzó hacer vinos en Mendoza se quejaba de los rendimientos eran más bajos, por el clima seco del lugar, pero estaba muy agradecido de vivir en la Argentina, aunque siempre le decía a mi papá: “nunca trates de competir con los franceses, porque ellos tienen el terroir”. Eso cambió con la revolución del vino argentino que impulsó mi papá. Hoy vas a cualquier mercado y a nadie se le ocurriría decir que no hay terroir en Mendoza.
-¿Qué papel tiene el malbec en esta revolución del vino argentino?
-En los 2000 hubo años de muchísimo crecimiento de las exportaciones del vino argentino, que crecían a una tasa del 30% anual, hasta que esa ola se frenó. Y ahí surgió la preocupación de no repetir lo que había pasado con Australia, que vivió una moda muy fuerte del varietal shiraz y después las ventas cayeron muchísimo. En ese momento, muchas bodegas argentinas decían que había que encontrar una nueva variedad que ocupara el lugar que tenía el malbec. Y yo me acuerdo de decirle a mi equipo que era un error. A nadie se le hubiera cruzado por la cabeza sugerirle a la bodega Romanée-Conti que buscara una alternativa al pinot noir. Y acá pasó lo mismo con el malbec. Es una variedad más antigua que el cabernet, data de la época de los romanos. Por eso mi idea siempre fue hacer lo opuesto a los que nos decían de buscar una nueva variedad y decimos salir a hablar más del malbec, su historia y su diversidad. Siempre digo que el malbec es como el chocolate amargo, demasiado rico. Y hoy nadie se pregunta en la Argentina qué pasa después del malbec.
-A lo largo de estos años tuvieron grandes reconocimientos …
-En 2000 aparecimos en el libro de las 100 mejores bodegas del mundo que hizo el crítico Robert Parker. Y siempre recuerdo que en la lista no había ninguna bodega de Chile y de la Argentina solo estábamos nosotros. Y ahora el diario francés Le Figaro acaba de elegir los mejores cinco vinos de su país y del mundo, y el Nicolás Catena Zapata figura en esa lista con el mismo puntaje que el Chateau Mouton Rothschild 2019 y el Chateau Margaux 2019. Es un orgullo inmenso y algo para celebrar. Mi padre siempre se inspiró en Burdeos a la hora de hacer sus vinos y que ahora aparezca un vino nuestro a la par de estos nombres es algo para celebrar. Estoy segura que si a mi bisabuelo Nicola le hubieran dicho que un día su nieto iba a hacer vinos a la par que estuvieran a la par de los mejores vinos franceses no lo hubiera creído. Siempre recuerdo una vez que visitamos a Jacques Lurton, un productor francés con una tradición familiar centenaria. Jacques nos llevó a ver los chateaux de su familia. Y en el último día de nuestra visita, mi padre decidió darle las gracias por su hospitalidad, haciéndole probar un Catena Cabernet Sauvignon elaborado con uvas de Luján de Cuyo. “Se parece a un cabernet sauvignon del Languedoc”, dijo Jacques sonriendo al probar nuestro vino. Mi padre estaba serio y yo no entendía por qué, Langue d Oc parecía un término francés y yo pensaba que en tema de vinos, lo francés era siempre lo mejor. Lo que Jacques había querido decir es que nuestro cabernet sauvignon parecía un vino proveniente de alguna zona calurosa. Y para mi padre fue el comienzo de una nueva obsesión: encontrar una zona fría límite en Mendoza. Una vez Jacques, que hoy es un amigo de la familia, me dijo: “Laura tenés que dejar de contar esa anécdota porque me hace quedar como un francés malo y arrogante”. Y yo le contesté: “vos sos muy directo, hiciste bien. Si no hubiera sido por esa crítica, no sé qué hubiera pasado con el vino argentino y su revolución”.
-¿Crees que está emergiendo un liderazgo más igualitario en la Argentina? ¿Qué falta para seguir avanzando en este campo?
-Estoy convencida que crecer va a depender de lo que hagamos con el rol del hombre más que con el rol de la mujer. Hay que dejar a los hombres tomar roles tradicionalmente femeninos. En nuestros trabajos estamos acostumbrados a escuchar que cuando un hombre dice que se va a tomar el día porque tiene a un hijo enfermo, la primera pregunta que surge es dónde está la mamá. El día que se paré de hacer esa pregunta, ahí vamos a haber alcanzado la ciudad de género. Igualmente, estoy segura que los más fanáticos de esta igualdad son los hombres y en la bodega son a los propios hombres a los que no les gusta trabajar sin mujeres en sus equipos.
-Estás casada, tenés tres hijos, sos médica y empresaria. ¿Cómo es la dinámica familiar?
-Dan mi marido es médico y en un punto yo digo que es mi espejo, es el que no deja que me enloquezca. Yo siempre digo que no está completamente contento con lo que hago. A veces le gusta que viaje por todo el mundo y ser la cara del vino argentino, pero a veces también le gustaría más que sea la esposa de Daniel McDermott.
-¿Cómo es tu agenda? ¿Cómo se hace para que convivan la médica, la bodeguera, la madre familia? ¿Vas haciendo un checklist?
-Cuando le preguntan a mi marido cuál es el secreto de tu mujer, siempre dice que tengo una checklist inmensa y que él figura al fondo de la lista (risas). La verdad es que ser médica de emergencias durante treinta años es algo bravísimo. Te tenés que acostumbrar a que en cualquier momento puede entrar un enfermo y te toque atender a alguien que se está muriendo. Yo siempre digo que es como estar en una guerra, algo muy duro, pero al que finalmente te acostumbrás, es resiliencia pura. A lo único que nunca me terminé de acostumbrar cuando trabajé como pediatra era atender a un niño enfermo, Nunca estás del todo preparada para enfrentar algo así, aunque tiene la ventaja de que en el 99,99% de los casos los terminás curando.
-Vamos a hacer un ejercicio imaginario. Si tuvieras el 100% del capital de la Argentina, ¿cómo lo invertirías? ¿cuáles serían tus prioridades?
-Un 20% lo destinaría a medicina, básicamente para traer las nuevas tecnologías al país, para innovar desde la Argentina. Acá hay tanto talento médico que podrían generar muchos cambios desde el país. Otro 40% lo invertiría en educación, pero con una mirada diferente. En Suiza, por ejemplo, la mitad de los chicos se vuelca a las carreras tradicionales, pero la otra mitad estudia un oficio y aprende a usar máquinas complejas. Creo que acá se podría hacer lo mismo. Y el otro 40% iría a infraestructura. Siempre digo que en Mendoza queremos hacer vinos y muchas veces nos encontramos con un camino de tierra para acceder al viñedo. En otros países eso no pasa y este déficit no nos ayuda a la hora de ser competitivos en materia de exportaciones.
-La competitividad es una preocupación constante tuya …
-Las provincias argentinas son muy ricas, pero en todo el país está mal repartida la innovación y concentrada únicamente en Capital. Y las inversiones en infraestructura son claves para que los productos argentinos, del rubro que sean, puedan competir afuera. En el caso del vino, hay mucho de investigación y tecnología.
Herencia familiar
Laura Catena destaca la importancia de la herencia familiar y el papel que jugó su padre, Nicolás Catena, en la revolución que vivió el vino argentino en las últimas décadas. La historia de los Catena y el vino se remonta a principios del siglo pasado. En 1902, el bisabuelo de Laura, Nicola, un inmigrante italiano, llegó al puerto de Buenos Aires con el objetivo de gestar su proyecto. Arrancó con un viñedo de cuatro hectáreas en Mendoza, a orillas del río Tunuyán. En esa bodega nació Domingo, su padre, quien se casó en 1934 con Angélica Zapata, educadora y descendiente de una familia criolla que poseía tierras en la provincia. Nicolás Catena rindió libre quinto año del secundario, egresó como uno de los mejores alumnos de Mendoza y a los 22 años se graduó de doctor en Ciencias Económicas en la Universidad Nacional de Cuyo. Pero, además, a los 23 años ya había tomado el manejo de la empresa familiar, que en ese entonces estaba especializada en la producción de vinos de mesa a granel.
La bodega comenzó vendiendo vino embotellado con las marcas Crespi y Facundo que gozaron de una gran popularidad, hasta que en 1982 se produjo el gran cambio de su negocio: vendió las marcas y las instalaciones para elaborar vinos de mesa para dedicarse exclusivamente a los vinos finos.
“Mi abuelo Nicola llegó de Italia a los 17 años. Y siempre me sorprendió y tuve gran admiración por alguien que inicia la aventura de irse de su casa a otro continente siendo tan joven. De Italia, mi abuelo trajo una forma de trabajar la viña que es la que utilizó en la Argentina. A esa manera de hacer el vino me gusta denominarlo el antiguo estilo italiano. Y es a mi a quien me toca reemplazarlos en los ‘80 por un estilo nuevo que lo traje del Napa Valley de California. A este estilo yo lo llamo ‘californiano francés’. Y esta avanzada fue liderada por el bodeguero Robert Mondavi que siempre decía: ‘nosotros le queremos ganar a Francia, pero lo que hay que hacer es imitarlo completamente. No hay que inventar nada, sino de hacer lo que están haciendo ellos pero un poco mejor’. Estas palabras me llevaron a pensar por qué no intentar lo mismo en Argentina. Y avancé con esa idea de cambiar todo. Siempre fui un obsesivo de la calidad y esa idea fue la que me llevó a cambiar la forma de hacer vino, lo que significó una revolución en Mendoza y disparó un crecimiento vertiginoso en sus exportaciones”, explicó el propio Nicolás Catena en declaraciones a LA NACION.
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