2000 euros: armó en Barcelona un negocio porque extrañaba la pizza argentina
La inversión inicial fue de 120.000 euros; factura 2000 en un día bueno; sin pandemia, tuvo filas de hasta 60 personas.
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A 30 metros del estadio del Camp Nou en Barcelona está Avenida Corrientes, una pizzería argentina que homenajea a sus pares de esa calle porteña. Con poco más de dos años funcionando, en tiempos normales –no de pandemia- llega a tener filas de 50 o 60 personas cuando el Barcelona juega en su cancha.
Después de una inversión inicial de unos 120.000 euros, el argentino Germán Rughini –el dueño- está conforme con la evolución del negocio que, en realidad, empezó porque él extrañaba la pizza argentina.
Righini llegó a Barcelona hace 12 años –tenía 22- con “una mano atrás y otra adelante”. En Buenos Aires estudiaba y trabajaba de cadete y cuando desembarcó en España empezó “poco a poco, trabajando en una heladería, en un local de ropa”, hasta que después emprendió otros negocios que todavía mantiene y que no se relacionan con la gastronomía (son de gestión de actividades médicas).
“He viajado a comer pizza a la Argentina –dice exagerando un poco-. Acá no había nada parecido, tienen la cultura de la italiana y de la estadounidense. Faltaba esto y, como emprendimiento familiar, decidimos hacerlo”.
La que amasa las pizzas y hace las empanadas es su mamá, Marcela. Los argentinos que llegan dicen sentirse “en Buenos Aires”, logran paliar la “añoranza del sabor”.
El nombre, Avenida Corrientes, es un guiño de Righini a su papá Gustavo, con quien compartía semanalmente almuerzos en las pizzerías porteñas y quien pintó el local. Un día para Banchero, otro para Guerrin, otro para La Continental.
El local de Barcelona tiene un mural que recorre la avenida con imágenes de esos “santuarios” de la pizza, de los teatros, del Luna Park. Hay imágenes de Susana Giménez, de Nicolino Loche, de Guillermo Franchella, de Moria Casán y de muchos otros que triunfaron en “la calle que nunca duerme”.
En un día “a tope” el lugar factura unos 2000 euros. “El español conoce más la empanada, a la pizza se la hacemos probar –explica Righini-. Como es al corte tenemos esa posibilidad; hay que pensar que una italiana pesa 120 gramos y una nuestra, medio kilo. Cuando vienen por primera vez no es la pizza su primera opción, pero después les gusta”.
El local es alquilado y le fueron haciendo reformas; más barra que mesas (son unas 22 en total) y un patio pintado como un conventillo de La Boca. La carta también es una suerte de homenaje a las pizzerías porteñas, los sabores son los mejores de cada casa. “Fugazzeta, muzarella, espinaca y queso, jamón y morrones. Fuimos intentando emular de cada pizzería de Buenos Aires la más representativa porque cada una tiene su referencia”, cuenta Righini.
Señala que, antes de abrir, fue asesorado respecto a la gestión y la coincidencia fue que la calidad es lo que permite perdurar y distinguirse. A ese valor lo convirtieron en su el principal punto del “manual” del local. La pandemia fue “difícil” de transitar. Righini explica que ellos no compiten por precio (venden las empanadas a 3,50 euros cuando hay otras a 1,50) y no hacen delivery, por lo que arrancaban con “desventajas”.
La mayoría de sus clientes comen en el lugar, porque tanto la empanada frita como la pizza que hacen “pierden al ir calientes en cajas; igual les damos algunos consejos para cuando llegan a la casa y vuelven a ponerlas en horno”. Con todo, decidieron seguir adelante y en la reapertura trabajaron “14 horas sin parar, nos va muy bien”. Tuvieron que cambiar la rutina; antes del Covid-19 sólo hacían noche y ahora el mediodía es “fuerte”.
La vecindad del Camp Nou no hizo que pusieran una foto de Leo Messi: “No se dio, no tenemos de ningún jugador argentino porque fuimos por otro lado. Sí hay banderines que los argentinos van trayendo. Nos solemos reír y decir que esta es una pizzería cooperativa porque los habitué suelen ayudar cuando no damos abasto”.
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