En el mundo del revés, la oportunidad puede llevarnos a otra crisis
A comienzos de 2021 las condiciones externas relevantes para la Argentina son extremadamente favorables. El precio de la soja, el principal producto de exportación, supera los US$500 por tonelada y se ubica más de US$150 por arriba del de 2019. La tasa de interés mundial está por el piso y Brasil se recupera. Ese contexto tan favorable debería ser suficiente para que se puedan corregir los desequilibrios que arrastra la economía sin generar un costo político y social importante. Sin embargo, el riesgo país y la brecha cambiaria, que están entre los más altos del mundo, revelan que los agentes económicos temen que las decisiones de la coalición gobernante puedan hacer estrellar la economía. En lugar de convertir la crisis en una oportunidad, parecería que la oportunidad nos puede llevar a otra crisis. El reino del revés.
Varios analistas han mencionado las tensiones dentro de la coalición, que parecen haber exacerbado la necesidad de lograr un triunfo en las elecciones de medio término. Parecería que el Gobierno está dispuesto a incurrir en cualquier costo para evitar que un ajuste fiscal o una aceleración inflacionaria asociada a un salto devaluatorio resten votos.
Sin embargo, el problema empezó mucho antes. En la campaña de 2019 y tras el triunfo electoral, empezó a quedar en evidencia la particular visión económica del nuevo gobierno. Simplificando: vivir con lo nuestro (por ejemplo, denostando el acuerdo UE-Mercosur), tener precios divorciados de los internacionales para abaratar la mesa de los argentinos, una emisión monetaria como instrumento eficaz e indoloro para financiar el déficit fiscal, y controles de precios para domesticar la inflación eran temas que aparecían en declaraciones de figuras de alto peso político.
En las primeras semanas de gestión se avanzó en línea con esta visión, con la excepción del tema fiscal. Hubo subas de impuestos, supuestamente para financiar aumentos del gasto, aprovechando que el déficit fiscal primario heredado antes de intereses era inferior a 1% del PBI. Eso sí, se procuró contener el gasto previsional, ajustando por debajo de la inflación las jubilaciones de quienes aportaron en su vida laboral. Ahorro fiscal de patas cortas, porque se sabe que eso dará lugar a litigios que el Estado perderá.
Es llamativa la inclinación del Gobierno a usar cuanto instrumento hay disponible para distribuir ingresos. Se buscó distribuir vía las correcciones de las jubilaciones; ahora siguen las tarifas y, más adelante, quién sabe qué. Estos pseudoimpuestos son poco eficaces y generan problemas de implementación, además de deteriorar los incentivos de largo plazo a ahorrar, invertir o producir. En general, para distribuir los países usan impuestos que alcanzan a todos los ingresos o bienes de las personas y no castigan manifestaciones parciales de consumo o de ingresos.
También se puso en evidencia otra creencia de la coalición: lo público funciona a las mil maravillas y lo privado es, por lo menos, sospechoso. Aumentos de gasto son buenos para impulsar la economía vía un efecto multiplicador que, en cambio, no existe para la suba de tributos. Creencia que parece más un acto de fe que una realidad, porque siendo defensores a ultranza de lo público y de la distribución de ingreso, no han podido lograr el retorno de las clases presenciales, que son indispensables para muchos chicos de familias de bajos ingresos. Parece que lobby sindical mata creencias y relato.
La pandemia alteró drásticamente los planes de todos los gobiernos del mundo. Los déficits fiscales volaron y los países centrales decidieron utilizar una mezcla de emisión y deuda en un intento de moderar la recesión y evitar una deflación. Aquí solo usamos la emisión (8% del PBI, incluso mayor que el déficit primario de 2020), a pesar de que la inflación era varias veces superior a la que existe en la mayoría de los países del mundo.
Algunos referentes del oficialismo se jactaron de que la emisión fue acompañada de una baja de la inflación en el segundo trimestre. Omitieron que en el esquema cambiario de la Argentina, la emisión en exceso pega primero en la brecha cambiaria y en la pérdida de reservas del BCRA y, luego de un tiempo, termina en mayor inflación cuando se deprecia el tipo de cambio oficial. No es casual que la inflación anualizada del último trimestre haya sido de 55%.
La reestructuración de la deuda se había pensado para ganar espacio y lograr la solvencia en las cuentas públicas. Se destacó en su momento que la tasa de interés de los bonos en dólares reestructurados (algo menor al 7% anual) era una señal clara de insolvencia. Sin embargo, luego de una adhesión al canje casi total, parecería que para alcanzar la solvencia se necesitaba algo más: en el mercado secundario los bonos en moneda extranjera tienen rendimientos que superan el 15% anual en dólares, y los de mediano y largo plazo en pesos ajustables por inflación rinden entre 7 y 8% real. Tasas claramente insostenibles de acuerdo con la visión oficial.
La apuesta es que un programa con el FMI permita mejorar la confianza. Quizás. Pero a la larga o a la corta va a requerir un programa fiscal que muestre un sendero hacia el superávit primario en pocos años, y acciones concretas que muestren que se hace el esfuerzo para ir por ese sendero. No anunciar un plan económico, quizás ni siquiera tenerlo, puede ser políticamente correcto en la Argentina, pero es difícil de entender para los analistas y políticos del resto del mundo.
Además, el calendario metió la pata. En la visión de muchos políticos argentinos las cuentas se pueden ajustar en los años pares, sin elecciones, mientras que en los impares se pretende gastar más para ganar votos. El problema para la coalición gobernante es que la pandemia tocó en año par. Además, sin un plan claro, en 2020 se gastaron las balas heterodoxas controlando tarifas y muchos precios, y prohibiendo despidos. Para aumentar la confianza habría que hacer las correcciones fiscales, remover los controles y volver a la normalidad en las relaciones laborales, pero la política pretende fugarse hacia adelante evitando los ajustes más visibles, porque estamos en un año electoral.
Es difícil saber si la fuga hacia adelante puede ser exitosa. Hay dificultades obvias (pocas reservas en el BCRA) y otras menos obvias, pero relevantes. La gran emisión para el Tesoro que ocurrió en 2020 de 2 billones de pesos, en parte fue absorbida vendiendo dólares y, en parte, colocando letras en los bancos, que pudieron aceptarlas porque la pandemia generó un aumento temporario en los depósitos transaccionales. No es posible repetir eso en 2021. Por ello, el Gobierno pretende financiar una parte importante del desequilibrio que se resiste a ajustar, colocando deuda en el mercado local. Pero el mercado es chico y las tasas son altas. Pan para hoy y hambre para mañana.
O peor aún, si se pretende tentar a los ahorristas con tasas reales muy altas, podría desbordarse el déficit cuasifiscal del BCRA. Frazada corta que no se puede estirar con controles, restricciones a las importaciones y exportaciones, o súper cepo. Se puede tratar de aguantar, pero eso solo aumenta el tamaño del desequilibrio. La disyuntiva es ajustar en forma ordenada o que la realidad imponga un ajuste desordenado, o seguir apostando alegremente a que las condiciones externas mejoren todavía más.
Paradójicamente, el relato épico se sostiene gracias a un precio alto del "yuyito". Pero el relato no puede someter los incentivos de la gente a desprenderse de los pesos excedentes y ahorrar en dólares, a mover la producción hacia lo que no prohíbe el Gobierno, o a invertir en actividades de dudosa viabilidad en el largo plazo que son rentables por la brecha cambiaria o ventajas tributarias. Y tampoco puede evitar que aumente la inflación. En definitiva, frente a los problemas se requieren soluciones profesionales y no épica.
Pese a las condiciones externas favorables, hay una gran incertidumbre económica, que actúa como un enorme impuesto que modera la recuperación de la economía. El Gobierno tiene los elementos para empezar a reducirla, pero primero debe aprender a cuidarse de sí mismo, dejando de lado la idea de que la economía funciona como los políticos de la coalición gobernante creen que debe funcionar. Si abandonamos por un tiempo el reino del revés y empezamos a adoptar medidas de política económica validadas profesionalmente, quizás podamos salir del atolladero.
El autor es economista jefe de la Fundación de Investigaciones Económicas Latinoamericanas (FIEL)
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