Monopolio y competencia, como elección y como sistema
Existen oferentes únicos de ciertos bienes y servicios por diferentes causas; cuáles y cómo juegan en la economía
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Si cada ser humano desea maximizar la diferencia que existe entre sus ingresos y los gastos en los que tiene que incurrir para generar dichos ingresos, es lógico que trate de ser el único oferente cuando vende y el único demandante cuando compra. Es decir, que intente ser monopolista y monopsonista, respectivamente, y que compita cuando no tiene más remedio que hacerlo. Según esta perspectiva, los competidores son monopolistas frustrados. ¿Por qué los economistas hablamos bien de la competencia y casi todos mal de los monopolios?
Sobre esta cuestión conversé con el estadounidense Charles Ellet (1810-1862). Autodidacta en matemáticas y francés, estudió en la Escuela de Puentes y Canales de Francia, en ese entonces considerada la institución de posgrado líder mundial en ingeniería. Regresó a los Estados Unidos luego de un par de años, y se convirtió a los 22 años en el principal diseñador de puentes colgantes de su país. Construyó en 1849 el que fue el puente colgante más largo del mundo, a través del río Ohio en Wheeling. Con grado de coronel, durante la guerra civil diseñó, construyó y comandó la flota de la Unión, en la batalla naval de Memphis, Tennessee. Falleció como consecuencia de las heridas recibidas en esa lucha.
–¿Cómo llegó a la economía? Pregunto sin sorprenderme, dado que muchos graduados en ingeniería incursionaron en la materia.
–A raíz de los errores que percibí en mi empleador, la Asociación para el Mejoramiento de los ríos James y Kanawha, en cuanto a la tarifación del servicio de uso del canal y, eventualmente, del ferrocarril.
–¿En qué consistió su principal aporte, que algunos ubican en el nivel de los de Antoine Augustus Cournot, Arsene J. E. J. Dupuit, Dionysius Lardner o Johann Heinrich von Thunen?
–Según Robert Burton Ekelund, en un conjunto de trabajos que publiqué entre 1840 y 1844 mejoré significativamente la teoría económica del monopolio, la selección de insumos, la economía espacial, el análisis de beneficios y costos y la estimación econométrica. Diferenciando entre el problema técnico, que me preocupaba como ingeniero, y el problema económico, que me interesaba como promotor de obras públicas. Derivé la curva de demanda para un ferrocarril monopolista, utilizando la distancia como variable independiente. También analicé el caso de la discriminación de precios, mostrando que se podía diseñar un sistema tarifario relacionado de manera inversa –aunque no proporcional– con respecto a la distancia, que mejoraría la situación de todos los interesados (las empresas, los usuarios, el Estado, etcétera).
–La mayoría de los textos de microeconomía se ocupa primero del caso de competencia y luego del de monopolio.
–Es más, en el caso de competencia, encima destacan el de la competencia perfecta. Para entender la realidad es mejor comenzar por el de monopolio, y, dada las ventajas que tiene ser el único oferente en un mercado, preguntarse por qué hay gente que compite.
–Lo escucho.
–Existen monopolios por razones naturales o tecnológicas, por decisión del Estado, por comportamientos mafiosos o porque uno de los oferentes es tan pero tan eficiente que los demás quiebran. Ejemplos: le compro energía eléctrica a la empresa que la distribuye en el domicilio donde vivo; no tiene sentido tender redes competitivas de electricidad, en una misma ciudad. El Estado puede disponer que solo X puede vender pizza en un país, pero también puede ocurrir que uno de los pizzeros contrate matones para que rompan las instalaciones de sus competidores, o que ofrezca el producto con tal calidad y a un precio tan conveniente que los otros competidores se fundan.
–Esta última es la hipótesis de los mercados desafiables, planteada por William JacBaumol.
–Por eso, como usted bien dice, no todo el mundo habla mal de los monopolios. Ahora bien, desde el punto de vista práctico, la mayoría de los monopolios pertenecen a las dos primeras hipótesis. Precisamente, la desregulación y la apertura de la economía buscan reducir la operatoria monopólica originada en la intervención estatal.
–¿Por qué los economistas hablamos bien de la competencia?
–Precisemos la pregunta. ¿Por qué, más allá de nuestros intereses individuales, recomendamos que el sistema económico opere en un contexto lo más competitivo posible? La respuesta es sencilla: porque en dicho contexto los oferentes no tienen más remedio que “rendir examen” todos los días, para sobrevivir y obtener ganancias en la medida de lo posible.
–¿Me está diciendo que los monopolistas no tienen que rendir ningún examen?
–Perdone la exageración, porque tienen que estar atentos a cambios tecnológicos que les hagan perder el carácter de monopolio natural y cultivar la relación con el gobierno de turno, quien los protege de la competencia interna e internacional. Pero es un examen distinto y mucho menos exigente que el que enfrenta cada uno de los taxistas, vendedores ambulantes de palta o fabricantes de pollos.
–En particular, siempre me llamó la atención que en el análisis económico la curva de costos del monopolista fuera la misma que la de los competidores.
–Desde el punto de vista empírico es una estupidez, porque supone que minimizar los costos no es una tarea costosa, tanto en términos de recursos como de sensibilidad humana. El monopolista se puede hacer el “bueno” con sus trabajadores, mucho más que los competidores, pero porque está distribuyendo dinero de los consumidores. Harvey Leibenstein, con su hipótesis de “ineficiencia X”, mostró las razones por las cuales la curva de costos de los monopolistas está por encima de la de los competidores.
–Lo cual implica que la mejora de bienestar que implica eliminar las reglas de juego que posibilitan la existencia de un monopolio son superiores a las que sugiere el análisis microeconómico de los libros de texto.
–Así es. Enfaticemos este punto, porque es muy importante. Cada competidor, que a sus beneficios luego de pagar los impuestos los destine a lo que le parezca: yates de lujo o comedores comunitarios. Pero, como obtuvo los beneficios en un contexto competitivo, quien dona lo hace con sus ingresos. Por el contrario, un monopolista cuando dona parte de los beneficios, en realidad está siendo generoso con el sobreprecio que les cobra a sus clientes.
–¿Qué debe hacer el Estado con los monopolios naturales, mientras sean inevitables?
–Regularlos. En las últimas décadas el análisis económico de la regulación avanzó mucho a raíz de nuevos desafíos. Hoy no se trata solo de tarifar el paso de los buques por los canales, sino, por ejemplo, la licitación de sistemas de comunicación. Como bien dice Hernán Lacunza, no hay que operar con un hacha, sino con bisturí.
–Don Charles, muchas gracias.
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