Milei: Adam Smith es más útil que Robert Solow
Es importante destacar que el Presidente no pretende en su libro haber descubierto algún principio económico, sino enfatizar lo que le parece más importante, dentro de la “caja de herramientas”
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“Dirijo este libro principalmente a mis colegas economistas, aunque espero que también le resulte legible a quienes no lo son”. Así comienza el prólogo de La teoría general de la ocupación, el interés y el dinero, que John Maynard Keynes publicó en 1936. Así tendría que haber comenzado el prólogo de Capitalismo, socialismo y la trampa neoclásica. De la teoría económica a la acción política, que acaba de publicar Javier Gerardo Milei.
Milei formula una pregunta importante: ¿qué porciones del análisis económico resultan más útiles para interpretar y actuar cuando se imaginan, diseñan e implementan las políticas públicas que cabe llevar adelante en un país; particularmente cuando el desafío es el desarrollo y la transformación, y no meramente el crecimiento del PBI?
Su respuesta, sintéticamente, es la siguiente: la “línea” integrada por Adam Smith, Joseph Schumpeter, Allyn Young y Paul Romer es mucho más útil que la formada por Francis Edgeworth, Vilfredo Pareto, Kenneth Arrow-Gerard Debreu y Robert Solow.
¿Qué significa esto en términos de ideas? La primera línea, la división del trabajo; el rol del empresario innovador y la destrucción creativa; el aprovechamiento de los rendimientos crecientes a escala porque la referida división del trabajo facilita el empleo de maquinaria, y la endogeneización del cambio tecnológico. La segunda línea, la economía del intercambio, más que la de la producción, en un contexto estático; la investigación de las propiedades del equilibrio económico general en contextos que poco tienen que ver con la realidad, y el cambio tecnológico exógeno.
Coincido con la tesis central del libro. Estudié en la década de 1960, cuando la macroeconomía era keynesiana y la microeconomía, neoclásica, y no le prestábamos atención a la política, a la historia y a las instituciones. Menos mal que después leí mucha historia, biografías, autobiografías, etc. No reniego de mi formación, pero flaco favor les hace a sus alumnos el profesor de microeconomía que luego de explicar el modelo neoclásico de la empresa no les hace leer a los estudiantes las obras de Armen Alchian, Harvey Leibenstein, Herbert Simon, etc. Mejor aún, debería invitar al aula a un empresario de carne y hueso, para que explique qué decisiones adoptó y por qué lo hizo.
La realidad es cambio, no equilibrio; ergo, es desafío para cualquier decisor que sabe que opera en un contexto muy incierto. Aplicados de manera literal, los modelos basados en la certeza generan recomendaciones de política económica que, en el mejor de los casos, son inocuas, y en el peor, peligrosas. Schumpeter designó a esto “vicio Ricardiano”; calificando este proceder, yo soy más contundente.
La línea Smith, Young, etc., obliga a replantear la cuestión de los monopolios. No los que surgen de la “franquicia” que el gobernante le otorga a alguno de sus amigos para que en una ciudad sea el único que puede vender camisetas, libros o ravioles, sino el que surge de la relación entre el aprovechamiento de las economías de escala y el tamaño del mercado.
Hasta aquí la cuestión central, ahora, la periferia, como diría Raúl Prebisch.
1) Acusaban a Antonio Vivaldi de haber escrito la misma canción 600 veces; de la obra de Milei se puede decir lo mismo, porque está integrada por material elaborado a lo largo de la última década. Basta con leer cualquier capítulo para captar la esencia del mensaje (algunos lo expresan en castellano, otros en ecuaciones).
2) Acusan al presidente de la Nación de haber plagiado escritos de otros autores. Que se defienda él, pero es importante destacar que Milei no pretende haber descubierto algún principio económico, sino enfatizar lo que le parece más importante, dentro de la “caja de herramientas”, según la conocida expresión de Joan Robinson. En otros términos, la obra no busca postularse para el Nobel, sino opinar sobre la relevancia de diferentes porciones del análisis económico, lo cual es más importante.
3) Las fallas de mercado existen, pero –en la Argentina al menos–, en la enorme mayoría de los casos son mucho menos costosas que las fallas del Estado. Estudié la economía neoclásica y no soy socialista; que Joseph Stiglitz sea intervenciomaníaco no es culpa del esquema neoclásico. Ronald Coase, con el caso de los faros, descubrió un interesante contraejemplo a las deficiencias en la provisión privada de los bienes públicos; pero mejor que tomemos en serio la cuestión del deterioro ambiental, donde el mercado falla. A la edad que tengo sé cómo defenderme de los pizzeros, los tintoreros y los pintores, pero estoy mucho más vulnerable con respecto a la empresa de medicina prepaga. En términos cuantitativos y provocativos, el mercado soluciona el 98% de los problemas, pero por favor que las autoridades se ocupen, pero serio, del 2% restante.
Levantemos la puntería. Pongamos el análisis económico al servicio de entender y mejorar la realidad; para lo cual cabe tomar de Capitalismo, socialismo y la trampa neoclásica lo que tiene de bueno, y ubicar en su lugar lo que tiene de discutible.
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