Milagros Gismondi: “¿Quién invierte cuando no se sabe cómo será el próximo mes?”
La economista, que asesora al gobierno de la Ciudad y a María Eugenia Vidal, dijo que llama la atención que Martín Guzmán hable más como un consultor que como quien esta a cargo de la gestión económica del país, y sostuvo que la suba de salarios le pone hoy un condimento más a la inflación
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Estudió Economía en la Universidad de Mar del Plata y tiene un máster en Políticas Públicas (UTDT) y en Evaluación de Impacto (University of East Anglia, UK); fue jefa de Gabinete del Ministerio de Economía de Buenos Aires y de la Nación en las gestiones de Hernán Lacunza, con quien trabaja actualmente en Juntos por el Cambio
La economista Milagros Gismondi fue candidata a integrar la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires por Juntos por el Cambio en las últimas elecciones. Actualmente es jefa de equipos técnicos de Emmanuel Ferrario, vicejefe de gobierno de la ciudad, asesora de la diputada María Eugenia Vidal en temas económicos y docente en la Universidad Austral. Además, integra el equipo del exministro de Economía, Hernán Lacunza, que trabaja en el diseño de un plan económico para 2023.
–La vicepresidenta Cristina Kirchner dijo que se había reducido la emisión monetaria, pero que la inflación igual no baja. ¿Por qué?
–Confundió términos y análisis. Por un lado, el 70% de la emisión del año pasado, que fue casi 4% del PBI, estuvo concentrada en los últimos seis meses en lo que fue el “plan platita”. El impacto de la emisión en la inflación no es inmediato. Ningún país del mundo vive con estos niveles de emisión y de déficit fiscal. Probablemente por eso, el ministro salió a hacer referencia de que no hay modelo económico que soporte financiar tres o cuatro puntos de déficit o tener subsidios económicos equivalentes a 3% del PBI, porque eso es insostenible. Lo que llama la atención es que el ministro parece más un consultor económico que alguien que está a cargo de la gestión hace 30 meses.
–¿Por qué lo dice?
–En 2019 las tarifas cubrían el 60% del costo de la energía; hoy cubren el 30%. En el camino hubo decisiones que este mismo ministro, que dice que es insostenible la situación, avaló, porque la Secretaría de Energía depende de él.
–¿Qué cambió en el medio? ¿Fue el acuerdo con el FMI?
–Hay que intentar respetar las exigencias del FMI y desviarse lo menos posible de lo que fueron las metas. Hay bastante consenso respecto de que habrá un corrimiento de esas metas, un poco por la guerra como excusa pero, además, por cómo se vienen dando las variables. El ministro está tratando de que los desvíos sean lo más chicos posibles. Eso marca un contexto, pero igual Guzmán ya daba algunas definiciones parecidas a estas desde antes, como cuando dijo que los subsidios son “pro-ricos”. El problema es que tenemos un ministro de Economía que no representa la totalidad de la visión económica del Gobierno, y eso tiene consecuencias, porque después se toman decisiones con esa interna abierta pero, además, por la incertidumbre que genera. ¿Quién invierte o crea trabajo cuando no se sabe bien cómo será el próximo mes?
–¿Cuánto de la inflación alta se explica por la guerra y cuánto por causas domésticas?
–Nuestra inflación terminó en 51% en 2021 y el mes pasado llegó a 58% interanual, pero está corriendo a una velocidad que está en torno a 80%. Cuando vemos trimestres del año pasado, era más cercana a entre 3 y 3,5%, y ahora el primer cuatrimestre estará en torno a 5,2%. Eso es un nuevo escalón inflacionario, donde las razones son internas: la emisión de 3,8% del PBI del año pasado, muy concentrada en el segundo semestre en tiempo de elecciones, y encima hubo cierto abuso de las anclas, las tarifas aumentaron 10% y el tipo de cambio, 25%, con una inflación que corría al 50%. Esas anclas ahora se empiezan a liberar. De hecho, otra ancla que se está moviendo y con fuerza es la de las paritarias; ahí también se cuela la interna abierta. No es un dato menor que una vicepresidenta celebre una paritaria del 60%, porque le pone un piso explícito al resto. Si bien el 60% está por debajo del 65% de inflación que el consenso de los economistas ve para este año, está por encima de la inflación interanual actual. No es menor que eso se empiece a soltar, al igual que el tipo de cambio, que se empieza a mover más rápido, y que las tarifas. Además, se tiene una caída de la demanda de dinero.
–Guzmán dice que la aceleración inflacionaria se debe también a todo el ruido político.
–Sin duda, porque con la inflación hay dos componentes: el exceso de oferta y la incertidumbre política. Se emite mucho y encima no hay demanda de pesos. Con el cepo eso se controla, porque casi se obliga a estar en pesos, pero la incertidumbre política empieza a generar cada vez más ruido y, si uno no se puede ir a otros activos financieros, cambia la cama o la heladera. No es casualidad que el turismo interno se haya movido tanto, es también producto de lo que se puede hacer con los pesos. Y esto le pone un piso a la inflación, que viene aumentado 15 puntos porcentuales por año: de 36% en 2020 a 51% el año pasado y hoy se habla de un piso de 65% para 2022. Para que la inflación sea inferior al 70% este año, en los próximos ocho meses el promedio mensual debería ser del 4%, lo que implicaría una fuerte desaceleración.
–¿Es consistente frenar la aceleración inflacionaria al mismo tiempo que se busca que “los salarios le ganen a la inflación”?
–Las paritarias son un componente más de los costos; si los costos son más altos, los aumentos de paritarias se trasladan a mayores precios. La inflación es, fundamentalmente, la pérdida de valor de la plata, y se pierde valor por la fuerte emisión o por la desconfianza. Hay otras anclas que podrían tirarlo para abajo, como tarifas, tipo de cambio y paritarias. El año pasado, el salario real, incluso el de los empleados formales, cayó en torno a dos puntos. Este año, si aumentan, le ponen un condimento más a la inflación, pero no hay que confundirlos con los culpables de la causa.
–¿Se puede terminar en una hiperinflación, si las anclas se están moviendo y hay incertidumbre política?
–Para que haya una híper, no solo tienen que estar estos componentes, sino que tiene que haber una caída muy fuerte de la demanda de dinero. Eso está bastante contenido con el cepo, pero no quiere decir que esté totalmente descartado el escenario, porque el ruido político podría casi producir una híper. Probablemente vayamos a lo que hay ahora: un régimen de alta inflación, corriendo al 80%. La inflación es muy paralizante, tiene efectos recesivos, porque con estos niveles es complicado decidir invertir en el país, abrir un nuevo local. Eso empieza a limitar mucho la economía, aun con números de actividad que siguen festejando el rebote. Como todavía hay ciertos números positivos para festejar, dicen que no estamos tan mal, pero la recuperación económica que se festeja no deja de depender de los altos términos de intercambio –que siguen permitiendo financiar importaciones–, del cepo –que genera demanda, pero a costa de una mayor inflación– y de los otros componentes que tiene el acuerdo con el FMI, como la acumulación de reservas. Acá se ve un agotamiento, porque pese a que el agro aporta muchísimo, el Central no puede comprar dólares. El agotamiento se ve, tal vez no tanto en la actividad, pero algunos sectores ya lo sienten.
–¿Por qué el Banco Central no puede acumular dólares?
–Es consecuencia del mismo sistema perverso. No es que faltan dólares, sino que sobran pesos, lo que hace que se vayan vía atesoramiento, que es poco, pero mientras que el año pasado eran US$150 millones, ahora ya son US$300 millones. Lo mismo sucede con las compras con tarjetas y los servicios como Netflix. El extra del campo se fue por estos consumos en dólares, que muestran que sobran pesos. También está el problema de las importaciones de energía, que en el primer trimestre acumularon US$2000 millones. A esta altura, el año pasado, con menos exportaciones, el Banco Central había acumulado US$4300 millones, y este año, solo US$600 millones con exportaciones récord.
–Dijo que lo más probable es que las metas del FMI se tengan que calibrar. ¿Las tres?
–Son todas desafiantes, pero con compromiso político y con decisión se podrían cumplir. Con la meta fiscal se podría pedir un waiver [exención] por el impacto de la guerra en los subsidios económicos. La meta de reservas es muy difícil de cumplir con este atraso cambiario. El financiamiento del Banco Central lo vemos casi al doble de la meta, en alrededor de 1,8% del PBI, que es alto, pero la mitad de 2021. No es algo que alimentará fuertemente la inflación, siempre que la meta fiscal se mantenga dentro de valores razonables; en vez de 2,5% del PBI, que sea de 3%.
–No bajaría casi nada el déficit, si el año pasado fue 3,1% del producto bruto interno...
–No, y es que la razón de la guerra no es menor. En términos comerciales es neutral el efecto, porque lo que se gana por mayores precios de las commodities agrícolas (US$4300 millones extras), se pierde por mayores importaciones de energía (US$4500 millones). Pero en términos fiscales afecta habrá un extra del gasto en subsidios de 0,6% del PBI.
–¿Cómo hacen para diseñar un programa económico, si es difícil pronosticar cómo llegará la economía a diciembre 2023?
–Es muy difícil sin tener claro las condiciones iniciales. Se trabaja pensando cómo podrían llegar las variables claves. También se piensa qué país queremos. Algunas cosas están claras: queremos que crezca al menos cinco años seguidos. En los últimos 80 años se creció durante más de cinco años solamente tres veces. Lo mismo con bajar la nominalidad de la economía, que se debe hacer con una estabilización. No podemos depender de la maquinita de la felicidad; ya sabemos que no hay manera de tener una macroeconomía sana así. Es un consenso en común, no solo del equipo que coordina Hernán, sino también de otros actores de Juntos por el Cambio.
–Para eso hay que bajar el gasto, que en buena parte está indexado.
–Hay un gasto muy indexado, pero también hay prioridades que hay que rever y mejorar, como evitar el solapamiento entre el gasto de la Nación, las provincias y los municipios. Después está el tema de los subsidios energéticos, que este año serían casi el equivalente al déficit fiscal (3% del PBI). Y hay evidencia que los subsidios son pro-ricos y son regresivos por una doble razón: por cómo están dirigidos, porque gran parte del país está sin gas, y porque se financian con inflación.
–¿Cómo le van a explicar esto a la sociedad?
–Tenemos tres grandes desafíos. Uno más técnico: entender cómo se puede hacer un plan de estabilización para quebrar el serrucho y empezar a crecer de forma sostenida. El otro es que hay una verdadera demanda de cambio: de poner los temas sobre la mesa y explicar que así no podemos seguir. No sé cuánto de efectivo tiene eso, pero hay que ser muy pedagógicos con decir esas verdades, porque la demanda de cambio es la que legitima cuando se quieren hacer ciertas reformas. El tercer desafío tiene que ver con la comunicación de la política económica.
–¿Cree que al gobierno de Mauricio Macri le faltó eso?
–No sé si le faltó. Sin dudas, se subestimaron ciertos problemas, y en eso hay que tener un balance entre la audacia y la prudencia. Hay que ser audaz, en cuanto a poder hablar de reformas y a poder generarlas, cuando vemos que hay algo que no da para más; pero, a la vez, ser muy prudente en cuanto a saber que no hay soluciones mágicas.
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