Miguel Kiguel: “El Gobierno toleró la inflación y nunca trató de bajarla en serio”
Para el exsecretario de Finanzas, la situación de la economía argentina es delicada y el nivel de suba de precios hace que pequeños errores podrían generar grandes problemas; en una charla con LA NACION habló sobre la deuda en pesos y en dólares y sobre el peso de la crisis política
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Es licenciado en Economía por la Universidad de Buenos Aires y PhD en Economía por la Universidad de Columbia; ejerció cargos en el Ministerio de Economía y en el Banco Central, y fue presidente del Banco Hipotecario; además, trabajó en el Banco Mundial y actualmente es director ejecutivo de la consultora EconViews
Para Miguel Kiguel, la situación económica argentina es “delicada”. El exsecretario de Finanzas de la Nación y actual titular de la consultora EconViews, advierte sobre la alta inercia inflacionaria que incrementa los riesgos de una “espiralización” y, a su vez, sostiene que, por la falta de incentivos, las posibilidades de crecimiento real del nivel de actividad “para este año y el que viene son pocas”.
“Es una economía con el tipo de cambio atrasado, aunque el Gobierno insiste en que está bien desde una perspectiva de largo plazo. Pero hoy está atrasado. Tenés una brecha cambiaria muy alta, que en gran medida refleja salida de capitales más que otra cosa, y muy pocas reservas”, afirma.
–¿Por qué dice que el dólar está atrasado?
–Cuando se mira el tipo de cambio, no se lo puede mirar independientemente de la coyuntura. Entonces, puede ser que haya un valor que en el largo plazo esté bien, pero hoy se necesita uno que genere una acumulación importante de reservas. El país tiene, como máximo, dos semanas de importaciones, ¿y cuánto necesitaría? Como mínimo, US$25.000 millones a US$30.000 millones. Y se empieza en US$3000 millones. Esa es la foto. El número tiene que subir y no alcanza simplemente con que la cuenta corriente quede en equilibrio, porque no se acumula nada. Hoy hay superávit en bienes, déficit importante en servicios y, para llegar a US$25.000 millones, tendría que haber un superávit de 2 puntos del PBI y en tres años se llega. Pero los tiempos no dan, y en ese sentido digo que está atrasado. La Argentina necesita un superávit de cuenta corriente de al menos 1,5% del PBI por año para llegar a un número razonable, y hoy eso no está. Estar con equilibrio o déficit de cuenta corriente está bien para un país que tiene reservas, pero por ahora no alcanza. Los dólares que tenemos los argentinos en el colchón o afuera no son reservas y nadie se las va a vender al Banco Central; entonces, lo que necesita el Gobierno es generar incentivos. Para tener un excedente exportable es necesario gastar menos adentro y tener precios relativos distintos, con un tipo de cambio real más alto, o generar entrada de capitales, pero hoy no están dadas las condiciones para eso.
–¿Cuál es su mirada sobre la aceleración de la inflación?
–Está muy alta y hay mucha sensibilidad de la gente, porque es un tema molesto para todos, desde los consumidores hasta las grandes empresas y los negocios de barrio. Genera un problema muy serio el hecho de que nadie sepa cómo fijar los precios en un contexto de mucha incertidumbre, con lo cual muchos suben por las dudas. Eso pasó en las hiperinflaciones. Por supuesto no estamos en esa situación, pero no hay un sendero claro y creíble del tipo de cambio, de emisión monetaria y de pagos de importaciones, que es algo muy importante, porque el que vende hoy tiene que pagar esa importación a 60, 90 o 180 días, y tiene que ver a qué precio vende, porque si después el precio de reposición es más alto, pierde plata. Entonces, no vende, o vende a un precio mayor al que debería. Y eso no es de grandes formadores, sino que pasa porque todos quieren cubrirse, sobre todo las personas que tienen cierta edad, que esto lo han visto muchas veces.
"Es básicamente una inmovilidad de la política económica que hace que la situación se agrave y que a las expectativas de preocupación nadie las pare, porque lo que habría que hacer ahora es anunciar un programa"
–¿Qué hacer para que no se desborde?
–Hoy la Argentina tiene dos problemas cuando uno mira la inflación. Creo que la emisión monetaria está sobreestimada. La cantidad de dinero está subiendo al 60%. Es cierto que el Banco Central emite muchísimo, compró más de $1 billón en bonos y es una expansión del 25% de la base monetaria, pero por otra ventanilla viene absorbiendo con las Leliq. Es cierto que crece la deuda del Central más que los pesos que le llegan a la gente, y ahí hay un problema y un riesgo enorme. La emisión en lo que va de 2022 es parecida a la de años anteriores, con lo cual no da la impresión de que esté desbordada. Lo que hay es mucha inercia, que no es fácil de parar. Ha habido un claro aumento de la indexación de la economía y los plazos se hacen más cortos. Eso tiende a hacer la inflación mucho más inestable y problemática, y cualquier shock externo te pega. Más allá del efecto de la guerra en Ucrania, el Gobierno toleró la inflación y nunca trató de bajarla en serio, más que con controles. Hay riesgo de que se espiralice, porque ante esta inflación, el Gobierno tiene un déficit fiscal grande, se cree que va a emitir más de lo que está acordado en el programa con el FMI y eso afecta las expectativas, sumado a que hay dos precios relativos atrasados, como el tipo de cambio y la tarifas, y el riesgo es que cuando eso aumente, como hay una indexación fuerte, el traspaso a precios sea muy rápido. Es claramente una inflación con la cual pequeños errores generan grandes problemas.
–¿Y cómo se puede empezar a desarmar?
–Con un plan integral. No es solo con política monetaria. Se necesita un plan integral que genere confianza en que van a entrar reservas y que entonces no habrá que devaluar tanto; subirá la tasa de interés, los paralelos se van a apreciar y eso va a ayudar a controlar la inflación y la balanza de pagos. La Argentina necesita un cambio de régimen y salir de esta cosa viciosa de más de 50 años con tipo de cambio atrasado que lleva a una devaluación, y un déficit grande que te complica la deuda y la inflación.
–¿Cuál es su visión sobre el programa con el FMI?
–Cuando se firmó el programa, fue algo inusual para este tipo de acuerdos, porque era light. Nadie entendía cómo el fondo podía ir con un programa que no mencionara el tipo de cambio y la brecha, que no planteara reformas estructurales habiendo dicho que la Argentina necesitaba una reforma de su sistema de pensiones de largo plazo, de sus políticas de comercio exterior, tributaria, laboral. De hecho, una crítica que se le hace al programa de Macri es que no se hicieron esas reformas. Y ahora no hay nada. Y si bien era light, a pesar de que Guzmán quería, no se cumplía, y no se iba a llegar a la meta fiscal o de reservas. La pregunta es qué pasa ahora. Por lo que viene diciendo Batakis, la idea es renegociar, y creo que el Fondo va a estar bastante reacio, más que nada porque ya fue criticado por el programa que firmó. Habrá metas que se puedan revisar un poquito porque cambiaron las condiciones financieras, y el déficit podría pasar de 2,5% a 2,8% del PBI. Guzmán recalibró entre trimestres, y no sé que puede responder el Fondo si la Argentina viene con una propuesta de renegociar metas. Puede verse en un dilema, porque no quiere romper con el país, quiere que haya diálogo, pero no puede aceptar cualquier cosa. Mientras tanto, la Argentina tiene un colchón para enfrentar el pago de septiembre, con los DEG que ya están, y no cumplir esas metas, pero en diciembre no hay forma y sí o sí habrá que llegar a un acuerdo antes de fin de año. Y no descarto un escenario de entrada en atrasos.
–¿Cuánto de esta crisis es económica y cuánto es política?
–No hay dudas de que de que la política está jugando un rol importante, en el sentido de que hay un gobierno cuasi bicéfalo, en el cual cada cabeza piensa distinto. Y eso se ve en el tema del acuerdo con el FMI: para el Gobierno es un programa muy exigente y el problema es cómo acercarse a cumplir las metas. Una parte, la albertista, piensa que hay que bajar el gasto, y la otra parte propone aumentar el gasto y ‘Dios proveerá’. Ahí sí hay un problema, en el sentido de que la cuestión política afecta las decisiones macro. Porque si el Banco Central quiere subir la tasa y a los técnicos del otro lado no les gusta, no se puede subir, y quedamos como ahora. Es básicamente una inmovilidad de la política económica que hace que la situación se agrave y que a las expectativas de preocupación nadie las pare, porque lo que habría que hacer ahora es anunciar un programa, decir qué vamos a hacer, plantear que va a haber dólares y explicar por qué, decir por qué no se va a emitir tanto dinero o lo que se necesite. Pero nadie explica nada, y el programa con el FMI, que ya era un ancla muy débil, está en duda.
"Tengo cierto optimismo en la parte externa, no porque el mundo esté bien, sino porque lo que anda mal no nos afecta. Las commodities caen, pero no se están desplomando y, en última instancia, también cae el precio del gas, y si tenemos un poco más de gas local por ahí las cuentas externas pueden andar bien"
–¿Cuál es su visión sobre la deuda en pesos?
–Hubo cierta renuencia a renovar, por distintas razones. Hubo rumores de reperfilamiento, pero en general la gente quiere tener menos exposición al sector público, y se ve en las empresas, los bancos y los fondos comunes de inversión. Y eso genera más presión al Banco Central porque es el único que puede dar liquidez. Hubo una disrupción de mercado. Hubo un problema de cambios de expectativas y una disrupción donde el tesoro no pudo renovar su deuda. En el mundo, cuando pasa eso, cualquier banco central interviene para intentar evitar esa disrupción, que afecta al crédito, al acceso a liquidez y a la actividad; se puede llegar a flor de recesión. Acá el Central emitió y actuó como prestamista de última instancia del Tesoro, y se supone que en algún momento, cuando se tranquilicen los mercados, se va a poder retirar. El dinero emitido fue absorbido vía Leliq. No genera un problema monetario de inflación, pero se debilita el balance del Banco Central y tiene un montón de otros efectos. Lo que debería hacer es subir las tasas de interés, sobre todo en la parte más corta, que es con lo que empresas, bancos y fondos manejan liquidez, para que la gente se quede en pesos. Eso tiene costos, porque aumenta el déficit cuasi fiscal, pero es la única solución. El riesgo es que el Banco Central empiece a emitir y no pueda absorber vía Leliq, pero ahora no se ve en los números.
–¿Y la deuda en dólares?
–Hoy el país está pagando su deuda, no está en default, pero hay un riesgo país de un país en default o en guerra. Es un problema de prontuario. La Argentina tiene mala reputación con respecto al pago de su deuda, en el sentido de que nunca parece estar dispuesta a hacer el esfuerzo, y siempre cuando hay un problema, reestructura. La mayor parte de los países toma medidas para pagar o mostrar que hace ese esfuerzo. De todas maneras, creo que la Argentina no va a defaultear o reestructurar hasta 2025, porque no tiene vencimientos grandes, y tampoco tiene una deuda inmanejable. El neto con privados es del 50% del PBI.
–Subieron las tasas de interés en Estados Unidos, bajan los precios de la soja, el trigo y el petróleo. ¿Cómo nos impacta eso?
–Tengo cierto optimismo en la parte externa, no porque el mundo esté bien, sino porque lo que anda mal no nos afecta. Las commodities caen pero no se están desplomando y, en última instancia, también cae el precio del gas, y si tenemos un poco más de gas local por ahí las cuentas externas pueden andar bien. Va a depender mucho del tamaño de la cosecha, que este año no fue buena y el clima no ayudó. Pero hay buenas chances de que si bajan los precios se pueda compensar con una mejor cantidad. En exportaciones, el año que viene puede ser igual o mejor. Lo que más me preocupa no es el escenario internacional, sino el local, porque al mercado de capitales tampoco vamos a acceder en 2023, entonces es irrelevante que suban las tasas de interés.
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