Metros cuadrados y arte, el combo perfecto
Durante años, los vascos trataron en vano de frenar la caída en desgracia de Bilbao, desde que la reconversión industrial impuesta por la Comunidad Económica Europea había desactivado la vieja ciudad astillero. Todo fue en vano para remontar la decadencia. Fabulosas inversiones en nuevos barrios, beneficios financieros para desarrollos inmobiliarios... nada parecía funcionar, hasta que un visionario dio en la tecla y le puso alas al proyecto de construir un Museo Guggenheim junto a la ría del Nervión.
Lo demás es historia conocida, Thomas Krenz, entonces mandamás de la sede de la Quinta Avenida, se juntó con los banqueros vascos, los más poderosos de España, e imaginaron algo grande. Soñar no cuesta nada. En realidad, costó cerca de 200 millones de euros, peanuts si se piensa en el "efecto Guggenheim" y en la lluvia de dólares que trajo el turismo.
¿Cuál fue la clave de este éxito? Contratar al arquitecto canadiense Frank Gehry con carta blanca y libertad absoluta para diseñar un museo extraordinario en su tablero prodigioso. Y Gehry lo hizo. Creó un edificio con muros de titanio y la apariencia de un pájaro que se recorta contra la montaña y es la culminación de la calle principal de Bilbao. La ciudad astillero ganó en el podio a los mayores destinos turísticos de Europa, cuando promediaban los años noventa y el escultor estadounidense Richard Serra diseñó un laberinto de chapa, por donde se perdían los invitados la noche inaugural, que contó con catering del chef español Martín Berasategui.
Limpiar el pájaro de titanio cuesta una fortuna y es casi imposible colgar obras en esas salas de paredes irregulares, propias de la arquitectura de Gehry, sin embargo... valió la pena. A la ola de turismo siguió el alza de los precios de la propiedad y una bonanza en sintonía con la autoestima recuperada.
En ese misma ruta se embarcó Alan Faena, hábil como pocos para sumar arte al real estate. El primer acierto fue contratar a Philippe Stark (diseñador industrial francés) para llevar a cabo el Hotel Faena. Ese lobby de acceso de triple altura y cortinados de terciopelo corta la respiración.
Sólo nombrar a Starck garantiza centimetraje en revistas como WallPaper, GQ o Monocle, sin contar que una visita del francés a Buenos Aires es noticia. Como lo fue el paso fugaz de Carla Bruni, cantando baladas sensuales en el Kabaret del Faena. La fórmula arte más metros cuadrados fue el germen del Art District con un proyecto firmado por el arquitecto británico Norman Foster, lord de la reina Isabel II. Después vino el Faena Art Center y, ahora, el empresario que se inició en el mundo textil con Via Vai, en sociedad con Paula Cahen d'Anvers, está en Miami, sobre la avenida Collins, cerrando un proyecto que tiene de nuevo al arte con tema central. Rem Koolhaas, Pritzker de arquitectura, proyectó un centro de exhibiciones (puro valor agregado) y Foster tuvo a su cargo el proyecto de los condos, bajo la dirección creativa de Ximena Caminos, sabia intérprete de los deseos del empresario y coleccionista Alan Faena.
Dos semanas atrás estuvo en Buenos Aires Jorge Pérez, desarrollador inmobiliario y dueño del museo que lleva su nombre proyectado por los suizos Herzog y De Meuron. El viaje tenía como objetivo presentar Armani Residences, un proyecto casi todo vendido camino de Aventura ,en Sunny Isles, en Miami Beach. La clave se llama Giorgio Armani: el italiano de pelo blanco personalmente decorará los espacios comunes, elegirá los cuadros, los objetos de arte y los colores determinantes del clima del lugar. Vivir en espacios "firmados" por el sastre milanés campeón del minimalismo empina el valor del metro cuadrado, atrae a la audiencia premium y, con seguridad, puede inspirar largas conversaciones de sobremesa entre los propietarios de los condos.