Metrodelegados: un souvenir que Cristina Kirchner, Ibarra y Tomada entregaron a la izquierda gremial
La agrupación nació de la mano de la reducción de la jornada laboral; a 14 días de dejar el poder, el kirchnerismo le entregó la personería gremial que, en 2017, la Justicia dejó sin efecto
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Allá lejos y hace tiempo, Aníbal Ibarra, entonces Jefe de Gobierno porteño, le entregó la principal ofrenda a un grupo de sindicalistas que, como se dice el la jerga política, corrieron por izquierda a los sindicatos tradicionales. Después de un intento en el año anterior, en 2003 se publicó una regulación que declaró insalubre el trabajo en el subterráneos. Con el apoyo del oficialismo de entonces, el gobierno de la Ciudad impulsó esa medida que, entre otras cosas, redujo la jornada laboral a seis horas.
Aquella fue una pelea interna que empezó a dar un grupo de empleados de Metrovías, renovadores, combativos y alineados a la izquierda, que le hicieron frente a la vieja estructura gremial.
La decisión generó el embrión de lo que hoy es Metrodelegados. En estos 20 años, el derrotero del sindicato, que aún no está reconocido como tal, es una mutación digna de relatar de cómo los jóvenes que buscaban la renovación gremial adoptaron las formas de la burocracia gremial clásica. Algo así como “nuevos gordos”, como se autotenominan los aquellas estructuras, pero de izquierda.
Hubo otro mojón en la vida del sindicato -que formalmente no es tal- y que estas horas protagonizó la medida de fuerza número 18 del año. Pocos días antes de que Cristina Kirchner termine su segunda presidencia y asuma Mauricio Macri, el obediente Carlos Tomada, ministro de trabajo durante 12 años, les entregó a los Metrodelegados un regalo de fin de fiesta. El 26 de noviembre de 2015, 14 días antes de terminar la gestión, el funcionario firmó la resolución 1601/2015 del Ministerio de Trabajo, mediante la que entregaba la personería gremial a la agrupación, elemento central para ser considerado organización sindical y tener representación de los trabajadores.
Con ese requisito salvado, la agrupación creció. Hasta ese momento, los Metrodelegados tenían fuerte presencia en la Línea B, la que corre por debajo dela avenida Corrientes, y no fueron pocas las veces que sólo hubo medidas de fuerza en ese ramal. Desde entonces, el joven sindicato creció y logró permear en el resto de los recorridos.
Sin embargo, en marzo de 2017, la Cámara de Apelaciones del fuero laboral revocó la resolución del Ministerio de Trabajo que, sobre el final de la gestión kirchnerista, le otorgó la personería gremial a la Asociación Gremial de Trabajadores del Subterráneo y Premetro (Agtsyp). El fallo consideró que había “irregularidades formales” detectadas en la gestión de la personería. Decidió que una vez que sean subsanadas esas falencias, la cartera de Trabajo se expida nuevamente. Todo quedó ahí y actualmente, los Metrodelegados no tienen representación de trabajadores.
Con el paso del tiempo, aquellos jóvenes reformistas que llegaron a cambiar se convirtieron en elenco estable de la cúpula de mando, algo similar a lo que pasa con los tradicionales. Se reeligen mandato tras mandato. Ahora bien, ¿a quién desafiaron estos dirigentes que encabezan Roberto Pianelli, Claudio Della Carbonara y Néstor Segovia? Sucede que a diferencia de lo que sucede en los trenes que corren sobre la superficie que están representados por la Unión Ferroviaria y La Fraternidad (los maquinistas), los que trabajan en los túneles porteños pertenecen a la poderosa Unión tranviarios Automotor (UTA). Esa diferencia entre unos y otros quedó desde la época de los tranvías, que eran UTA. Pues cuando se convirtieron en subterráneos quedaron dentro de ese sindicato.
Esa particularidad no sólo es un anécdota gremial sino que tiene efectos concretos en el sistema del transporte urbano. La Línea B, que llega a Federico Lacroze, se diseñó para que en esa estación ubicada en Chacarita la formación salga a la superficie ya que los vagones y la trocha están preparadas para esa combinación. Pero en la Argentina de las barreras regulatorias y burocráticas, una de las limitaciones que surgió es gremial ya que el conductor de la UTA que va bajo tierra no podría salir a la superficie porque en ese caso, debería ser de La Fraternidad. Y todo el personal que opera ese ramal, pues tendría que estar afiliado a la Unión ferroviaria. Un laberinto borgeano entre vías y durmientes.
Actualmente, alrededor de 20% de los empleados del subterráneo porteño simpatizan con los Metrodelegados, mientras que otro 10% está cerca de la UTA. El resto es independiente y de hecho, suele trabajar cuando hay medidas de fuerza. Esa baja representación hace que los paros no sean tales sino que se parecen mucho a un piquete bajo tierra.
Hoy necesitan alguna bandera nueva. El asbesto, una sustancia que está presente en repuestos y componentes de los subtes, que es cancerígena y cuyo uso ya está prohibido, es una de los ejes de las protestas. En la empresa concesionaria Emova y en el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires dicen que desde 2018 hay un plan para eliminar el componente y una mesa de trabajo en la que están los gremios y que ese elemento no está expuesto a los trabajadores y ni a los pasajeros. Los Metrodelegados mantienen ese tema en alto.
Bajo la gestión de Aníbal Ibarra lograron que el subte sea considerado un trabajo insalubre, situación que no existe en otros lugares del mundo. Esa regulación generó que en el subte se trabajen seis horas diarias (suman 36 semanales dado que trabajan seis días). Ahora tratarán de reducir la carga semanal a 30 horas. Quieren ser los gestores de la jornada laboral más corta del país.
Mientras tanto, la pelea entre los gremios complica la operación. Al punto que cuando se negocian las paritarias, Emova y el Gobierno de la Ciudad firman en con la UTA en un piso. Luego suben al de arriba, y allí los esperan lo Metrodelegados y vuelven a firmar. Las mismas condiciones, pero en pisos separados.
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