Massa, dispuesto a todo para llegar a agosto
Para eso, depende de que el Fondo Monetario Internacional (FMI) termine de ceder al pedido de adelanto de desembolsos, que el ministro viene gestionando desde hace días
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El martes a la mañana Sergio Massa pidió en Hacienda el detalle de las cuentas en dólares de todos los organismos públicos. No importaba cómo –no sumaban más que unos US$ 1000 millones– había que calmar la escalada del billete norteamericano. Durante algunas horas, todas las opciones se pusieron sobre la mesa. Aun en los peores momentos de la corrida cambiaria, el ministro de Economía no dejó de pensar en su candidatura. Su futuro político, sabe, se juega en los próximos 90 días.
Más allá de la tensa calma que consiguió en los últimos dos días, Massa está convencido de que si sortea el tembladeral cambiario quedará bien posicionado dentro del Frente de Todos. Internamente se ocupó de comunicar que el descenso de los dólares financieros fue obra suya y de sus más cercanos, como Lisandro Cleri, vicepresidente del Banco Central, a quien le asignó un rol fundamental en la nueva estrategia cambiaria de la autoridad monetaria.
Pero la realidad es que la clave para mínimamente poder llegar a agosto sin mayores sobresaltos depende de que el Fondo Monetario Internacional (FMI) termine de ceder al pedido de adelanto de desembolsos, que el Ministro viene gestionando desde hace días. En algunas oficinas se habla ahora de unos US$6000 millones.
El Fondo, confiaron fuentes al tanto de las negociaciones, no sería reticente a avanzar. “Hay que ver si los tiempos coinciden con las urgencias”, explicó una fuente. Las conversaciones no son fáciles. Ayer viajó a Washington una comitiva encabezada por el viceministro Gabriel Rubinstein. Es mucho todavía lo que resta definir (de otra manera, Massa no se perdería de estar en la foto).
El FMI no sólo está pidiendo que la Argentina acelere la devaluación, sino que además avance con la eliminación de los subsidios a tarifas de los servicios públicos y acentúe el ajuste de las cuentas públicas. Música para los oídos de la oposición, que en charlas informales con el staff del FMI escucharon palabras similares. “Nunca hubo conversaciones de frenar desembolsos, pero el propio Fondo está hablando de que la administración actual tiene que ir pavimentando el camino para el próximo gobierno, que es quien en definitiva tendrá que renegociar el acuerdo y pagar la deuda”, admitió una fuente de la oposición.
Pero son todos pedidos difíciles de conceder para el oficialismo a medida que se acerca el calendario electoral. Por lo pronto, porque en el Frente de Todos casi nadie quiere hablar de devaluación. “Si hay una sola cosa en la que piensan igual Alberto [por el presidente Fernández] y Cristina [Kirchner] es en que no quieren devaluar”, confió una fuente del Gobierno. “Será cuestión de convencerlos”, deslizó, atento a las exigencias casi inamovibles del Fondo.
Se trata, en definitiva, de una de las medidas que más temor genera en la política. Cuentan funcionarios cercanos a la vicepresidenta que en 2014, cuando el entonces ministro Axel Kicillof avaló un salto del dólar del 25% en una sola rueda, por orden de Cristina no se podía emplear la palabra “devaluación” en las reuniones de gabinete. No sólo se negaba en público la inflación por entonces, tampoco en privado se podía hablar de temas incómodos.
Con una brecha que esta semana superó el 120%, ya prácticamente todo el mercado descuenta que tarde o temprano habrá una adecuación en el tipo de cambio oficial. En los planes de los economistas de los candidatos de la oposición forma parte de las premisas de arranque. Todas las empresas planifican en función de una eventual devaluación. Arcor esta semana decidió rescatar anticipadamente obligaciones negociables en dólares por US$127,9 millones; en el campo, los productores que tienen granos retacean las ventas -muy a pesar del Banco Central, que todavía espera que las cerealeras profundicen la liquidación de divisas- y se financian en pesos con las tarjetas rurales. Otros industriales, sólo calzan ventas en la medida en que se garantizan la provisión de insumos. “Últimamente, somos más traders que empresarios”, confió un hombre de negocios de mil batallas. Porque, en paralelo, también crecen las expectativas de una mayor inercia inflacionaria. “Si el número de abril da 8% –reconoció un miembro del equipo económico– eso va a significar que la inercia es alta, más de lo que esperábamos”. En los bancos, hoy tratar de hacer un plazo fijo ajustado por la UVA (la inflación) es una odisea; sólo se logra si uno va personalmente a una sucursal. Los bancos, más que nadie, cuidan de sus finanzas.
Para el Gobierno, en tanto, la alternativa a una devaluación sólo puede considerarse si en las arcas del Banco Central hay dólares del FMI para contrarrestar la pulseada del mercado. De ahí que otra de las aristas de la negociación con el organismo multilateral de crédito pase por qué proporción de esos adelantos de dinero podrían eventualmente utilizarse para paliar una crisis cambiaria. Por ahora, pareciera que el Fondo sólo estaría de acuerdo con que sirvan de disuasión.
Massa tiene varios argumentos a su favor en la mesa de negociaciones con el FMI. Su buena relación con algunas figuras del establishment de Washington es un activo que incomoda a propios y que celan ajenos. Pero, además, la geopolítica en estos momentos también tira para su lado. Muchos de los países miembros –sobre todo, los europeos– hoy admiten que no estarían a favor de empujar a una crisis a un país productor de alimentos. El impacto que la guerra en Ucrania tuvo sobre los precios de las commodities agrícolas sirvió de ejemplo. Otros, como el caso de Estados Unidos, ven en la Argentina un aliado en tiempos en los cuales Brasil pareciera estar coqueteando con acercarse más a China y Rusia. Tampoco pueden admitir que un país como la Argentina entre en default porque podría provocar una cadena de cesaciones de pago entre otros países mucho más pobres que también tienen programas con el FMI.
Y, lo que no es menor, en el último tiempo también comenzó a operar entre los accionistas del Fondo el temor al fenómeno Javier Milei. No es un miedo excluyente del organismo multilateral, que ve en el candidato de la Libertad Avanza un personaje demasiado rupturista, asimilable por momentos a Jair Bolsonaro, el expresidente brasileño, que se caracterizó por una errática política exterior y de pésima relación con los Estados Unidos de Joe Biden. También grandes fondos de inversión internacionales que hasta hace apenas algunos meses empezaban a ver con cariño activos argentinos se paralizan ante la posibilidad de que Milei acceda a una segunda vuelta electoral, un escenario que ningún encuestador afirma pero que tampoco ninguno descarta. “Milei va al ballotage y el mercado sigue sin estar preparado. Esta semana es nada al lado de lo que puede pasar en el mercado si Milei es presidente”, dijo, inquieto, un hombre de la City porteña.
Entre los empresarios grandes Milei también se presenta como un personaje indescifrable. Poco colaboró para mejorar su imagen la exposición que dio la semana pasada en Bariloche, en el Foro de Llao Llao, que convocó a alguno de los principales empleadores del país. Entre los jóvenes y en el Conurbano bonaerense, sin embargo, el economista suma cada vez más adhesiones. En la Matanza, el municipio más populoso de la provincia de Buenos Aires, un puñado de hombres de negocios –entre los cuales se encuentran nombres como Carlos Miguens o Enrique Cristofani– empezaron a movilizarse para buscar referentes nuevos que permitan entusiasmar al electorado; hacen fuerza por que el concejal de Juntos por el Cambio, Lalo Creus, sea el bendecido por los jefes de la coalición opositora. No debería de sorprender que tengan éxito; la llegada que tienen algunos de ellos a Mauricio Macri es inmejorable.
Una ruptura que dará que hablar
En el corto plazo, para mantener la pax cambiaria, el equipo económico planea darle pelea al mercado con herramientas clásicas: intervenciones en los dólares financieros, presiones sobre operadores vía la AFIP o la Comisión Nacional de Valores, y ventas de divisas que todavía quedan del préstamo –swap– vigente con China. De los US$5000 millones que el gigante asiático le habilitó a la Argentina para disponer libremente, ya se desembolsaron US$4000 millones y se espera que la semana próxima lleguen los US$1000 millones restantes.
Si es necesario, también habrá nuevas subas de tasas de interés. Remozados acuerdos de precios y promesas de aumentos de salarios. Y se seguirán ordeñando a fondo los organismos de crédito, como la Corporación Andina de Fomento, el BID o el Banco Mundial. Curiosamente, pese a la escasez de divisas, el equipo económico definió que ya no forme parte del menú el Fonplata, el organismo de crédito con sede en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, del cual la Argentina es accionista en un 33 por ciento. Por diferencias políticas con los socios accionistas, Brasil, Uruguay, Bolivia y Paraguay –la Argentina no logró imponer su candidato a la presidencia–, Massa envió una carta el 21 de abril pasado solicitando formalmente “cesar la membresía de la Argentina del fondo”. Fonplata tiene 32 proyectos activos en el país, cuyos desembolsos deberán congelarse en cuanto la salida de la Argentina sea un hecho. Probablemente, más de un intendente pondrá el grito en cielo cuando se entere: “con la mía no”. Pero lo peor, la salida podría costarle en el cortísimo plazo, US$ 80 millones. No siempre la política sirve para arreglar, a veces, también rompe.
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