Más presión sobre el dólar: el chispazo que detonó la salida de Martín Guzmán
Las trabas de Máximo Kirchner y las disputas en medio de los ruidos financieros y cambiarios con Miguel Pesce dinamitaron la paciencia del ministro; también cuestionan los constantes ataques de la vicepresidenta
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Martín Guzmán comenzó el miércoles 8 de junio pasado a transitar el camino que lo conduciría a la salida definitiva del Ministerio de Economía. Ese día, los bonos de la deuda en pesos atados a la inflación tuvieron un desplome inesperado y desnudaron, para el exfuncionario, la precariedad que rodeaba su trabajo. En parte, porque la corrida contra esos papeles había sido autoinfligida por una operación descoordinada de Enarsa, la empresa de energía que maneja La Cámpora. Pero también porque ponía en evidencia que el presidente del Banco Central, Miguel Pesce, se había sumado a la lista de díscolos.
Cerca de Martín Guzmán hablan esta tarde de “un acto de responsabilidad” del ministro de Economía más longevo de la historia del kirchnerismo. Los ataques personales no lo inquietaban particularmente, pero sí lo hacía la imposibilidad de llevar adelante la gestión, el día a día, con las obstrucciones retóricas de la vicepresidenta Cristina Kirchner y las trabas operativas de La Cámpora comandadas por Máximo Kirchner. La gota que rebalsó el vaso fueron los desencuentros con el Banco Central.
Guzmán le reprochó a Pesce sus manejos con la tasa de interés que paga el Banco Central. Son el satélite que mueve las oleadas de dinero. El ahora exministro de Economía reprochaba que el titular del BCRA les pagaba un premio muy alto a los bancos para que compraran Leliq y dejaba sin demanda sus propios bonos del Tesoro. Esas diferencias pusieron sobre la mesa un problema que hasta ahora todo el kirchnerismo negó en conjunto: la deuda en pesos también es peligrosa para la Argentina.
La pelea se zanjó verbalmente para el lado del exministro. El propio Guzmán aseguró que Pesce garantizará el valor de los bonos en pesos. El jefe del Banco Central, parcialmente, lo hizo: imprimió hasta este viernes $690.000 millones para comprar los bonos en crisis de Guzmán. A eso le sumó otros $377.000 millones para financiar el gasto del Tesoro. La prueba de lealtad, sin embargo, llegó tarde desde la mirada del ministro.
No es el primer cortocircuito entre Guzmán y Pesce. Otro pasó en octubre de 2020, cuando el dólar blue casi llegaba a los $200 y Fernández le entregó a Guzmán el manejo de la crisis. Volvió a pasar en los últimos días, con fuertes cruces entre el presidente de la entidad monetaria sobre el accionar -o la falta de accionar, en rigor- del BCRA durante la tormenta financiera, pero también por el timing de ciertas medidas reclamadas por Guzmán. Algo de esto le dijo el jueves último Guzmán a Alberto Fernández. Allí le pidió al Presidente que se aplicaran otras medidas desde el Banco Central. Nunca llegaron.
La salida de Guzmán deja en un lugar incierto al propio Pesce. En la crisis inflacionaria que vive la Argentina, el titular de Economía y el presidente del Banco Central son dos funcionarios en caída libre agarrados del mismo paracaídas. Pesce todavía no escribió su renuncia, pero sabe que el sucesor de Guzmán podría quererlo fuera del barco.
La marcha del dólar es un acelerador de esos tiempos. No solo porque la plata no vale nada, sino porque valdrá cada vez menos, dado que si bien Guzmán ya no está, las dificultades que pesaban sobre su gestión, siguen.
Avezados lobbistas financieros y viejos políticos ven solo una alternativa para evitar el caos que sigue a la salida de un ministro. No en el corto plazo, que ya está perdido en ese sentido, sino en el mediano. Se trata de aplicar un plan ortodoxo con urgencia: subir las tasas de interés, devaluar con moderación para achicar la brecha cambiaria y ensayar un ajuste que nadie note. Algunas de esas ideas rodean desde hace tiempo a Sergio Massa, que convenció incluso a referentes de La Cámpora.
Guzmán tuvo el viernes una señal ineludible. El kirchnerismo en el Senado le dio media sanción a la moratoria previsional, que tendría un costo de $200.000 millones para el Tesoro. Juliana Di Tullio, una senadora muy cercana a Cristina Kirchner, dijo que habían tomado la decisión sin consultarle al ministro, sino a la Anses, que conduce Fernanda Raverta, integrante de La Cámpora. Es casi el reconocimiento de la existencia de un Ministerio de Economía en las sombras con un puente entre el Congreso y parte del Gobierno.
Guzmán meditaba permanentemente su renuncia, pese a que sistemáticamente negó su salida ante cada pregunta en ese sentido en las entrevistas que ofrecía. Lo hizo, incluso, en la última con Ernesto Tenenbaum, días atrás en la radio. Allí dijo que las posibles salidas siempre están a disposición de Alberto Fernández, pese a que negó la posibilidad de que el futuro lo viera alejado del Palacio de Hacienda. Incluso este domingo tenía la intención de viajar a Francia para terminar de cerrar la negociación con el Club de París por una deuda de US$2000 millones.
En los últimos días, dos cuestiones venían horadando sus decisiones. La primera viene de lejos y responde directamente a la interna del Frente de Todos. La Cámpora había vuelto a frenar la segmentación de tarifas con la que el ministro quería empezar a darle alguna solución a la enorme bola de subsidios energéticos.
La resolución 467 que había firmado el secretario de Energía, Darío Martínez, para dar beneficios adicionales en la Patagonia, entorpecía la instrumentación de la quita de subsidios, estimaban en Economía. Martínez debería responder a Guzmán en el organigrama, pero estaba más cerca del hijo de la vicepresidenta. Esa decisión atrasaba una vez más la segmentación y la salida del registro que parte de los usuarios deberían completar para no perder la ayuda oficial. Ese registro estuvo -sin suerte- toda la semana pasada “por salir” y se estimaba que recién en septiembre podría aplicarse la segmentación, pese a que según la normativa era retroactivo a junio pasado.
Ese es sólo un ejemplo de las permanentes trabas que sufrió Guzmán en el área energética desde que Cristina Kirchner digitó el aumento que debería darse en 2021 en La Plata y luego de la guerra que comenzó cuando el ministro de Economía intentó desplazar -con aval presidencial- al subsecretario de Energía Eléctrica y hombre de La Cámpora, Federico Basualdo. Esos cables de alta tensión minaron el trabajo del Ministerio en una cuestión que hace al núcleo del acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI): la sustentabilidad fiscal (hoy en duda por el crecimiento de los subsidios).
En ese sentido, quienes acompañaron a Guzmán descartaban que lo personal lo afectara. Sí, en cambio, hacía tiempo que sentía que no podía instrumentar cambios a la gestión y que no tenía el control de algunas partes de la cartera que conducía. Allí apuntaban directamente a Energía, ya que semanas atrás, Guzmán sumó incluso una oficina importante para Cristina Kirchner, como lo era la secretaría de Comercio Interior, que conducía Roberto Feletti.
La verborragia de Cristina Kirchner, que volvió a ser noticia, también fue erosionando al ministro, pese a que no lo dijera públicamente, porque fueron minando el poder político para argumentar cada decisión. Como las trabas operativas en materia de energía -donde Guzmán incorpora a YPF-, la vicepresidenta lo fue dejando solo con sus argumentos. En ese juego es que Guzmán cree que es un acto de responsabilidad irse, para que el próximo ministro tenga las herramientas necesarias para manejar la silla más caliente en la Argentina: la del ministro de Economía.
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