Más plataformas digitales y menos primeras citas: el coronavirus y sus efectos colaterales
El primer mensaje desde la Universidad de Shangai llegó a fines de enero, cuando el físico argentino Pablo Groisman estaba armando las valijas para ir a dar un curso de "análisis complejo". El ciclo que debía comenzar el 3 de febrero, informaba el correo electrónico, se postergaba una semana. El segundo mail lo reagendaba para el 17 de febrero, y la tercera comunicación establecía que el seminario directamente se haría online.
"Tuvimos dos semanas para armar todo en forma remota, con poca o ninguna experiencia en el tema -cuenta Groisman-, finalmente optamos por una plataforma que nos facilitó la Universidad de Nueva York (NYU, asociada en el programa a la de Shangai, que sigue con sus puertas cerradas), con el desafío de que la experiencia fuera lo más cercana posible a la presencial. Eran herramientas que hace años estaban disponibles y nadie las usaba. Con varios optamos por el 'voice thread', algo parecido a un hilo de Twitter pero con videos, audios, participación de alumnos, referencias a investigaciones, etcétera".
La experiencia viene muy bien y Groisman, también investigador del Conicet, piensa incorporar varias de las modalidades a sus clases en la Facultad de Ciencias Exactas en la UBA: "Por ejemplo, el feedback de las tareas, que se vuelve mucho más rico que lo habitual de ponerles alguna nota escrita en la hoja que entregan los alumnos", dice.
Además del cataclismo económico que provocó en los últimos días (un golpe durísimo y ajuste inmediato en sectores como el turismo, los eventos y los recitales), el coronavirus está teniendo efectos masivos e impensados en algunas avenidas tecnológicas que ya estaba desarrolladas, pero que por distintos motivos no habían llegado a un punto de quiebre hacia una trayectoria de crecimiento más explosivo. "Hay un mundo reseteado en 2020, por las elecciones de los Estados Unidos pero, fundamentalmente, por el coronavirus", explica a LA NACION Rebeca Hwang, ingeniera e inversora argentina, profesora de Stanford y especialista en innovación.
La expansión de la pandemia bien podría ser un "cisne microscópico" (por el Cisne Negro, de Nassim Taleb, que refiere a un hecho inesperado y de consecuencias enormes), así como el economista argentino Romain Svartzman, del Banco de Francia, acuñó el término "Cisne Verde" para referirse a un evento de similares características en el terreno del cambio climático.
Para Hwang, hay un factor externo que mueve tecnologías a un nuevo equilibrio, del cual es difícil que se vuelva. Los beneficiados inmediatos: todas las plataformas para realizar tareas (trabajo, educación, atención médica, gimnasia) en forma remota: (Zoom, Platoon, etcétera). Hwang vive en Silicon Valley y se sorprendió al ver completamente vacíos todos los ámbitos que frecuenta. "Esto no pasó con otras crisis anteriores; por lo general es un lugar inmune a estos meteoritos. Creo que, en parte, hubo más empatía con el riesgo porque la viralidad (los fenómenos que crecen exponencialmente) es algo central del idioma y de la psicología de las empresas de tecnología del valle: hay un punto de contacto cercano entre cómo se comporta el coronavirus y los videogames y otros productos digitales que salen de aquí", especula.
En la Argentina hay varias empresas aprovechando esta tendencia. Mural (antes Mural.ly), una plataforma para realizar "mapas mentales" grupales y trabajo colaborativo había logrado a fines de enero levantar 23 millones de dólares de inversores. Mariano Suarez Battan, CEO de la empresa, muestra cómo en la última semana se empinó la curva de descargas de su software. "Para muchas empresas antes el trabajo remoto era una opción, ahora lo es menos. Es raro que hoy una ocupación sea 100% presencial o 100% remota; por lo general hay una escala, cuyo punto ahora se corre. Sigue siendo difícil mantener un equipo grande motivado con alta energía solo a través de una pantalla; hay una curva de aprendizaje a veces empinada. Pero es un músculo que empezás a usar, a entrenar, y luego tenés más a mano", cuenta desde su casa cercana a San Francisco, donde se instaló hace seis años y medio.
Los corona-boomers
A pedido de sus clientes, la firma argentina de tecnología Globant también armó en pocos días una oferta de nuevos productos para trabajo remoto y colaborativo. Guibert Englebienne, uno de los directivos y fundadores de la compañía, recuerda otro factor exógeno que terminó provocando una explosión del negocio del software: "En su momento la urgencias del Y2K (el "virus del milenio") llevó a que muchas corporaciones descubrieran el talento de programadores de la India y ese fue el combustible de muchos negocios que vinieron después".
La historia de la innovación está llena de eventos externos que sirven para acelerar los tiempos. El epidemiólogo Fernando Polak menciona el primer viaje a la luna como un vector clave para muchos avances médicos que se dieron a posteriori en el campo de la infectología. La penicilina, los radares, los helicópteros y la energía nuclear, entre otras invenciones, le deben su existencia a la Segunda Guerra.
Una de las historias subestimadas en este terreno está contada en el libro The Box (La Caja), en el cual el periodista del TheNew York Times Marc Levinson narra cómo el comercio mundial cambió radicalmente con la invención del container. Fue gracias a la iniciativa de Keith Tantlinger, un ingeniero nacido en 1913 en Orange, California, en una familia de granjeros. Tantlinger inventó los contenedores, con un sistema homogéneo de carga y descarga para trenes y camiones, lo cual redujo en forma drástica el costo del transporte por mar y cambió el mapa económico global.
Para el autor, no fueron Internet, ni el libre flujo de capitales financieros ni los contenidos de Hollywood los factores más influyentes en el proceso de globalización, sino esta ocurrencia mucho menos glamorosa y poco cool. Las "cajas grises" de metal de Tantliger se masificaron en los 60 y en los 70, y a partir de allí la tasa de aumento del comercio mundial comenzó a crecer por encima de la del PBI planetario.
Como sucede con toda ruptura innovadora, los comienzos fueron arduos. Malcolm McLean, el emprendedor y magnate que contrató al ingeniero de Orange, debió pulsear con los sindicatos de los puertos, con la corrupción de las aduanas y con una amplia red de intereses económicos y políticos que vivían del anterior statu quo ineficiente y se oponían al cambio. Fue la urgencia por enviar material de guerra a Vietnam lo que terminó por coronar la eficacia del container. De nuevo: un factor exógeno promueve una innovación que ya existía pero a la que le costaba arrancar. Y más tarde ya no hay vuelta atrás.
Esta semana en redes sociales explotó la discusión entre economistas sobre "efectos de segundo orden" (o de un orden mayor) del Covid-19. El divulgador canadiense Shane Parrish (de The Knowledge Project) la propuso en Twitter y de allí surgieron en primera instancia los sectores ganadores y perdedores de la economía.
Y hay otras carambolas menos obvias: un boom de nacimientos de bebés en diciembre (por la cuarentena de ahora: la generación corona-boomers), menos contaminación, reemplazo casi total de turismo internacional por turismo doméstico y de lugares cercanos, y menor intensidad de uso de plataformas de citas. El profesor de Economía de John Hopkins Matthew Kahn, dada la reticencia a la interacción cara a cara, analiza el virus como un equivalente a un "impuesto a la primera cita".
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