Más inversión, una de las condiciones para el crecimiento sustentable
En los últimos años buena parte del debate económico se centró en los niveles de los desbalances fiscales y de cuenta corriente, la inflación, el endeudamiento y en el nivel del dólar o las tasas de interés. En tanto que una variable muy relacionada con las anteriores, la inversión, mereció mucho menos interés por parte de especialistas u observadores. Más bien es considerada periódicamente por los medios en ocasión de anuncios de empresas, inauguraciones o acciones de promoción en los viajes presidenciales.
En una mirada de mediano y largo plazo, es posible afirmar que nuestro país invierte poco. Y no se puede crecer de manera sostenida, ni mejorar las exportaciones, ni avanzar en producción 4.0, ni enfrentar los desafíos de la tecnología y de un mundo más interdependiente, sin un proceso inversor sostenido. Porque invertir significa poder ampliar y/o diversificar la oferta productiva (sea industrial, agrícola o de servicios), modernizar y tecnificar los modos de hacerlo (mejorar la productividad), explotar en mayor y mejor medida los recursos naturales, ampliar el abastecimiento energético, de servicios públicos y privados, etcétera. Y lo que es más importante, invertir es el único medio para crear empleo genuino y sustentable.
Si uno mira la tasa de inversión de los últimos 25 años, con diferentes gobiernos y orientaciones de política, nunca se superó el 20% del PBI (medida a precios corrientes). El esfuerzo modernizador nunca llega a consumir ni un quinto del PBI por año, y se ubica casi siempre cerca del 15%. Este fenómeno de baja inversión no es patrimonio o responsabilidad exclusiva de un partido político o una ideología en particular.
Debe considerarse que una parte no menor de la inversión que reflejan las cifras está destinada a mantener el stock de maquinarias y equipos que tienen las empresas (proceso que se conoce como amortización del capital), por lo que la inversión neta o nueva inversión es menor. Además, aproximadamente la mitad de la inversión de los últimos años está en la construcción, donde, si bien están incluidas las nuevas plantas o inmuebles con fines productivos, también están contabilizados los edificios residenciales, con poco o ningún impacto sobre el desempeño productivo local (más allá del efecto sobre la propia actividad de la construcción).
Cuando se habla de los determinantes de la inversión, se mezclan aspectos tan amplios y diferentes como la incertidumbre por la dinámica futura del consumo -interno y/o externo-, los derechos de propiedad, la falta de reglas de juego, la escasa disponibilidad de financiamiento, las altas tasas de interés, la excesiva carga impositiva, las leyes laborales o la cantidad de trámites burocráticos, entre otros aspectos.
Además, en un país internacionalizado como el nuestro, una parte no menor de la producción, y por tanto de la inversión, está en manos de empresas transnacionales cuya decisión de ampliar una planta, incorporar una maquinaria o un nuevo modelo o línea de producción, se toma generalmente fuera del país (sujeta a consideraciones que muchas veces exceden el margen de acción del Gobierno). En los últimos 25 años el país ha recibido un promedio anual de apenas US$7500 millones en inversión extranjera directa, algo coincidente con el desempeño del capital nacional.
Cambiar el comportamiento de la inversión no es resultado de una decisión, de una persona o de un gobierno en particular. Es consecuencia de políticas macroeconómicas sostenibles, entornos políticos y económicos previsibles y acciones microeconómicas eficaces, que respondan a un modelo de crecimiento sustentable. De igual modo, requiere de tiempo.
El Gobierno ha iniciado una serie de reformas en un intento de dar algunas respuestas (por ejemplo, con la nueva ley impositiva y con mejoras en la parte burocrática), apuntando a reducir los costos no productivos. La buena noticia es que en 2017 la tasa de inversión y el ingreso de capitales productivos recuperaron la dinámica positiva, fenómeno que podría consolidarse este año, según prevén los principales analistas y el Gobierno.
Pero se requiere dar nuevos pasos para lograr la consistencia macro-micro deseada. Pasos que ofrezcan señales estables de rentabilidad de mediano y largo aliento para los negocios, que permitan ir definiendo un sendero de especialización productiva que sea sustentable. Solo el tiempo dirá si los esfuerzos resultan eficaces o si, una vez más, nos contentaremos con algunos años de alivio para luego caer en el sendero del desentusiasmo y la frustración.
La inversión es el núcleo de todo proceso de desarrollo económico. Lo ocurrido en los últimos 25 años da cuenta de las dificultades que ha tenido la Argentina para emprender y consolidar políticas consistentes y estables que, más allá del oportunismo y las ganancias inmediatas, brinden resultados concretos a mediano y largo aliento. Más que discutir o pensar en soluciones mágicas y/o mesiánicas, o esperar que las inversiones respondan a emociones y/o relaciones personales, avancemos en políticas consistentes y trabajemos pensando en los próximos 20 años, para sostener su vigencia.
Docente de la UNQ / Investigador Principal del Centro de iDeAS/EPyG/ - Universidad de San Martín
Enrique Hurtado y Ricardo Rozemberg