Más de 200 años de defaults y de imprevisión como política de estado
Una de las grandes constantes argentinas es la crisis económica. De hecho, nacimos bajo aquél sino ruinoso pues la Revolución de Mayo resultó ser sumamente beneficiosa para el erario británico en detrimento de las economías regionales.
Mientras Buenos Aires presumía haber expulsado a los ingleses tres años antes, éstos vengaron la humillación adueñándose del mercado. Sus géneros abundaban, además eran más baratos, de gran calidad y variedad. Progresivamente aplastaron cualquier atisbo de industria nacional y, como era de esperarse, el metal comenzó a migrar hacia Londres.
Paralelamente se gestó una enorme deuda pública, compuesta principalmente por salarios impagos y recibos por provisiones del Ejército. El mismo Pueyrredón –al frente del Directorio en plena gestación del Cruce de los Andes- advirtió a San Martín que no sabía cómo se solventarían todos los gastos de las provisiones que enviaba desde la Capital.
En 1824, cuando Bernardino Rivadavia llegó al poder como ministro, el escenario era paupérrimo, la salida fue dada por el financiamiento foráneo. Al contrario de lo que muchos creen, la Argentina no fue la única en endeudarse por entonces. Colombia, Perú y México solicitaron préstamos a Londres para solventar los gastos de años de lucha independentista.
El gobierno porteño declaró que utilizaría el empréstito para llevar a cabo mejoras en la ciudad, las que incluirían un nuevo puerto. "Sin embargo –señala el historiador Luis Alberto Romero–, cuando a mediados de 1824 estuvo disponible el dinero, se lo empleó para rescatar títulos públicos, que subieron de precio, y en parte para aumentar el encaje del Banco de Descuentos". El resto se destinó a la guerra contra Brasil que no estaba en los planes a la hora de endeudarse.
Durante el conflicto, el país enemigo impuso un bloqueo en el estuario del Río de la Plata, profundizando la crisis. Los hacendados no pudieron exportar sus productos, principalmente carnes y cueros. Como prácticamente no existía industria nacional las mercaderías importadas comenzaron a escasear y, como explica el economista Juan Carlos Nicolau, esto provocó la depreciación del peso papel en circulación.
En este contexto resultó imposible cumplir con los acreedores y en 1827, por primera vez, la Argentina entró en default. Rivadavia ya era presidente y tras renunciar, el escenario quedó en manos de Manuel Dorrego. El futuro mártir federal buscó paliar la crisis sin éxito, aplicó "soluciones" que los argentinos ya conocemos de memoria: fijó precios máximos, creó nuevos impuestos y prohibió el envío de metales al exterior. Treinta años más tarde se pudo renegociar la deuda.
La segunda vez al borde del abismo fue en 1890, bajo la presidencia de Miguel Ángel Juárez Celman. Hacia fines de 1886, el cordobés recibió de Julio A. Roca un país endeudado al que sumergió en una fiebre especulativa. Emisiones descontroladas y sin respaldo de papel moneda, sumadas a la entrega de créditos bancarios a amigos del gobierno, propiciaron que los préstamos al exterior se terminaran pagando con otros préstamos.
Hasta 1888, el país creció económicamente pero entonces comenzaron los primeros indicios del resquebrajamiento. Aunque parte de la prensa no dejó pasar el asunto, la discusión por la Ley de Matrimonio Civil, el caso de un cura asesino llamado Pedro Castro y la muerte de Domingo Faustino Sarmiento con sus correspondientes homenajes, mantuvieron a la opinión pública ocupada.
Se alimentó una burbuja financiera que, en el marco de una coyuntura mundial desfavorable, explotó. Miguel Cané observó horrorizado desde España: "Las noticias de la tierra me tienen como loco. No podemos explicarnos lo que allí pasa. Aumento de rentas, escasez de papel, suba del oro… Aquél país parece haber sido formado para burla de la vanidad humana que pretende haber descubierto leyes económicas invariables".
A los problemas financieros se sumó un levantamiento armado protagonizado por los radicales, conocido como la Revolución del Parque. Aunque fueron sometidos, el gran perdedor fue el presidente, que renunció días más tarde, en agosto de 1890. Juarez Celman se consideraba a sí mismo como un "político de accidente" y literalmente estrelló al país, pero es justo especificar que contó para eso con la participación de un Congreso cómplice al que los historiadores suelen olvidar.
La opinión de los especialistas difiere en cuanto al número de crisis económicas que pueden ser catalogadas como default en la Argentina, pero, de acuerdo a Miguel Boggiano hablaremos de tres más.
Casi un siglo más tarde el tercero de estos episodios tomó forma. Durante la última Dictadura Militar llegaron al país préstamos para financiar proyectos de infraestructura e industrias estatales. La mayoría se utilizó con otros fines. YPF, por ejemplo, fue endeudado groseramente aunque jamás recibió las inversiones solicitadas en su nombre. En condiciones tan endebles cuando en 1982 la Reserva Federal de EE.UU. subió las tasas hasta 20%. Caímos en default junto a otra veintena de países de América Latina y africanos. La Guerra de las Malvinas fue un factor determinante.
Dos décadas más tarde volvimos a las garras de la crisis. Muchos recuerdan con tristeza aquél 2001, que acabó con la vida de muchos argentinos y popularizó consignas utópicas como el "¡Que se vayan todos!". Aún hacen eco en el Congreso los vergonzosos aplausos que Alberto Rodríguez Saá recibió, tras anunciar la suspensión del pago de la deuda.
Casi 18 años pasaron hasta agosto de 2019, cuando tras conocerse la victoria de Alberto Fernández en las PASO, los mercados estallaron y ocasionaron un nuevo default tras el endeudamiento llevado a cabo por Mauricio Macri.
Hoy ante la crisis ocasionada por el coronavirus, nuestra permanente situación endeble nos lleva a protagonizar un nuevo episodio de cesantía. Sin dudas será estratégico culpar a la pandemia, aunque la realidad demuestra que hace más de 200 años en la Argentina la imprevisión cuenta como única "política de Estado" existente.
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