Martín Rapetti: “No se puede aspirar a reducir la pobreza si no se da certidumbre para invertir”
Es licenciado en Economía por la Universidad de Buenos Aires, donde ejerce la docencia y dirige la maestría en Economía, y doctor en Economía por la Universidad de Massachusetts; fue director de Desarrollo Económico en el Cippec y recientemente fundó Equilibra, un centro que combina investigación y consultoría
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Martín Rapetti tiene una mirada optimista para el corto plazo de la economía argentina. Pese a que reconoce los desequilibrios macro, el fundador y director ejecutivo de Equilibra, un centro de estudios que convocó entre otros a sus colegas economistas Diego Bossio (extitular de la Anses), Lorenzo Sigaut Gravina (exdirector de Ecolatina) y Lorena Giorgio (ex Econviews), destaca el impacto positivo sobre la recaudación y sobre las reservas de la suba del precio internacional de la soja y de la próxima emisión de derechos especiales de giro (DEG) del FMI.
En ese marco, advierte sobre el mayor margen de acción del Gobierno para sostener a los sectores afectados por la segunda ola de Covid-19 e impulsar la actividad en el segundo semestre. “En función de los datos de vacunación, a partir de fines de julio o principios de agosto la economía, que va a estar cerca del proceso electoral, va a tener una recuperación del ingreso real, en los salarios y en las jubilaciones. El Gobierno va a poner carne al asador, habrá créditos y estímulo al gasto, y va a haber una recuperación no despreciable en la segunda mitad de 2021. La principal preocupación es el mercado de cambios”, dice Rapetti, quien describe como “ineludible” el acuerdo con el FMI y advierte que no se puede reducir la pobreza sin crecer y aumentar las exportaciones.
–¿Cuál es su visión de la economía en el corto plazo?
–Veo un 2021 de recuperación y tengo una mirada más optimista que el promedio de mis colegas, pero tampoco es una mirada exuberantemente optimista. Hay un elemento central, que son los US$15.000 millones extras para la economía; me refiero a los US$4300 millones por la emisión de los DEG del FMI y a los algo más de US$10.000 millones por los precios de las exportaciones. Eso le da un margen importante al Gobierno, además de que la política fiscal y la dependencia del financiamiento monetario se redujo muy fuertemente desde fines de 2020, y hay un escenario de recuperación de buena parte de la actividad hasta principios de este año. En el segundo trimestre y en parte del tercero va a haber una caída por las restricciones de oferta, que serán parecidas a las de 2020 pero de menor magnitud, y a partir de ahí habrá una recuperación con la reapertura.
–¿Hay riesgo cambiario?
–Veo que se puede manejar sin que haya sobresaltos severos. En estas condiciones de la Argentina, y siempre en la previa electoral, el mercado cambiario se tensiona, pero hay instrumentos para transitar el proceso manteniendo la estabilidad. Va a haber muchas reservas para utilizar en los mercados paralelos, y el mercado está muy controlado. Hay represión financiera, que no es lo ideal para la economía, pero no veo un escenario donde el Gobierno pierda el control si no hay una suba de tasas en Estados Unidos, una caída en los términos de intercambio o una tercera ola, cuestiones que no podemos saber. Lo más preocupante es que no se logre domar al Covid, que haya que tener más tiempo cerrada la economía y que haya que inyectar más pesos, con un déficit fiscal más grande. Nosotros estimamos un déficit primario de 4% del PBI este año, y el grueso se financia con emisión; si hay que tirar más pesos para contener la situación social, es un problema en un contexto cambiario tensionado. El otro tema preocupante sería un no acuerdo con el FMI, pero no lo veo. Soy optimista con respecto a eso.
–¿Por qué? ¿Qué incentivos tienen ambas partes de acordar?
–Acordar es ineludible. Me cuesta realmente ver un escenario en el que no se llegue a un acuerdo. Los economistas estamos acostumbrados a pensar que los agentes son racionales. Y no se ve cómo la Argentina podría transitar lo que resta del actual mandato sin un acuerdo con el FMI. En 2022 y 2023 vence el equivalente a un cuarto de las exportaciones argentinas anuales. Esos vencimientos son impagables en cash y entrar en default es un camino a la nada. Uno puede decir: ‘Voy al default por cuatro meses porque tengo una elección, paso eso y me siento a negociar’. Pero acá es un camino larguísimo y no veo que se pueda hacer. Acuerdo va a haber. La pregunta es si antes de julio cuando vence el plazo con el Club de París, o después de las elecciones. Lo más probable es que vayan apareciendo señales de que se acerca el acuerdo y no se cierre antes de las elecciones.
–¿Qué variables están en juego en el acuerdo? ¿Qué se discute?
–Hay dos temas: el escenario de estabilización macro y las reformas estructurales. En el primero hay menos libertad de acción. La Argentina tiene que presentar un programa y demostrar varias cosas: que va en camino de una corrección fiscal; que obviamente no va a depender del financiamiento monetario; que está en condiciones de tener una trayectoria fiscal que acompañe un sendero sostenible de la deuda y que permita conseguir financiamiento en el mercado internacional; que de alguna manera esa estabilización va camino a una desaceleración de la inflación –que no se va a dar de la noche a la mañana–, y que el Banco Central se encaminará a una acumulación de reservas y a un sistema de pagos externos más fluido, sin necesidad de un cepo. Eso obviamente significa que habrá que hacer algo en materia fiscal, y seguramente los subsidios y algunos gastos extra van a ser temas de análisis. En el frente externo, el debate pasará por el tipo de cambio, que seguramente tendrá que ser un poco más alto, y en lo monetario, el tema será si el Banco Central puede independizarse, sin necesidad de financiar al Tesoro. Vamos a un acuerdo de facilidades extendidas y eso involucra reformas estructurales como la tributaria, la laboral o la de seguridad social, pero hasta donde sé no están sobre la mesa hoy.
–¿Qué hay que hacer para atacar la inflación?
–Bajar la inflación crónica, como se le dice en la literatura a lo que ocurre en la Argentina, se logra con un plan de estabilización integral bien diseñado y con suerte. Porque incluso con plan podés fracasar, y el Plan Austral es un ejemplo. El control de precios y el acuerdo sectorial dentro de un plan integral es un elemento que ayuda, pero como política única no sirve más que para pasar una elección. Creo, de todas manera, que la inflación va camino a descender. Así como no creía que en 2020 nos hubiéramos movido de un 3% a un 2% mensual, tampoco creo que estemos en un 4% mensual estable ahora. Hubo reacomodamiento de precios que estuvieron cerrados en la pandemia, hubo que subir márgenes y hay una suba de precios internacionales; todo eso forma parte de lo que vemos ahora. En 2020 hubo una desaceleración de la inflación porque muchos dejaron sus precios quietos o no tuvieron actividad, y cuando volvieron a abrir reajustaron y subieron por encima de la velocidad crucero. Esta aceleración es transitoria.
–¿Cómo se hace para mejorar el escenario social, que se deterioró con la pandemia?
–Para reducir la pobreza y mejorar la situación de vida de los argentinos, lo más importante es crecer. No hay reducción de la pobreza sin crecimiento, y no hay crecimiento sin inversión, y no se puede esperar que haya inversión sin ahorro. Y como no podés depender del ahorro externo, necesitás exportar. Esa es la secuencia que tiene que ser el eje estratégico. Puede no alcanzarte, porque hay mucha gente hoy que no tiene la capacidad de esperar los frutos del crecimiento económico. Entonces, junto a eso necesitás una política social agresiva. Además de acordar metas de crecimiento, exportaciones y demás, hay que establecer una meta de gasto público para atender a los más pobres y pensar que a un conjunto de argentinos les va a costar mucho ingresar al mercado de trabajo, más allá de los mecanismos de la economía social. Además, hay que trabajar para que los hijos de esas personas tengan la capacidad en el futuro de meterse en el mercado. Hay que pensar en los chicos, y es un tema de alimentación saludable y de educación. Hay que pensar en estrategias fuertes con programas de doble escolaridad obligatorios y jardines maternales para los sectores más vulnerables. En eso no podemos ser tibios.
–Con respecto al dólar, suele analizar que el tipo de cambio de equilibrio económico es más alto que el socialmente aceptado. ¿Cómo evalúa el valor actual?
–Es una cuestión compleja. Si uno mira el nivel del tipo de cambio hoy, no es malo y no permite decir que hay desequilibrio. Pero lo que sí ocurre y es difícil de digerir, es que cuando un país sale de una crisis, en general sale con un tipo de cambio más alto del que necesita en la normalidad. No veo que esté muy malo hoy, pero es probable que se requiera una suba, no creo que muy desmedida, para que la salida sea más vigorosa y creíble. Y para hacerlo sí se necesita un acuerdo económico y social, para que esa suba se tolere y se minimice su impacto sobre la inflación y el poder de compra de los salarios. Tiene que ser coordinado y ser parte de un plan de estabilización integral, que defina una trayectoria y explique cómo se hará.
–¿Qué tiene que incluir ese plan? ¿Qué costos tiene?
–Como analista, empatizo con la mirada de un Gobierno que no quiera hacer cosas dolorosas en un año electoral. No se lo pedí a Macri, que el día después de las PASO tendría que haber puesto un cepo y no lo hizo, porque no podía desde lo electoral, y no se lo pido a Fernández. Los procesos económicos requieren sostenibilidad política, porque sin eso no tenés sostenibilidad económica. Pero después de las elecciones, por más que haya costos, tiene que hacerse. La Argentina no puede aspirar a reducir la pobreza y crecer si no estabiliza la macroeconomía y no da certidumbre para la inversión. Hay decisiones dolorosas en el corto plazo que se tienen que tomar en un plan de estabilización que tiene algunos ingredientes básicos. Uno es usar un ancla nominal. Plantear que no se va a emitir demasiado y, para que esa promesa sea razonable, mostrar una corrección fiscal. Seguramente, hacer algo con el tipo de cambio, mostrar que no está atrasado y que no se va a ir a cualquier lado; para eso hay que mostrar reservas. Después, se debe coordinar con los actores y alinear paritarias y precios regulados, típicamente tarifas de servicios públicos, con una pauta.
–¿Hay voluntad y margen político, en este contexto de grieta?
–No veo que la oposición no tenga vocación de no cooperar, más allá del juego de corto plazo, porque son parte del problema. El acuerdo con el FMI se tiene que hacer ahora, entre otras cosas, porque el Gobierno anterior suscribió el acuerdo, y sería injusto que lo entorpezcan ahora. Desde el punto de vista del Gobierno, veo que Guzmán, Todesca, Kulfas y los actores del equipo económico están muy en línea con esa visión. Hay más resistencia de otra parte, más vinculado al sector cristinista, pero no sé cuánto de las proclamas tiene que ver con una negociación política y una puesta en escena más electoral que con una mirada estratégica. Por ahí se quejan públicamente, pero quizá cuando llegue el momento no entorpezcan. Es conjetural, pero no hay otra opción más que acordar.
–¿Por qué no ocurrió hasta ahora?
–No pasa antes de las elecciones por dos razones. Una es de relato. Acordar con el FMI es una acción que no marida bien con un sector del Frente de Todos, y desde lo político es difícil transmitir esa señal, pero ese no es el mayor impedimento. El principal es que se limita el margen de acción política económica en el año electoral, donde un sector del Gobierno quiere tener más libertad para ser más agresivo en lo fiscal o poder volcar más pesos sin pedir permiso. Y me parece en cierto punto razonable si el objetivo de un Gobierno es tener una elección poderosa. Pasado ese momento, todos los incentivos están puestos para encontrar un acuerdo.
–¿Qué impactos deja la pandemia en términos económicos?
–Hay claramente un cambio estructural, hay muchas actividades que cambiaron su naturaleza, las funciones de producción cambiaron, hay mucho más teletrabajo y vino para quedarse, y vemos mucho más trabajo autónomo. Eso está ocurriendo y forma parte de una nueva realidad a nivel global. Me preocupa algo que no veo tan en la discusión, y es que buena parte de la crisis se sobrellevó acudiendo a stocks. Dejaste de invertir y apelaste a ahorros o a liquidar activos para cubrir endeudamiento. Muchas empresas desaparecieron, muchas están ahogadas y son firmas ‘zombies’, que están subsistiendo pero no tienen ninguna fuerza para, cuando la economía empiece a rebotar, volver a invertir o crecer porque están asfixiadas financieramente. No sería descabellado para nada que la economía pospandemia tenga estos elementos de crecimiento muy heterogéneo, y por eso se ve en Estados Unidos que están siendo bastante más agresivos desde el Estado para suplir una demanda privada que puede estar muy golpeada.
–¿Qué puede esperarse de la Argentina en ese punto, con el sector público con déficit y con nulo acceso al crédito?
–Lo que tiene el país también es que las empresas están muy baratas y puede haber una capitalización posterior, porque estamos muy por debajo de lo que realmente vale la Argentina. Está subvaluada y en ese sentido hay un margen para ser optimista. Si las variables se ponen en orden, puede haber una recuperación porque hay avenidas de crecimiento, sobre todo mirando lo baratas que están algunas compañías.
–¿Cuáles son esos sectores?
–El agro y la bioeconomía es uno, obviamente. Las proteínas animales son otra avenida al desarrollo. Si bien soy empático con los gobiernos que transitan elecciones, en este punto la táctica no tiene que matar a la estrategia. La carne es un sector clave. Del mismo modo, en todo el sector de la energía tenemos una ventana de crecimiento con Vaca Muerta, y me parece que el sector de los servicios de conocimiento es poderoso y tiene mucho potencial. Es una pena que haya tantas migraciones de empresas buscando otra estructura institucional, cuando son firmas con CEO, gerencias y trabajadores locales. También hay mucho para el crecimiento en la minería y el turismo. Estamos lejos del mundo, pero va a haber más turismo, sobre todo asiático. Aunque está lejos, la Argentina tiene con qué competir globalmente y es un país atractivo como destino. La industria es heterogénea pero tiene muchas capacidades. En esencia, es esta idea de Fernando Vilella de la ‘vaca viva’ y de pensar en transformar y agregarle valor a los recursos: en vez de exportar limones vender jugo, en vez de harina de soja, exportar carne de cerdo. No es lo mismo vender la harina que el jamón ahumado en una góndola en Ginebra. Lo mismo con el vino. No me imagino una cosa que digas ‘la Argentina es el nuevo milagro económico’, pero tenemos potencial para estar mucho mejor.
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