Martín Guzmán es el ministro de Economía: un académico discípulo de Stiglitz, crítico del ajuste y el FMI
WASHINGTON.- Como muchos economistas, Martín Guzmán soñaba con ser ministro de Economía. Forjado en la Universidad de La Plata, doctorado en Brown, una de las universidades de élite en Estados Unidos, integrante de la llamada Ivy League, o "Liga de la Hiedra", Guzmán tenía su vida partida entre Nueva York y Buenos Aires. Eso no cambiará mucho cuando tome las riendas de la economía.
En 2008, después de terminar sus estudios en La Plata, Guzmán se mudó a Rhode Island, Estados Unidos, donde empezó a construir una carrera que lo llevó a trabajar en la Universidad de Columbia junto a Joseph Stiglitz, el premio Nobel de economía predilecto de Cristina Kirchner. Pero Guzmán nunca se desvinculó del todo de la Argentina: pasa varios meses al año en el país, donde da clases en la Universidad de Buenos Aires y la Universidad de La PLata, su alma mater.
Guzmán también ha tejido vínculos con el Frente de Todos desde hace tiempo. Conoce, entre otros, a Cecilia Nahón, Matías Kulfas, al gobernador de Tucumán, Juan Luis Manzur, y a Sergio Massa, quien lo vio luego de las elecciones, en Nueva York, en su última visita a Estados Unidos. "Es un tipo serio. Muy formado académicamente, que tiene muy claros los temas de mercados de capitales", lo elogió Massa.
Guzmán es especialista en macroeconomía y crisis de deuda soberana. En Columbia, es investigador en la Escuela de Negocios -no es profesor, como se dijo- y director de la Iniciativa para el Diálogo sobre Políticas (IPD), un espacio fundado en 2000 por Stiglitz que aspira a "estimular un diálogo en políticas heterodoxas sobre cuestiones importantes en el desarrollo internacional", con una red global de economistas, politólogos y centros académicos y políticos de primer nivel que tiendan líneas de Norte a Sur.
Su nombramiento es una apuesta audaz. Guzmán tiene solo 37 años, la misma edad que tenía Martín Lousteau cuando asumió el mismo cargo en 2007. Tiene un marcado perfil académico, antes que político. "Es muy, muy nerd", lo describen en Nueva York; informal y ajeno al mundo de "las roscas políticas". En Wall Street, donde veían con mejores ojos a Martín Redrado o Guillermo Nielsen, lo conocen muy poco, y en Estados Unidos hay quienes dudan de su muñeca para ser funcionario sin contar con experiencia fuera de la academia.
"Es un poco grande el zapato para alguien que se dedicó a escribir papers", dijo una fuente de un fondo de inversión, a la espera de otra señal: conocer el equipo que lo acompañará. "Hay que ver con quién se rodea para hacer todo lo que no sabe hacer", agregó.
Guzmán comenzó a tener más exposición desde que se desató la crisis económica, en abril de 2018, con la corrida cambiaria que arrasó, primero, con el "gradualismo", luego con la mejora que había logrado la economía en 2017 y, finalmente, con el gobierno de Mauricio Macri. En junio de 2018, mientras la Argentina cerraba el primer paquete de rescate con el Fondo Monetario Internacional (FMI), Guzmán y Stiglitz publicaron una columna en Project Syndicate titulada "Las Raíces de la Crisis Sorpresa de la Argentina". Guzmán comenzó a dar entrevistas y a escribir columnas con más frecuencia en las que criticó al gobierno de Macri, al que acusó de tener "una visión chata", y al programa con el FMI.
"Un año de esta ridiculez. Profundizó los problemas. Y habrá que cambiarlo", disparó Guzmán en Twitter, al hablar del programa del Fondo, el 20 de junio último.
Otro camino
Guzmán ha criticado el ajuste, la ausencia de un plan nítido de desarrollo y el enfoque de la política económica de Macri. Hay un punto de coincidencia: Guzmán cree hay que corregir los "desequilibrios macroeconómicos". Pero su camino va más en línea con la visión de Alberto Fernández de "crecer para pagar". Ha utilizado, incluso, la icónica frase de Néstor Kirchner: "Los muertos no pagan".
En abril de este año, escribió otra columna para Project Syndicate en la cual advirtió el plan respaldado por el Fondo "ayudará a alargar la recesión", y que la política monetaria repetía "errores fundamentales" y no lograría domar las expectativas inflacionarias. Guzmán anticipó en esa columna que la deuda saltaría al centro de la escena en 2020 y que el nuevo gobierno se enfrentaría a dos opciones "desagradables": una "camisa de fuerza" con mayores pagos de deuda, más austeridad y más recesión, o una "reestructuración dolorosa de la deuda con un resultado incierto".
En julio, Perfil publicó una de sus primeras entrevistas con un medio argentino. Una foto lo mostraba junto a Stiglitz en una visita al papa Francisco, unos meses antes. Ya en ese momento, Guzmán proponía una reestructuración de la deuda frente al complejo panorama económico que enfrentaba el país. "La alternativa es buscar una reestructuración de la deuda pública externa, que puede ser la forma de renegociar vencimientos, que es lo que en principio buscaría", afirmó en esa entrevista.
"La alternativa es buscar una reestructuración de la deuda pública externa, que puede ser la forma de renegociar vencimientos, que es lo que en principio buscaría", afirmó en esa entrevista.
Semanas atrás, en Ginebra, Guzmán ofreció una alternativa más pulida al presentar en un encuentro de Naciones Unidas un análisis sobre crisis de deuda soberana que puso la Argentina como "un caso testigo". En su trabajo, propuso suspender los pagos de la deuda durante dos años y retomar los vencimientos recién en 2022, sin recurrir a desembolsos adicionales del FMI. Esa propuesta encaja a la perfección con el mensaje de Alberto Fernández, y no es vista con malos ojos en Wall Street.
A Guzmán le costó al principio llegar al presidente electo, pero finalmente logró imponerse a otros economistas con largos pergaminos cuyos nombres circularon en las últimas semanas: Redrado, vetado por Cristina Kirchner y con ideas un tanto distantes del nuevo discurso oficialista; Carlos Melconian, Martín Abeles o Nielsen, quien se abocará a YPF y Vaca Muerta.
Guzmán cumplirá su sueño. Llega con una misión concreta: lograr un acuerdo para reestructurar la deuda, evitar un nuevo default, y regenerar la confianza en la Argentina para que el país vuelva a los mercados de capitales, brindándole oxígeno a la economía para salir del pozo. Un desafío hercúleo, aun para un economista con décadas en la trinchera sobre sus espaldas.