Mario Blejer: “Retrasar el tipo de cambio no es gratis, significa invitar a la salida de capital”
El expresidente del Banco Central sostuvo, en un diálogo con LA NACION, que la Argentina no ha podido ganar competitividad real, sino solo con devaluaciones, proyectó que la inflación seguirá alta y explicó cuáles cree que son las causas de las crisis recurrentes
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Mario Blejer (73) divide su tiempo entre la composición musical (hay varias canciones suyas en Spotify), la publicación de artículos, el asesoramiento a empresas y la investigación, con las que busca entender por qué la Argentina no puede superar las crisis recurrentes de los últimos 70 años. El expresidente del Banco Central (ocupó ese cargo durante el gobierno de Eduardo Duhalde) tiene una teoría sobre cuáles son las causas: la inestabilidad política, que no genera las condiciones necesarias para atraer inversiones, y una estructura sindical poco flexible combinada con un sector empresarial al que le falta tomar iniciativas.
–¿Cómo ve el tema de las reservas del Banco Central? ¿Están en un nivel preocupante o la entidad tiene poder de fuego para mantener controlado el tipo de cambio?
–Se han ido perdiendo reservas y el nivel actual tiene mucho que ver con las importaciones y el flujo de capitales, que son las dos cosas que afectan a la tasa de cambio. Son los elementos en los que el Banco Central puede intervenir. Como, además, tiene un compromiso de no devaluar demasiado fuerte, para mantener eso tiene que tener reservas. El nivel es relativamente bajo, pero no es un nivel de reservas de crisis ni nada por el estilo. Además, depende cuánto el Banco Central dejará que la tasa de cambio fluctúe: si la deja libre, se necesitan cero reservas. No hay un número dado, es una variable que depende de las políticas.
–El Gobierno dijo que no habrá devaluación brusca. ¿Se puede sostener esa medida?
–Hay que ver qué pasa con el resto del mundo, porque no es una cuestión que solo se decide acá. Si las tasas de interés en el mundo suben rápido, será más difícil no devaluar con el nivel de reservas que hay. Pero si la tasa de interés en el resto del mundo no sube demasiado, habrá menos salida de capital del país. Depende también de lo que pase con el precio de la soja, que llegó a US$600 la tonelada. Puede ser que tengamos un influjo mayor al esperado.
–En 2021 el Gobierno atrasó el tipo de cambio. ¿Puede replicar eso este año?
–Con el nivel de reservas que hay puede ser que un año más lo pueda hacer, pero no es recomendable. Hacerlo no es gratis, porque genera menos exportaciones, más importaciones y fuga de capitales, porque la gente que quiere mantener el valor de sus ahorros se va a ir más al dólar porque no cree que el Banco Central pueda mantener el atraso. Mientras más se atrasa la tasa de cambio, más especulación hay de que habrá un ajuste más grande en el futuro. Retrasar la tasa de cambio significa invitar a la salida de capital.
–El Banco Central tiene alrededor de US$3500 millones en oro. ¿Cuán líquido es ese activo?
–Dicen que no es líquido, pero no es verdad. El oro se puede vender en el mercado internacional en cualquier momento.
– ¿No tiene costo político venderlo?
–Sí, tiene un costo político, pero eso no lo estoy analizando.
–¿No generaría más pánico en los ahorristas?
–No, si se explican bien las cosas. Si se explica que se está vendiendo oro porque bajará su precio, la gente va a creer que están administrando bien las reservas del Banco Central, porque vende lo que está bajando de precio. La única diferencia del oro es que hay que venderlo con más tiempo.
–¿Y el swap con China? ¿Se podrá hacer líquido?
–Lo del swap es una cuestión política, completamente. Un swap significa que nosotros le dimos pesos a China y ellos nos dieron yuanes. Lo que estamos pidiendo es que nos dejen utilizar parte de esos yuanes o que nos dejen venderlos en otros países o a la China misma. Ahí no hay una cuestión de liquidez, sino de decisión política. Si los chinos dicen que se puede usar los yuanes en todos lados, la Argentina saldrá a comprar mercadería con yuanes, en vez de pagar con dólares. De esa forma son líquidos. Pero es un préstamo, siempre. Los chinos pueden también pagarnos con pesos las compras de soja que nos hacen. Ahí estaríamos exportando, pero sin traer divisas.
–El Gobierno dice que tendrá un tipo de cambio controlado con este nivel de reservas.
–Depende de cuán controlado lo quieran. Si eso significa que no lo dejarán irse a 20% de devaluación en un día, ahí se necesitan muchas reservas, porque evidentemente podría haber una corrida.
–¿Bancaria o cambiaria?
–Acá hemos tenido las dos cosas. En este momento no se discute mucho sobre la solidez de los bancos; están bien, dadas las circunstancias. Para que una corrida cambiaria se convierta en bancaria tiene que haber alguna razón por la cual la gente no solo quiere cambiar los pesos a dólares, sino que los quiere sacar del banco. No siempre es lo mismo. Con el tema de las reservas, hay un tema también con las líneas de crédito, que generalmente no se cuentan. Por ejemplo, una persona puede dar un cheque sin tener los fondos, pero teniendo un crédito con el banco por más de su balance. El banco financia a la persona automáticamente, le da el derecho a emitir cheques por más fondos de los que tiene. Si la Argentina tiene una línea de crédito con la Reserva Federal, eso no se pone en las reservas del Banco Central y es algo extremadamente líquido. La contabilidad macroeconómica es aburridísima, pero tiene elementos muy importantes para entender las cosas. Cuando se habla de que el capital del Banco Central es alto o bajo, eso no existe, porque el Banco Central no es un banco comercial, que tiene que tener capital y ganancias. Reservas tiene por cuestiones políticas de la tasa de cambio, pero no tiene que tener capital. Los bancos centrales no son bancos, son autoridades monetarias. Los bancos reciben depósitos y dan créditos, y el banco central no hace eso. Su capital es la credibilidad. Si soy creíble, los bancos extranjeros me van a dar líneas de créditos y la gente no desconfiará de mis obligaciones, de mi dinero, y tengo un capital inmenso. Eso falta entender un poco en la Argentina, la contabilidad del sector público es diferente a la del privado. Por eso en Estados Unidos el banco central se llama Reserva Federal; nosotros decidimos seguir una tradición inglesa, pero eso confunde.
–Teniendo en cuenta el tema de la credibilidad, ¿cómo impactaría entrar en default con el FMI?
–Es la misma idea. Si se tiene acceso a un préstamo del FMI y no se lo usa, no contará eso en las reservas. Es como tener dinero en el banco y no poder usarlo, no hay liquidez.
–¿Qué análisis hace del entendimiento con el FMI?
–Todavía no se acordaron todos los detalles y, como se dice, en los detalles está el diablo. Pero es mejor que se haya llegado a estas conclusiones que no haber cerrado. La Argentina tiene mala reputación y se le hace más difícil acceder a ciertos mecanismos internacionales que fueron pensados para países con distinta reputación y experiencia. Se está forzando buscar una nueva facilidad extendida grande para que le calce a la Argentina. Y esto tiene que ocurrir porque los dueños del Fondo, que son los países grandes, tienen cierto interés en que acá no haya un desajuste demasiado grande. Políticamente quieren ayudar. Por eso, generalmente hay una tensión entre el personal técnico y el equipo político, que es el representante de cada país. A la larga, los votos reflejarán el interés político.
–¿Cómo ve ese proceso?
–Por la coyuntura internacional, tras la crisis de la pandemia y el hecho de que los bancos centrales grandes han llenado de dinero al mundo, hay un interés político de acercar a todas las partes. Los estadounidenses no quieren que la Argentina tenga problemas, porque cualquier cosa futura puede ser peor, quieren darle una chance a este gobierno; los chinos y rusos también intentarán que la Argentina funcione, por un interés político. Los alemanes y los japoneses son los que medio se oponen, porque no tienen una relación tan grande con la Argentina, pero no van a votar contra los Estados Unidos, Rusia y China.
–¿Qué le pareció el viaje del Presidente a Rusia y China en medio de la negociación con el FMI?
–El timing me pareció mal y algunas cosas que se dijeron no son apropiadas. No sé qué quiso decir el Presidente sobre que quieren bajar la influencia del FMI y de Estados Unidos; si querés bajar la influencia, ¿por qué le estamos pidiendo un nuevo crédito? Eso no entiendo.
–¿Qué le parecen las metas que se establecieron?
–Yo entiendo que tiene que ser un plan plurianual, pero realmente lo que se negocia es lo que pasará en los próximos seis o nueve meses. Después se renegocia si hay un problema. Si hay una guerra entre Rusia y Ucrania, tensiones con los Estados Unidos, y el dólar se va a cualquier lado, la Argentina no podrá tener el mismo déficit. Hay que tener una consistencia con el largo plazo, pero no veo ninguna forma de rigidez.
–Se negoció también que las tasas de interés sean reales positivas. ¿Se puede lograr eso, teniendo en cuenta el pasivo del Banco Central?
–Siempre se puede, pero, ¿a qué costo? Cuando estaba en el Banco Central, durante la época de Duhalde, que heredé la tablita, la crisis bancaria y la pesificación, para poder estabilizar llevamos la tasa de interés a 140%, porque dijimos que a ese nivel la gente iba a comprar algunos bonos.
–La famosa frase de que hay que lograr que “la codicia supere al pánico”.
–Exacto. Se podía subir la tasa de interés, pero no la podíamos mantener más de dos o tres semanas. La cuestión es si conviene tener tasas reales positivas. En el largo plazo tienen que ser positivas, porque es la tasa la que atrae el ahorro y dirige la inversión. Pero hoy todo el mundo funciona con tasas de interés negativas, hasta hay tasas de interés nominales negativas, que significa que hay que pagarle al banco para que reciba el dinero. En este contexto, no sé por qué se insistió en ese tema de la tasa de interés real positiva.
–¿Cree que este año tendremos una inflación mayor al 50,9% que hubo en 2021?
–No creo que sea mucho mayor la inflación, pero no importa si es 55%, 60% o 45%: estamos fuera de los rangos normales de inflación. Creo que no se va a descontrolar, que es lo importante. Ahí de nuevo podemos hablar de definiciones de contabilidad macro. La inflación que nosotros contamos acá y que se cuenta en Estados Unidos es la del índice de precios al consumidor (IPC), pero, por ejemplo, el precio del oro sube una barbaridad y el valor monetario no se pone en la canasta, porque no es un elemento de consumo.
–¿Puede crecer un país con brecha cambiaria de más de 100% e inflación arriba de 50%?
–La Argentina no puede crecer de forma estable por otras razones, aparte de eso. Si un país tiene una inflación de 50% y todo cambia 50%, incluidos los salarios, se puede crecer, pero no es la manera óptima. Para que la economía crezca tiene que haber inversión y, para eso, tiene que haber estabilidad. Con una inflación de 50%, aunque la compensen, no hay seguridad ni certidumbre. Si hay una brecha cambiaria muy grande está el problema de las ineficiencias, porque hay transacciones que tienen varios precios, dependiendo de quién es el que compra y quién el que vende.
–¿Es optimista con el país?
–No tengo una visión diferente a la general, pero no trato de enfatizar en lo que está pasando ahora. Me gustaría entender por qué la Argentina en los últimos 70 años ha tenido una crisis cada 10 años sin importar qué gobierno había, si peronista, radical, militar, civil, de derecha o de izquierda. No importa la ideología, ninguno pudo evitar la crisis de siempre: se devalúa, hay inflación, suben los salarios, aumentan los precios, hay desorden, baja la producción y se devalúa de nuevo, vuelven a crecer los precios. ¿De dónde viene que la Argentina tenga esos ciclos? Creo que la respuesta es que la Argentina tiene una estructura socio-económica y política que no le permite en estos momentos ganar competitividad en el mundo sin devaluar. Los países que funcionan bien y crecen mejoran su productividad con tecnologías nuevas y un marco político, económico y social estable. Eso atrae inversión y mejora la productividad. Pero la Argentina no puede ganar competitividad, porque en cuanto lo hace, suben inmediatamente las demandas salariales y se atrasa el tipo de cambio.
–¿Por qué el resto de los países de la región superó estos problemas y la Argentina sigue en lo mismo?
–No seguimos igual, vamos para abajo. La Argentina estaba a principios del siglo XX en un rango de los países más competitivos y más organizados, y ahora estamos perdiendo terreno. La competitividad se puede medir de muchas formas, pero en la gran parte de los estudios estamos en la parte más baja de la curva con respecto a los países de América Latina. La única forma de ganar competitividad en la Argentina es con devaluaciones, porque la competitividad real no se ha podido desarrollar bien. ¿Y por qué hay problemas de competitividad?
–¿Por qué?
–Eso es lo que estoy tratando de estudiar y de entender mejor. Hay varias cosas: hay un problema de cultura política, que crea inestabilidad política, y eso es malo para la inversión. Y también acá se cuestionan cosas que en otros países no, es una preferencia de los argentinos, les gusta discutir todo. En lo económico, creo que la estructura sindical en la Argentina tiene mucho que ver. No con el poder de los gremios, porque ellos tienen que defender a los trabajadores, para eso están, pero la estructura laboral en la Argentina hace que los gremios estén adentro de las firmas. Hay empresas donde hay más de 10 gremios adentro. Eso les resta capacidad de innovar.
–¿Y por qué no lo podemos solucionar?
–La Argentina genera mucha incertidumbre. Si vamos al FMI porque no tenemos más remedio y nos las pasamos diciendo que la deuda es culpa del gobierno anterior, sea o no lo sea, no suena bien. Nadie invertirá en un país donde un gobierno otorga ventajas para invertir y después llega otro que no reconoce los beneficios que prometió el anterior. Necesitamos tener políticas de Estado. La Argentina, además, tiene una estructura sindical específica que no permite mucha flexibilidad. Tampoco sé qué pasa en el sector empresarial, porque los empresarios son muy miedosos, no tienen la iniciativa que hay en otros lados. Es un problema de ciencia política, no económico, el porqué tenemos esta estructura. Es algo que estoy mirando. Quiero hablar con una serie de autores de historia económica para saber cómo se puede entender ese tema.
Perú y la experiencia de una economía estable pese a los vaivenes de la política
Julio Velarde es el presidente del banco central de Perú desde septiembre de 2006. Durante ese período en el país hubo siete mandatarios de distintas ideologías: desde Alan García, Ollanta Humala y Pedro Castillo, hasta Pedro Pablo Kuczynski. En los últimos cinco años, Perú tuvo cinco presidentes y varias veces el Congreso cerrado por largos períodos. Sin embargo, su riesgo país es de 160 puntos básicos (el de la Argentina está arriba de 1700) y tiene US$75.000 millones de reservas (versus US$37.000 millones).
“Lo conozco muy bien a Julio Velarde. Es amigo mío. Es un hombre muy peculiar, es muy pro mercado, pero es hábil para maneja las cosas. Perú tuvo como presidente a Alan García y su primer mandato (1985-1990) fue un desastre y hubo una hiperinflación. Luego asumió Alberto Fujimori (1990-2000), que fue una especie de Carlos Menem, y después volvió a ser presidente García. En su segundo mandato fue un buen presidente, no gastó de más y mantuvo las instituciones. Yo lo conocía porque su mujer era cordobesa [Pilar Nores Martínez] y una vez que fui a Perú me reuní con él. Le dije que después de un gobierno que fue un desastre, ahora ganar credibilidad le estaba costando trabajo, pero lo estaba logrando. Le pregunté cuál fue el motivo principal por el cual cambió de idea y su respuesta fue que los peruanos le habían dado una segunda oportunidad y había que aprovecharla. Fujimori era un déspota, pero desde el punto de vista económico manejó la cosas bien”, dice Mario Blejer.
–La historia en la Argentina, ¿podría haber sido distinta si la política económica de Menem hubiera terminado mejor?
–La fórmula de Menem funcionó hasta que dejó de ser la de él. Tenía un buen manejo fiscal, con la convertibilidad y muchísimo respeto por el inversor, le daba las condiciones que buscaba. Después empezó a falsificar las cuentas, cuando quiso cambiar la Constitución. Para eso necesitaba mucha plata, porque había que comprar a las provincias, y ahí se excedió con la deuda. No es que la fórmula de él no anduvo, sino que dejó de ser su fórmula.
–La inflexibilidad de los sindicatos argentinos para cambiar, ¿es un reflejo de la sociedad?
–Los sindicatos son el gatillo, pero no el problema principal. Las empresas tampoco son demasiado capitalistas en este país. Están acostumbradas a que el gobierno las financie, que les dé las condiciones que quieren, no hay una tremenda competitividad interna. En el último tiempo también empeoró la distribución del ingreso, la pobreza. Hablar de que vamos a poder evitar los ciclos mientras sigue aumentando la pobreza no funciona. No estoy en contra de las políticas de transferencias, pero tiene que ser algo equilibrado y hay que mirar lo que hacen otros países en el mundo.
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