Marina Dal Poggetto: “El Estado no tiene que desaparecer, pero sí tiene que ordenarse; la agenda es complicadísima”
Se graduó en Economía en la Universidad de Buenos Aires (UBA) y completó una maestría en la Universidad Torcuato Di Tella (UTDT); fue Subgerente de Análisis Macroeconómico del BCRA y jefa de Asesores de la Secretaría de Política Económica del Ministerio de Economía; también trabajó en el Indec; es directora ejecutiva del estudio EcoGo
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En su libro Tiempo Perdido, la economista Marina Dal Poggetto, directora de Eco Go Consultores, analizó la evolución económica y política de la Argentina desde el kirchnerismo hasta mediados del gobierno de Alberto Fernández. Escrito con el politólogo Daniel Kerner (Eurasia Group), enumera los fracasos entre gobiernos y las “herencias” recibidas, en un recorrido que se actualiza con el recambio presidencial, en el 40° aniversario del regreso de la democracia.
“Otra vez estamos discutiendo la herencia, y la verdad es que cada una es más costosa que la anterior. Pero esta es realmente complicada”, dice en diálogo con la nacion la economista, quien advierte por la fragilidad macro y los desafíos que impone la tríada compuesta por la necesidad de un plan de estabilización, las reformas para impulsar la productividad y gobernabilidad.
–¿Por qué esta herencia es peor?
–Si la comparamos con 2015, igual que en ese momento faltan muchos dólares. Hoy el riesgo país está en casi 2000 puntos y la tasa libre de riesgo en 5%, y en aquel momento el riesgo país era 600 y la tasa libre de riesgo, 2,5%. O sea, en ese momento había crédito disponible para financiar la transición y hoy no. Hoy sobran pesos, igual que entonces, con dos grandes diferencias. Hoy los pesos que sobran crean más pesos en forma endógena, por el problema asociado a las Leliq, y en 2015 no. Hoy la tasa de inflación corre 10 veces más que entonces: era del 1,5% y en noviembre de este año nos da (en Eco Go) 13,4%. Hay una distorsión de precios relativos parecida, con precios de los bienes ridículamente caros y tarifas ridículamente baratas, pero, a diferencia de entonces, hay salarios y jubilaciones que tienen una pérdida monstruosa en su capacidad de compra. Es una economía que lleva seis años de ajuste, porque en rigor cae en términos reales en 2018 y rebota ahora, para volver a niveles de 2013, que es cuando dejó de crecer.
–¿Y en lo fiscal y cambiario?
–Hoy el déficit fiscal primario es un poco menor, hay una cuenta corriente que había ajustado y se vuelve a desajustar, no tanto por el atraso del tipo de cambio real, sino por la brecha. En 2015 era del 40% y hoy está en zona de 150%. La otra gran diferencia es que hay un esquema de desdoblamiento de hecho y un entuerto de controles cambiarios. No se pagan importaciones y desde octubre cae el nivel de actividad. Y por ese desdoblamiento, el exportador recibe un tipo de cambio de $640, que permite anclar la brecha, pero paraliza la actividad. Hay un sistema de precios rotos, distorsiones de precios por donde los mires: hay controlados, descontrolados, precios cuidados. Y detrás de eso hay un nivel de gasto público que en 2015 era del 42% del PBI y hoy está en zona de 36%, de eso 20 puntos lo gasta la nación y 16, provincias y municipios. Buena parte del ajuste se hizo vía licuación de gasto en jubilaciones, que llegó a ser 9,6% del PBI con moratoria y reparación histórica con Macri, y hoy está por debajo de 7%. Se requiere urgente un plan de estabilización y de reformas y mantener la gobernabilidad, lo cual no es trivial.
–¿Hay motivos para el optimismo?
–A favor, está que llueve y que se terminó de construir el gasoducto, con lo cual la escasez de divisas se suaviza. Las exportaciones van a ser de entre US$15.000 y US$16.000 millones adicionales. Pero se parte de una deuda comercial de US$24.000 millones adicionales al normal funcionamiento de la economía, que son los que usó Sergio Massa para financiar la campaña. Hay sectores dinámicos, con potencial de aumento de exportaciones, como la minería, los combustibles, la agricultura, la industria del conocimiento o el turismo. Y eso es un activo a favor que se puede aprovechar. Un tercer punto es que los precios de los activos locales están regalados: a pesar de la suba que tuvieron, si se ordena, la Argentina está muy barata.
–¿Qué perspectivas tiene sobre el plan del nuevo gobierno?
–Si se miran los tres vértices que se requieren para ordenar esto, uno veía la campaña de Milei y no había nada en ninguno: la dolarización no era un programa de estabilización, las reformas que se presentaban eran desordenadas en primera, segunda y tercera generación y eso iba cambiando. Pero hubo un cambio radical en el discurso: pasamos del ‘peso es excremento’ a hacer todo lo posible para evitar una híper y especificar que no se pueden sacar controles de capitales si no se corrige lo fiscal y se solucionan las Leliq. No hay margen para el gradualismo con un riesgo país de 2000 puntos, porque no hay financiamiento. Tampoco hay margen para un shock descontrolado. Vamos a un shock con control de capitales. La cuestión es la magnitud y cuál será el ancla fiscal.
–¿Y por dónde pasa ese ajuste fiscal y cuán viable es?
–Ahí están las dudas principales. Hay promesas. Hay que ver qué hay en la ley ómnibus, cuáles son las batallas que van a dar y los márgenes que se van a dejar. Y la duda es cuán agresivos son en el esquema de desregulación que propone Sturzenegger. Porque ahí hay un esquema muy agresivo, pero creo que la Argentina requiere reformas para adaptar la productividad sistémica al mundo. Detrás de cada regulación hay algún beneficiario, chiquito o poderoso. El Gobierno quiere achicar el número de ministerios, pero hay que ver finalmente qué hay detrás. No hay giro radical. Aplicó el teorema de Baglini.
–Milei habla de las Leliq como un problema central, y otros economistas dicen que lo fiscal es más relevante. ¿Cuál es su visión?
–Son un problema. Hay un sistema financiero anómalo. Se emitieron más pesos de los que la gente quería, y para retirarlos se aspiró con pasivos que devengan una tasa de interés que genera mensualmente los pesos del déficit acumulado del año. Ese crecimiento endógeno de las Leliq son un problema. No pueden sacarse los controles de capitales con esta situación. Bajar la tasa y licuar los depósitos sin coordinar la presión cambiaria y con el contexto inflacionario actual es peligroso. Dicho esto, no hay una solución financiera a las Leliq. La ventaja es que son a tasa fija, y están en los bancos. Pretender cambiar Leliq por deuda del Tesoro puede ser un entuerto, suponiendo que la consolidación fiscal va a aparecer. Mi sensación es que la reestructuración no está siendo considerada, le están dando vida a instrumentos en pesos, después de la corrida que hubo cuando el entonces candidato decía que el peso era excremento. La combinación es statu quo y licuación. Falta mucho y el horizonte de gobierno son cuatro años, con elecciones de medio término en 2025. Ahí ya tenés que haber accedido al mercado de créditos y haber pasado un nuevo acuerdo con el FMI. Hay oportunidad para un gobierno que llegó con un discurso tremendamente agresivo, y el punto es cuánto maneja la gobernabilidad.
–¿Qué margen hay para el ajuste, con ingresos que caen hace años?
–La ventaja es que el salario ya cayó y no tiene que caer más. Claro que eso es en el modelo de los economistas, pero después hay actores jugando. La distorsión de precios relativos es enorme, con bienes ridículamente caros en base a una demanda que sigue tirando con problemas de oferta, porque el Banco Central dejó de vender dólares. Hay un nivel de inconsistencia fenomenal, con tarifas muy bajas, algunas no tanto al dólar oficial, y con costos en dólares. Y el aumento tarifario que necesitás es inflacionario. La pregunta es cuál es la variable de ajuste. La inflación es un promedio ponderado de precios, y si alguno está atrasado o adelantado, se necesita que algunos precios en dólares bajen y que los servicios suban. La pregunta es cuál es la variable de ingresos. Los ingresos, sobre todo las transferencias previsionales del Estado, se licuaron enormemente. Por eso, el programa requiere componentes ortodoxos en términos de un plan fiscal, financiero y monetario, y componentes heterodoxos que administren la distribución del impacto del shock. Algo reconoce Milei, al hablar de distorsión de precios. Antes era un problema solo monetario, y ahora dice que la única billetera abierta es la del Ministerio de Capital Humano. Pero de 19 puntos que gasta la Nación, hay 13 que van a esa cartera (jubilaciones, planes sociales, salud, educación). Entonces, se va a hacer el ajuste sobre los 6 o 7 que quedan… Es algo que lleva tiempo y en algún momento te chocás con la realidad.
–¿Y qué viene?
–Se rompió el sistema tributario con un alto nivel de evasión. El sistema previsional tiene muy bajo aporte en relación a los activos. Se rompió la moneda y el crédito y hay que volver a ordenarlos. La pregunta es qué hay dentro del esquema de ordenamiento del Estado. El Estado no tiene que desaparecer, pero sí ordenarse. Estamos en una economía de bienestar trucha, donde las clases medias intentan escaparse de los bienes públicos y no financiarlos. Hay un repudio del esquema tributario, que se pasó de largo en la carga efectiva. La presión efectiva de Argentina está en torno a 50% del PBI. De eso, 3,5% puntos son gasto tributario, es decir, lo que no se recauda, por ejemplo por el régimen de Tierra del Fuego y por Ganancias en los jueces. Hay que normalizar el sistema y reordenar la macro con más incentivos. La agenda es complicadísima.
–¿Y qué consecuencias tuvo ese esquema en términos distributivos y entre sectores?
–El modelo fue terriblemente regresivo hasta acá. La represión financiera genera brechas: tasa de interés negativa con un riesgo país de 2000, brecha cambiaria con un dólar oficial de $360 y un dólar financiero arriba de $900 y brecha de precios. Hay algunos muy controlados, con balances de empresas afectados y compensados por cantidades más altas, y sectores con precios descuidados. Ahora el Central se quedó sin dólares, vino Massa y para financiar su campaña usó US$36.000 millones; las reservas son negativas en US$13.000 negativas y hay US$18.000 en deuda comercial. Es un modelo de salarios bajos con castigo a la exportación, y para compensar eso se pone un blend (dólar 50/50) que paraliza la oferta. Está todo mal.
–Se cumplen 40 años del regreso de la democracia. ¿Qué análisis hace en materia económica?
–Por suerte festejamos 40 años de democracia, pero hay un fracaso económico colectivo, con oportunidades individuales fantásticas como contracara de ese ciclo perverso. La Argentina maximiza el ciclo y minimiza la tendencia: es de los países que menos crece y que más recesiones tiene, y cada crisis termina generando oportunidades para el que se puede cubrir. La transferencia de ingresos de este esquema es enorme, con los métodos lícitos e ilícitos con los que se relaciona el sector privado y el Estado. Creo que en gran medida esto tiene que ver con el péndulo y los ciclos entre gobiernos que fuerzan el crecimiento a través de política fiscal, monetaria y de ingresos inconsistentes y pierden elecciones cuando se agota el modelo. Y después, generalmente viene el otro lado, con gobiernos que intentan una apertura frente a la represión económica previa, que apelan al endeudamiento para manejar las inconsistencias y terminan chocando l quedar sin financiamiento. Y el ciclo se repite. Empezó con el gobierno militar, después Alfonsín, el menemismo, el kirchnerismo, Macri y la repetición del ciclo kirchnerista, que fue de los peores.
–¿Por qué?
–Porque venías de un aumento de la productividad que generó la convertibilidad, que terminó mal por la regla cambiaria rígida. Y para forzar el corto plazo, de forma inédita pasaron de cuatro puntos de superávit fiscal y de cuenta corriente a tener déficit, de una economía de 3,6% a 25% de inflación y hoy de 230%. Forzaron la distribución del ingreso atrasando tarifas, anclando el dólar y siguieron de largo mucho más de la cuenta. Al principio tenía cierta lógica, porque la economía estaba en depresión, pero eso coordinó el estancamiento desde 2012. Macri intentó corregir con deuda y terminó mal, y la pregunta es si podemos frenar ese ciclo, y fundamentalmente en términos contractuales. Si el que viene no respeta los contratos del que viene, no hay forma de construir un país. Y como dice una frase de Andrés Malamud, los países requieren instituciones, democracia, uno que la pegue y otro que la siga.
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