Luna de Avellaneda. El club de barrio que resiste el desalojo desde hace 30 años
A fines de los 80 un grupo de vecinos de Moreno pidió permiso para armar una cancha de fútbol en un monte de pastizales. El dueño de entonces, Manuel Ruda, se lo otorgó y así, improvisadamente, en ese terreno abandonado comenzó a construirse el club Aurora, en el que hoy juegan cerca de 250 chicos y 120 adultos, entre equipos de varones y de mujeres.
Desde ese momento a esta parte, Ruda murió y un matrimonio compró el terreno en un remate judicial. La posesión precaria del lugar hizo que el club siempre se mantuviera a la sombra de una amenaza o, al menos, de una duda: qué pasaría si algún día ese espacio fuera interesante para la industria inmobiliaria.
Aún así sus miembros lo hicieron crecer. Ahorraron dinero con bailes, kermesses, venta de pollos asados, campeonatos de truco, bingos, rifas y buffetes y de a poco fueron sumando actividades, construyeron vestuarios, un pequeño salón y las bases para otro más grande.
"Moreno es un polvorín, un lugar difícil donde sacamos chicos de la calle, le damos un lugar. Además del deporte, trabajamos con una escuela cercana, damos clases de Educación Sexual Integral, les damos de comer a los chicos los domingos que hay partido", cuenta a LA NACION Nelson Orellana, secretario del club. De hecho, Moreno es uno de los distritos del conurbano más afectados por la violencia asociada al narcotráfico.
Ese miedo tácito se volvió una amenaza concreta en 2014, cuando la dueña del terreno, que no había tenido interés de venderlo hasta entonces, decidió lotear y solicitó al club que retirara el cerco perimetral que había colocado. El club -que, según Orellana, ocupa una porción minoritaria de la propiedad- ofreció mudarse a la parcela menos valiosa o constituirse como "pulmón verde" del loteo, pero no hubo acuerdo y la disputa fue llevada a la Justicia.
En un primera instancia del juicio, que se llevó a cabo en Moreno, la propietaria del terreno, Verónica Coronel, no logró desalojar al club ya que el juez consideró que era poseedor del predio y que el tema de fondo de la propiedad debía ser discutido en un nuevo juicio. Según consta en el título de propiedad, el terreno fue comprado por el marido de Coronel, que luego murió, en 1996, mientras que el club comenzó a utilizar el terreno con fines sociales y deportivos en 1988.
Pero el club sufrió luego un nuevo revés. La dueña del terreno apeló y la Cámara de Apelaciones de Mercedes revocó el fallo anterior. Según el tribunal, en mayo del año 2000 el marido de Coronel le había otorgado a través de un comodato permiso al club para ocupar gratuitamente el terreno, pero con la posibilidad de recuperarlo en cualquier momento. Con ese argumento, el 28 de octubre pasado la Justicia determinó que el club tenía 10 días para desalojar. En otros términos: los jueces le dan la razón a la titular del predio.
Ese plazo hoy está vencido. Sin embargo, todavía nadie fue al club a exigirles que se retiren y ellos creen que ese día podría llegar en marzo, cuando la rutina judicial retome su dinamismo.
LA NACION se comunicó con Coronel, que prefirió no hacer declaraciones sobre la disputa.
"La mujer compró el terreno con la gente adentro, como en el cuento El trueno entre las hojas, de Augusto Roa Bastos", dice Orellana, que se crió en el club y hoy es profesor de Literatura en un colegio secundario. "Yo sé lo importante que es el club para los chicos porque lo fue también para mí", agrega.
Consultada por LA NACION, la intendenta de Moreno, Mariel Fernández, dijo que están trabajando para reubicar a Aurora en otro lugar del municipio. Algunos días atrás Fernández, que asumió en diciembre pasado, dijo en un programa de LN+ que "en Moreno hay muchísimo hambre", y aseguró que "hay chicos que comen cartón".
Un domingo reciente, de casualidad, Orellana encontró en la televisión la película Luna de Avellaneda, dirigida por Juan José Campanella, que cuenta la historia de un club social y deportivo que, como Aurora, corre riesgo de cerrar. "Me mató, porque a nosotros nos está pasando algo parecido. Los chicos están muy tristes; es su espacio, su lugar. Hay gente en situaciones tremendas en cuanto a lo económico y social que en el club encuentran un refugio", dice Orellana.
El sábado 4 de enero, el club organizó su primera marcha por el barrio para pedir alguna solución al problema. Chicos y grandes marcharon con globos naranjas, verdes y blancos, los colores de Aurora, y una pancarta hecha entre todos que decía: "Los clubes de barrio no pueden desaparecer".
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