Lula se despide victorioso, pero surgen preocupaciones económicas
SÃO PAULO, Brasil—Cuando Luiz Inácio Lula Da Silva deje la presidencia de Brasil el sábado, las repercusiones negativas de su legado podrían socavar el propio éxito que lo hizo el presidente más popular de la historia del país más grande de América del Sur y preparó el camino para que Dilma Rousseff, su protegida y ex jefa de gabinete, ganara cómodamente las elecciones para sucederlo.
Un enérgico ex trabajador metalúrgico y sindicalista, Lula se enorgullece de contrastar sus exitosos ochos años de gestión con la "herencia maldita" de una economía estancada, alto desempleo y aparentemente inextricable pobreza que dejaron administraciones previas. Pero una serie de crecientes preocupaciones fiscales y económicas —incluyendo un fuerte aumento en el gasto público, una inflación al alza y temores de que se está generando una burbuja en el mercado de crédito al consumo— hacen que muchos críticos sostengan que Lula está dejando su propia "herencia maldita".
"Se puede estar yendo como un éxito, pero también deja un gigantesco signo de interrogación", dijo Alexandre Barros, un consultor político en Brasilia. "Las cosas mejoraron cuando estaba en el cargo, pero hay problemas que surgen justo cuando lo abandona", sostuvo.
Una pregunta es si realmente va a dejar su cargo o no. En las últimas semanas, Lula ha dicho que no descarta una futura postulación a la presidencia mientras al mismo tiempo asegura que apoya el derecho de Rousseff de volver a presentarse en 2014.
Estas vacilaciones han empañado los días previos a la toma de posesión de Rousseff y revelado que Lula es un líder renuente a dejar el control del poder.
Está claro que Lula, de 65 años de edad, es considerado uno de los más exitosos presidentes del mundo. Deja su cargo con índices de aprobación de más de 80%. Su rol como vocero líder del mundo en desarrollo elevó el perfil de Brasil en la escena internacional y ayudó al país a ganar el derecho de ser el anfitrión de la Copa Mundial de Fútbol de 2014 y de los Juegos Olímpicos de 2016.
Pocos cuestionan el renacer económico que Brasil, ahora la octava economía del mundo, ha disfrutado desde que Lula asumió la presidencia. Al adherirse a reformas que habían sido lanzadas antes por sus predecesores, Lula aseguró estabilidad y dejó sin argumentos a los escépticos que temían que su gobierno de izquierda diera marcha atrás en Brasil hacia el tipo de inestabilidad que había sufrido por décadas.
El crecimiento económico, que ha superado en promedio 4% anual durante sus dos mandatos, se duplicó en comparación con el de los ocho años previos. En 2010, se espera que Brasil crezca casi 8%.
Acompañado de ambiciosos planes sociales, el crecimiento catapultó 30 millones de personas a la clase media y sacó a 21 millones de personas de la pobreza. Brasil, que alguna vez le adeudaba miles de millones de dólares al Fondo Monetario Internacional, ahora es acreedor de la institución.
De todas formas, Brasil enfrenta desafíos propios, muchos de ellos consecuencias no deseadas del propio auge. Por ejemplo, a medida que decenas de miles de millones de dólares en inversión extranjera entraban al país anualmente, el real brasileño se fortaleció, complicando los negocios de los exportadores del país y haciendo a las importaciones más competitivas contra los productos locales. Golman Sachs ha dicho que el real es la moneda más sobrevaluada del mundo.
Algunos de los problemas de Brasil son el resultado de pasos que Lula dio para proteger al país de la recesión global. Cuando la crisis financiera comenzó, el gobierno inundó los grandes bancos manejados por el gobierno con dinero, ordenándoles dar préstamos a consumidores y empresas. El gobierno también aumentó su propio gasto, asegurándose que los contratos públicos, los proyectos de infraestructura, y los salarios ayudaran a impulsar la actividad económica.
Aunque exitoso, el gobierno no redujo el gasto una vez que la crisis se desvaneció. De hecho, el gasto público como porcentaje de la economía se ha casi duplicado durante el gobierno de Lula. Esta semana, el gobierno reconoció que el déficit presupuestal sería mayor de lo esperado.
En un editorial el jueves, O Estado de S. Paulo, dijo que el gobierno debería haber usado el auge como una oportunidad para reducir el gasto público y reordenar las finanzas estatales. El gasto, combinado con una voraz demanda de los consumidores, ha generado temores de que reaparezca la inflación, que durante mucho tiempo fue el talón de Aquiles de la economía de Brasil.
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