Los roces entre sindicatos vaticinan conflictos laborales muy graves
El caos es el estado amorfo e impredecible de la naturaleza anterior a la creación. Los griegos utilizaban una expresión específica para todo aquello que entrañaba confusión y desconcierto.
Los sindicatos, el movimiento obrero, los salarios convencionales y la paz social se dirigen sin prisa y sin pausa hacia el abismo, en una carrera entre precios y salarios y al borde del caos.
La mentada "cumbre" sindical de Mar del Plata fue una muestra clara del desorden interno que tiene el otrora denominado " movimiento obrero organizado ", aquel que le dio al Partido Justicialista gran parte de su identidad.
El vacío que le hicieron los políticos convocados, José Manuel de la Sota (gobernador de Córdoba), Sergio Massa (diputado electo del Frente Renovador) y Daniel Scioli (gobernador de Buenos Aires), demuestra que actualmente las llamadas centrales obreras son piantavotos y no resultan atractivos para el electorado en general.
Los políticos prefieren esperar que los acontecimientos se precipiten sin control y después tejer alianzas con los gremios.
Sobre la base de presión a través de medidas de fuerza con graves daños a la productividad, los sindicatos han logrado mantener cierta hegemonía presionando en forma extorsiva a las empresas, con aumentos salariales superiores a la inflación, aprovechando una curiosa alianza entre la CGT de Hugo Moyano y el ex presidente Néstor Kirchner.
Sin embargo, todo lo que se logró en la totalidad de la "era K" se perdió en los últimos 50 días, gracias a la anomia de todos los sectores involucrados.
Nunca como hoy hubo cinco centrales obreras, división originada casi exclusivamente en conflicto de intereses político-sindicales y en la forma de relacionarse y de reclamar apoyo y recursos del Poder Ejecutivo. La más curiosa es la de Hugo Barrionuevo (Unión de Trabajadores del Turismo, Hoteleros y Gastronómicos de la República Argentina) con la agrupación Azul y Blanca integrada por sindicatos que hace poco más de tres años se fueron de la CGT unificada de Moyano y que ahora se vuelven a aliar con él.
La segunda entidad es la CTA oficialista de Hugo Yasky, trotskista histórico ahora converso y fanático K. Enfrentada con Yasky está la CTA opositora de Pablo Miceli, también trotskista, que se jacta de ser aliada de la CGT de Moyano, con la que hace un año y medio era su más temido enemigo.
Ambas CTA no cuentan todavía con reconocimiento legal. La CGT opositora de Moyano, que hace dos años era una aliada kirchnerista indiscutido, ahora se une a la izquierda de Miceli (CTA) y a la derecha de Barrionuevo.
Y por último, está la CGT Balcarce de Antonio Caló (Unión Obrera Metalúrgica), con "los Gordos" con una alianza con Massa a través de una de las mayores promesas del sindicalismo como es el ahora diputado nacional Héctor Daer (Sanidad), y con gremios ultra-K, como el Sindicato de Mecánicos y Afines del Transporte Automotor (Smata) con Ricardo Pignanelli.
Ante este mapa, nadie sabe si se debe aplicar la frase de Maquiavelo "dividir para reinar", o la de Napoleón en donde "mi mejor amigo es el peor enemigo de mi enemigo".
Este vertiginoso recorrido de infidelidades, pases y traiciones, ídem de lo ocurrido dentro de los partidos políticos, también hizo estragos entre la dirigencia sindical. El resultado es que libran una batalla sin cuartel de todos contra todos.
La mayoría de los dirigentes, aun aquellos que forman parte de las distintas centrales, están peleados entre sí por las disputas que promovió primero Moyano desde el sindicato de camioneros al capturar afiliados de otros gremios tras ofrecerles protección y mejores salarios. Fiel al lema "cuando la política entra por la puerta la Justicia sale por la ventana", quedó demostrado que el aliado clave de los gremios es el Gobierno de turno, y sólo cuando Moyano entró en desgracia se volvió a la institucionalidad en materia de encuadramiento sindical.
En ese contexto se tejen diariamente intrigas, supuestas alianzas, fotos de unos con otros, provocándose la crisis y el desconcierto reinantes. En cualquier caso, la hora de la verdad será el momento en el que el Gobierno esté dispuesto a abrir la negociación colectiva de salarios.
Después de algunos puentes salariales preocupantes firmados entre diciembre y enero se pasó del 18% supuestamente reclamado desde el Poder Ejecutivo, a la banda de incrementos de 20 a 30%, y con las fluctuaciones de precios de las últimas seis semanas se ha llegado a la banda que va del 30 al 40% de aumento.
Si alguien desde el Gobierno no pone orden pronto, el "Rodrigazo" concretará su anunciado regreso a la Argentina.
El autor es profesor de Derechodel Trabajo en la UCA
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