Los riesgos del “complejo de mesías” de Elon Musk
Las controvertidas declaraciones del empresario pueden impactar en el negocio de su red social X, que vive de la publicidad; sin embargo, no tendrían un efecto tan grande en otras empresas, como Tesla y SpaceX
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No fue un lanzamiento más para la multitud que se reunió en la Base de la Fuerza Espacial Vandenberg en California, el pasado 1° de diciembre. Primero vino la euforia. La visión del cohete Falcon 9 atravesando el cielo y luego dejando caer su primera etapa reutilizable, con la gracia de Mary Poppins, provocó gritos de asombro, al igual que el estallido sónico que siguió. “Nunca envejece. Es como estar en un concierto de AC/DC”, murmuró un espectador. Luego vino la realización del logro. Esta nave espacial tenía una carga útil geopolítica: llevaba el primer satélite espía de Corea del Sur, tratando de alcanzar a Corea del Norte días después de que este último país supuestamente pusiera en órbita su propio software espía. También tuvo un aspecto científico: metió a Irlanda en la era espacial, al llevar el primer satélite del país, construido por estudiantes de la University College Dublin.
A nadie se le pasó por alto que tenían que agradecerle a Elon Musk por el espectáculo. Al mismo tiempo, la confiabilidad casi inquebrantable de las maravillas de la ingeniería que el fundador de SpaceX, la empresa detrás del Falcon, ha engendrado (SpaceX ha lanzado y recuperado sus cohetes 250 veces) contrasta marcadamente con los comentarios desquiciados y propensos a errores que en las últimas semanas lo han hecho parecer un travieso canalla espacial. Estos incluyeron: respaldar un tuit antisemita en X, su plataforma de redes sociales (un acto que luego calificó de “tonto”); un vergonzoso viaje a Israel que, según dijo, era para promover la paz pero que parecía más bien una gira de disculpas; un aluvión de mensajes contra anunciantes como Disney en una cumbre de The New York Times, después de que retiraron sus anuncios de X; y una burda automitificación con su comentario de que “ha hecho más por el medio ambiente que cualquier ser humano en la Tierra”.
Un asistente al lanzamiento del cohete deslizó que Musk, a pesar de todo su genio, ahora le recordaba al desordenado Tony Soprano, de la serie de televisión de mafiosos Los Soprano. Otro, un joven británico aficionado a la física, señaló por qué el empresario todavía gozaba de seguidores de culto. “Es claramente un hombre muy problemático. Pero ser fuerte y convertir un pasado problemático en un futuro exitoso es atractivo. Es un megalíder. Tiene que hacer creer a la gente que puede caminar sobre el agua”.
Esto apunta al dilema central del fenómeno Musk. ¿Es la fanfarronería solo el espectáculo de un pionero empresarial? ¿Puede un hombre que ha desafiado las convenciones de la ingeniería, la energía y la economía para revolucionar los viajes terrestres y espaciales salirse con la suya desafiando las reglas de la decencia humana debido a la importancia de su misión? ¿O se le ha subido la misión a la cabeza, creando un complejo de mesías que eventualmente podría derribarlo?
La respuesta es una combinación de los tres. El humor provocativo de Musk, desde chistes infantiles hasta bromas como fumar marihuana en público, han ayudado a pulir su reputación como un inconformista en los negocios. A menudo va demasiado lejos, irritando a los reguladores y generando preocupaciones sobre el estado de su salud mental. Pero su ruptura de reglas también emociona a sus fanáticos y, aunque su principal técnica de marketing ha sido vender excelentes productos, ayuda a que sus marcas se destaquen. Hasta este año, los Tesla se vendían de boca en boca, en lugar de mediante publicidad. Su talento para el espectáculo tiene una cualidad de Willy Wonka: es difícil saber dónde termina la magia y comienza la locura, pero no podés mirar a otro lado.
Sin duda, ahora que Tesla, con un valor de US$750.000 millones es el fabricante de automóviles más valioso del mundo y que SpaceX, en teoría, está valuada en US$150.000 millones, sus motivos para seguir comportándose de manera desagradable son más turbios. Una anécdota en la biografía reciente de Walter Isaacson sugiere que sus motivaciones pueden ser compulsivas. Una vez, los amigos de Musk tomaron su teléfono y lo guardaron en la caja fuerte de un hotel para que dejara de tuitear durante la noche. A las 3 de la madrugada ordenó a la seguridad del hotel que abriera la caja fuerte. Sin embargo, por muy tóxicos que sean sus tuits para X, que vive de la publicidad, no importan mucho a los clientes e inversores de Tesla y SpaceX. Aunque sus payasadas en X provocaron caídas periódicas en el precio de las acciones de Tesla, a lo largo de los años subió espectacularmente. Si SpaceX sale a la bolsa, los inversores se lanzarán al mercado, incluso si algunos se tapan la nariz mientras lo hacen. A pesar de todos sus estallidos, es principalmente gracias a su visión e impulso que la compañía alcanzó esta ventaja, tanto en el negocio de los cohetes como en las comunicaciones por satélite.
Lo más preocupante es el complejo de mesías. Desde Tesla y SpaceX hasta la inteligencia artificial (IA), Musk actúa como si tuviera la misión de salvar a la humanidad, evitando una catástrofe climática, proporcionando una ruta de salida a través de viajes interplanetarios, impidiendo que las máquinas piensen más que el hombre o evitando el Armagedón nuclear. (El año pasado obstaculizó los esfuerzos de Ucrania por contraatacar a Rusia al negarse a extender su acceso a sus satélites Starlink al territorio ocupado por Rusia, con el argumento de que tal ataque podría llevar a Vladimir Putin a tomar represalias con armas nucleares). Por momentos suena como un dios griego caprichoso que cree tener el futuro en sus manos. “Por fin el futuro se verá como el futuro”, alardeó durante el lanzamiento de la camioneta Cybertruck de Tesla el 30 de noviembre.
Salvar a la humanidad está de moda. Es un fetiche peligroso. El mes pasado, una carta para proteger al mundo de los peligros de la IA “deshonesta” casi destruyó a OpenAI, creador de ChatGPT. Hace un año, Sam Bankman-Fried, ahora un estafador convicto, afirmó que los desastrosos riesgos que asumió con su exchange FTX estaban al servicio de la humanidad. Sin embargo, ese celo misionero no es nuevo en los negocios. Empujó a Henry Ford, inventor del Modelo T, a mejorar la vida de los trabajadores.