Los problemas del Estado Argentino (y sus no problemas)
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Al despertarnos, solemos tomar consciencia que estamos por empezar un nuevo día a través de la vista o del oído, sin prestar atención en los ojos o en los oídos en sí mismos. Después solemos desayunar sin estar pendientes de nuestras muelas y nos peinamos sin pensar qué hay dentro de la cabeza.
Ahora bien: si por algún motivo estamos ante un día en que nos aparece un malestar, más que seguro que vamos a tener muy presente a la parte de nuestro cuerpo donde se genera. En cierta medida, y aunque no parezca, algo similar también sucede con la sociedad y el Estado.
Cuando en Argentina pensamos en el Estado, no es necesario hacer un gran esfuerzo para encontrar problemas de diversa naturaleza que, mediante múltiples vías, se transforman en malestares. Y esos malestares duelen, como también duele una otitis o una cefalea, al punto de percibirse como insoportables. Tanto como lo es la falta de acceso a los servicios básicos (agua, saneamiento, gas de red, etc.), o la inseguridad estructural, o el despilfarro de los recursos públicos, hechos de corrupción, o la justicia que mira y no ve. Así como también resulta insoportable ver a dirigentes políticos y sindicales prósperos que trampean al sistema a cielo abierto, o a empresarios exitosos a sola firma (de algún organismo público), o a servidores públicos que sólo se sirven a sí mismos.
Sin embargo, por mucho que nos cueste verlo, así como nuestro cuerpo nos proporciona la vista y el oído, el Estado nos proporciona muchos “sentidos” que naturalizamos. Algo así como no problemas, que definen una situación que, sin la existencia del Estado, lo serían.
¿Cuáles serían los no problemas que nos brinda el Estado argentino? Para responder hay a apelar a la comparación con otros países, algo a lo que los por aquí somos muy propensos. Por ejemplo, durante la pandemia del COVID-19, a diferencia de lo que pasó en Uruguay o en Chile, en nuestro país era un no problema económico testearse, porque era gratuito. O a diferencia de Perú, también lo era conseguir oxígeno. En nuestro país también lo es el nacimiento de un hijo porque, a diferencia de otros de Latinoamérica, el sistema de salud público no cobra por parto.
También estudiar en una universidad con estándares de calidad y oferta más que aceptables (y en muchos casos, de excelencia), gracias al sistema universitario público y gratuito; padecer una enfermedad rara (poco frecuentes), o tener a cargo a una persona con discapacidad, porque contamos un marco normativo que brinda una alta protección, que en la práctica funciona razonablemente bien. La sanidad alimenticia y la calidad de los medicamentos que consumimos también lo son, gracias a instituciones públicas como la ANMAT, referentes en la región. La protección del Estado nacional a los ciudadanos argentinos en el exterior también es un no problema en comparación con otros países (después de los denominados centrales, Argentina es uno de los que más embajadas y consulados tienen en el mundo).
Y tener acceso a una oferta vasta y accesible de bienes culturales, es otro valor positivo que caracteriza a este país. Pero al igual que lo que sucede con los ojos, con los oídos o con cualquier otra parte del cuerpo cuando funciona bien, rara vez nos acordamos de que los tenemos.
Tomar consciencia de los “no problemas” del Estado argentino es clave para comprender que hay partes del cuerpo que funcionan razonablemente bien, y en algunos casos, muy bien. Pero principalmente es clave para reflexionar acerca de qué estrategia conviene adoptar para resolver los evidentes y múltiples problemas de ese cuerpo, de modo que la resolución de estos no implique la eliminación de los “no problemas”, porque si eso sucede, van a empezar a florecer malestares que ya estaban saldados.
El autor es vicepresidente de la ASAP (Asociación Argentina de Presupuesto).
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