Los ocupados y sus mentiras
Caminaba como rayo, casi que movía los papeles de los escritorios cuando pasaba. "Estoy apurado, ahora no puedo contestarle", dijo sin detenerse ni a pestañear el Gurú de la cortada de la calle Estomba.
La respuesta es casi una manera de empezar gran cantidad de conversaciones, por no decir la gran mayoría. Ni hablar de las comunicaciones que tienen que ver con el mundo del trabajo. Casi que la expresión se ha convertido en una de las maneras como los modernos empiezan las conversaciones.
Al extremo se llegó por culpa, o gracias, a los teléfonos celulares. "¿Estás?", aparece en la pantalla. Y ahí empieza la simulación. El buscado siempre está. El buscador lo sabe. El buscado se esconde. Y entonces imposta el estado que les encanta a los ejecutivos pichones corporativos. "Estoy ocupado, te llamo", o en su caso el comodín de moda: "Estoy reunido". Y allí desaparece por un rato. Ambos saben que están disponibles. Pero ambos impostan ocupaciones propias y ajenas.
Esta semana, la escritora Laura Vanderkam, en una nota publicada en The New York Times, confesó que desde que había nacido su cuarta hija no paraba de decir que estaba muy ocupada. "Así es la mecánica de la conversación moderna: una aseveración constante de la escasez de tiempo", escribió.
Entonces cuenta que hizo un experimento. "En un intento de entender este frenesí –dice la autora–, pasé los últimos 12 meses analizando mi uso del tiempo en el que puede haber sido el año más ocupado de mi vida. Así que registré en una hoja de cálculo bloques de media hora para cada una de las 8784 horas que constituyen un año bisiesto. No descubrí cómo agregar una hora extra a cada día, pero sí aprendí que las historias que me contaba a mí misma sobre cómo pasaba mi tiempo no eran siempre ciertas. El ritmo por hora de mi vida no era tan agitado como yo pensaba."
Luego llegó el recuento. Pese al latiguillo de la ocupación, tuvo tiempo (232 horas) para el gimnasio y para la lectura (327 horas). Trabajó 1995 horas en el año, un promedio de 37,4 horas por cada siete días. Tomó cuatro semanas de vacaciones, en las que trabajó mucho menos de lo normal. De las 168 horas semanales, trabajó 37, durmió 51,81 y le quedaron 78,79 para otras cosas. La enumeración sigue, pero concluye que finalmente, a decir por los datos, no estuvo tan ocupada como creía.
En las empresas modernas, es imperdonable tener tiempo. Irremediablemente hay que estar ocupado para tener buen concepto. Prácticamente no hay incentivos a utilizar bien el tiempo, sino que está todo pensado para que la dinámica diaria sea correr.
Los pichones corporativos conocen el juego: nadie los premiará por ser eficientes en el manejo de los minutos. Los eficientes corren el riesgo de caminar por la cornisa; los pueden tildar de vagos.
"Los jefes no están preparados para que sus empleados aprovechen mejor el tiempo. Hay que correr, no sé para qué, pero correr", dice el Gurú al paso, obviamente apurado. Entonces todos mienten y fingen estar ocupados. Sólo basta pasar por un baño y escuchar voces que se disculpan por estar en reuniones.
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