Porteños vs. bonaerenses: los números sesgados del Presidente
El juego se podría llamar "Todos ponen para Axel". Pero el gobernador Kicillof bien podría defenderse y replicar que, pese a la colecta, todavía es el más pobre. Ambas cosas son ciertas. Pero lo que no es verdad es que la Ciudad de Buenos Aires tiene más recursos coparticipables que el resto de las provincias.
Dice un dicho popular que una buena manera de esconder un elefante en una plaza es llenar de elefantes la plaza. Algo de eso hizo el presidente Alberto Fernández ayer, cuando repasó los números porteños y los comparó con los de la provincia de Buenos Aires.
Hasta julio, cada poblador bonaerense recibió un cheque de la Nación de 22.818 pesos, algo por debajo de los 23.331 pesos que le llegaron a un porteño. Pero no es verdad que quienes viven dentro de la General Paz sean los beneficiados por el reparto de dinero nacional. En el otro extremo de la tabla, Tierra del Fuego se hizo con $108.982 por cada uno de sus habitantes; Catamarca, $83.357; Formosa y La Rioja, $78.614 y $78.186, respectivamente, y Santa Cruz, $72.455. Luego viene La Pampa, que hasta julio tuvo ingresos por $69.801 por cada habitante.
Es verdad que la provincia está atrasada en el reparto de fondos coparticipables. De hecho, la Casa Rosada le entregó al alumno preferido de la clase el 48,1% de las transferencias no automáticas que dispuso entre enero y julio. Así y todo, es la provincia que menos recibe per cápita. Pero, según datos del Instituto Argentino de Análisis Fiscal (Iaraf), lo que no es verdad es que la Ciudad es la gran beneficiaria del reparto de impuestos.
La media verdad que expuso el presidente Alberto Fernández daba a entender que la Ciudad era la gran beneficiaria del dinero nacional. Pero eso es demasiado lejano a la realidad. De hecho, seguramente, cuando a fin de año se cierre el balance del año, los porteños habrán sido los que menos dinero federal hayan recibido.
Las provincias, como se resolvió constitucionalmente, reciben un importe de la llamada Coparticipación Federal de Impuestos. Ese dinero se recauda con los tributos coparticipables, como el IVA o el impuesto a las ganancias, y es de división automática, de acuerdo con la ley.
A eso se le suman las transferencias no automáticas que el Estado nacional decide con discrecionalidad. Este año, por caso, se distribuyeron 212.000 millones de pesos en este concepto. Hasta julio, Kicillof se llevó el 48,1% del total. El resto se repartió entre los otros 23 distritos.
Justamente con este importe extra, la coparticipación de cada bonaerense quedó muy cerca de la que recibe un porteño. De la General Paz al río $23.331, entre enero y julio, y $22.818 para la provincia.
Claro que estos números están lejos de provincias como Santa Cruz ($72.455), La Pampa ($69.801) o San Juan ($55.700), distritos con muy baja densidad poblacional. Por el contrario, otras provincias con más habitantes se ubican cerca del final de tabla. Mendoza ($27.637), Córdoba ($31.246) y Santa Fe ($32.224) son las que completan los últimos lugares de la tabla junto a la Ciudad y la provincia de Buenos Aires.
El diseño de la coparticipación, justamente, se realizó para que las provincias grandes subsidien a las más pequeñas. Y, de hecho, lo hacen. La estructura por la cual se rige actualmente el reparto tiene carácter transitorio y fue establecido en 1988 mediante la ley 23.548. Tal necesidad de cambio existía al punto que, en 1994, la reforma constitucional incorporó el tema en el corpus legal y en una de las cláusulas provisorias estableció que el nuevo régimen debía estar terminado en 1996. Pasaron 26 años y la política argentina jamás ha dado -ni tampoco parece que dará- semejante debate.
Por ahora, los gobernadores son convocados a Olivos a aplaudir y ellos, en avión, acuden obedientes. Todos ponen. Kicillof se llevó uno de cada dos pesos que repartió la Nación por fuera de la coparticipación, además de que es el principal beneficiario en su territorio de los planes asistenciales que también surgen del gobierno federal.
En su libro Había una vez algo real, Ivana Costa se pregunta: "Por qué nuestros relatos de sucesos reales están llenos de ficción y por qué, en una época partidaria de la demolición de la realidad, en un mundo saturado de ficciones, hay de todos modos una añoranza de verdad". No parece que esta pregunta pueda ser contestada en Olivos; apenas se utiliza una pequeña parte de la verdad como para esconder la mayoría de ella. Total, aplaudidores de actos oficiales siempre sobran.
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