Los números no mienten, pero algunos los usan para mentir
Abusando de la estadística, se la puede utilizar para asustar, como cuando se dice que la equivalencia anual de los aumentos de los precios verificados en los últimos 10 minutos alcanza a 14,328%, y también para impresionar, como cuando se afirma que si ponemos uno al lado de otro los billetes de $1000 emitidos en lo que va de 2022 podemos rodear la Tierra no sé cuántas veces. Pero también sirve para entender, cuando las estimaciones son confeccionadas por personas idóneas e interpretadas profesionalmente.
Para entender más sobre esto conversé con el norteamericano Harold Adolph Freeman (1909-1997), a quien, cuando falleció, Paul Anthony Samuelson recordó de manera muy afectuosa: “Selecciones del Reader’s Digest contenía una sección titulada La persona más inolvidable que conocí en mi vida. Harold Freeman sería mi candidato. Era una persona sociable, amante de los chismes y siempre dispuesto a discutir los problemas que enfrentaba cada uno. Una sola vez asistió a una fiesta que dimos en casa, con mi esposa Marion Crawford. Siempre aceptaba las invitaciones, pero con frecuencia a último momento le surgía algún compromiso en otra ciudad”. Conversé con él porque en 1963 publicó Introducción a la inferencia estadística.
–Harvard se “perdió” a Samuelson cuando lo contrató el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), y usted tuvo algo que ver al respecto.
–Así es. Le ofrecí lo que constituyó su primer trabajo: dictar clases en la escuela de verano. Fui también responsable de la incorporación de Robert Merton Solow al cuerpo de profesores del MIT.
–Existió otro Freeman, también importante en la relación entre Samuelson y el MIT.
–Efectivamente, se trata de Ralph Freeman. Lo contactó a Samuelson en estos términos: “800 estudiantes del tercer año del college tienen que tomar un curso obligatorio que dura un año. Lo odian. Hemos intentado todo. Lo siguen odiando. ¿Podrías hacerte cargo? Escribí un texto que los estudiantes encuentren atractivo. Cualquier cosa que hagas será mucho mejor que la realidad actual”. Así nació Economía, su libro de texto, que no tuvo competencia hasta mediados de la década de 1960, y que lo convirtió en millonario.
–Por favor, defienda la estadística como disciplina científica y también como herramienta que ayuda a entender la realidad.
–Walter Sosa Escudero encontró, en Funes el memorioso, el genial cuento de Jorge Luis Borges, una definición de estadística difícilmente mejorable: “Resumir con veracidad”. Brillante: una planilla que contiene los nombres y los apellidos de los 47 millones de seres humanos que viven en la Argentina, junto a una columna con algún atributo, como la edad, el ingreso o el cuadro de fútbol favorito, contiene toda la verdad, pero resulta inmanejable.
–¿Y entonces?
–Para eso se inventaron los indicadores de posición, como la media aritmética; los de dispersión, como la varianza, etcétera. Pero, como además es muy costoso, y a veces imposible, averiguar algún indicador referido a la totalidad denominado universo, se toma una muestra.
–Lo que usted está diciendo es que el “resumir”, en la definición de Borges, es inexorable.
–Efectivamente. La “canasta” con la cual se calcula la evolución de los precios al consumidor incluye el alquiler entre los ítems del gasto. La importancia de dicho gasto dentro del total de las erogaciones es un promedio que surgió de una muestra y, por consiguiente, subestima lo que pagan los verdaderos inquilinos, al tiempo que sobreestima lo que pagan quienes no alquilan.
–Entiendo, ¿qué quiere decir con veracidad?
–Aquí es donde aparece la estadística como disciplina científica. Se trata de ver cómo extraer una muestra para que resulte representativa de un universo: cómo se toma al azar, cómo se estratifican los resultados, etcétera. Nadie calcula la altura media de los estudiantes de una universidad midiendo a su equipo de básquet; todos ponderan las observaciones realizadas en una clase poblada por 90% de alumnas y 10% de alumnos.
–Todo esto, referido a la generación de datos, pero, además, está la cuestión de su presentación.
–Nuevamente, el problema no está en los datos, sino en lo que se propone quien los presenta. Frente a cualquier estimación exijo que me digan: 1) cuál es la variable, 2) cuál es el dato propiamente dicho, 3) cuál es la unidad y 4) cuál es el período. Ejemplo: inflación, precios al consumidor, 5% entre abril y mayo de cierto año. ¡Hasta que no me completan esta información no presto atención a lo que me dicen!
–Normalmente, el dato que es noticia se presenta en contexto histórico y también relacionado con otras variables.
–Un gráfico que muestre la tasa de inflación de los últimos años, la temperatura de las últimas décadas, etcétera, puede servir para entender la realidad actual en contexto histórico. El gráfico mostrará si la tasa de inflación está aumentando o no, sin que me impresionen con la anualización del último dato.
–Esa anualización, ¿sirve para pronosticar?
–La estadística se refiere al pasado; a lo sumo, al presente. El pronóstico es otra cosa. El velocímetro del auto no dice la distancia que se recorrerá durante la próxima hora, sino a qué distancia se encontrarán el rodado y sus ocupantes dentro de 60 minutos, si continúan viajando a la velocidad actual.
–¿Usted está diciendo que los datos históricos no sirven para entender lo que ocurrió y para pronosticar?
–No digo tanto, pero sí apunto que tanto la interpretación como el pronóstico son desafíos profesionalmente complejos. En el caso del pasado, porque muchas veces diferentes causas generan los mismos efectos, y la investigación va de los efectos a las causas; y en el caso del futuro, porque la realidad es inexorablemente incierta, particularmente en su país.
–La interpretación requiere una teoría, y el pronóstico, mucho más.
–Usted no es médico, igual que yo. Ergo, retire los números correspondientes a sus análisis de sangre y orina y muéstreselos a su galeno. En economía ocurre lo mismo: uno no puede menos que sonreír cuando escucha la contundencia con la cual en los medios de comunicación se explica a qué se deben la inflación, el delito y la pobreza.
–¿Y en el caso de los pronósticos?
–El trasplante mecanicista a la Argentina de técnicas inventadas para países macroeconómicamente estables, resulta risible. Ni qué decir de los pronósticos numéricos hechos con decimales. Rescato el valor de la historia. Como bien decía Héctor Luis Diéguez, “no saber historia es como entrar al teatro en la segunda mitad del tercer acto, no entendés nada”. Obvio que la historia no se repite de manera calcada, porque, si así fuera, bastaría con meter toda la información en una computadora. Pero es una herramienta fantástica.
–Don Harold, muchas gracias.
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