Los neomalthusianos se equivocan: la humanidad tiene motivos para el optimismo
Hay movimientos que sostienen que el crecimiento económico encontrará el límite de la naturaleza y que sobrevendrá una catástrofe; los datos, sin embargo, mostraron una y otra vez que esas teorías son erróneas
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En 1766 nació Thomas Robert Malthus, quien a sus 39 años tomó posesión de la cátedra de Historia Moderna y Economía Política del East India College. Según John Maynard Keynes, esa fue la primera cátedra de economía política establecida en Inglaterra.
Malthus pasó a la historia gracias a la publicación de Un Ensayo Sobre el Principio de la Población. Su visión sobre el futuro de la sociedad fue eminentemente lúgubre. El autor planteaba que la humanidad estaba condenada, producto del crecimiento de la población.
En palabras del inglés, “si no se controla a la población, ésta crece en forma geométrica. La subsistencia (por el contrario) crece solo en forma aritmética”. Esto quería decir que, mientras los seres humanos crecíamos de forma exponencial, los recursos necesarios para nuestra supervivencia lo harían de forma lineal. Este pronóstico llegaba al punto en el cual la sociedad ya no podía crecer más, resultado de las enfermedades y hambrunas generalizadas que sobrevendrían.
A pesar del revestimiento matemático de la teoría de Malthus, la historia mostró lo erróneo de sus predicciones. Incluso antes de que su libro saliera a la venta, la realidad refutaba sus ideas: entre 1700 y 1798, la población de Inglaterra había crecido 49,1%, y el PBI nominal había aumentado 93,8%. Es decir, los ciudadanos ingleses no solo no tenían menos elementos con los cuales sobrevivir, sino un 30% más de bienes y servicios por persona para consumir.
Décadas de teoría económica y datos del crecimiento per cápita no lograron desalentar a una nueva camada de pensadores “malthusianos”. En 1968, el biólogo norteamericano Paul Erlirch publicó el libro La Explosión Demográfica, en el cual sostuvo que el camino de la hambruna era inevitable y que “para 1970, cientos de millones morirán de hambre”. Erlich sigue siendo hoy un intelectual respetado y está directamente ligado con los movimientos ambientalistas.
Estos movimientos agitan un argumento malthusiano: el crecimiento económico encontrará, tarde o temprano, el límite de la naturaleza y eso traerá consecuencias catastróficas. En 2019, Greta Thunberg dijo en las Naciones Unidas que estábamos “en el inicio de una extinción masiva”.
El problema de estas teorías es que están en franco contraste con los datos. En el libro de Marian L. Tupy y Gale L. Pooley, Superabundance, se muestra que –por una enorme cantidad de medidas objetivas– la humanidad nunca a estado mejor en cuanto al ingreso real per cápita, la esperanza de vida al nacer, la mortalidad infantil, la oferta de alimentos per cápita, el alfabetismo y hasta la probabilidad de morir por una catástrofe ambiental como un terremoto, una inundación o una sequía.
Los autores de la obra se toman el trabajo de analizar cuántas horas de trabajo le lleva al ciudadano promedio del mundo comprar determinados recursos. Es que, si la teoría de los malthusianos fuera cierta y el crecimiento poblacional fuera a agotar los recursos existentes, la lógica económica indicaría que éstos deberían ser cada vez más caros. Sin embargo, Tupy y Pooley muestran que el ciudadano promedio del mundo tardó (entre 1960 y 2018) entre 87,3% y 93,4% menos de tiempo de trabajo en obtener bienes tales como cacao, azúcar, aceite de coco, trigo, maíz, café, té o goma.
El análisis se extiende a una enorme serie de recursos, productos y servicios, y se aplica a diferentes naciones y períodos de la historia. Y la conclusión es siempre la misma: incluso cuando la humanidad ha experimentado un considerable crecimiento, casi la totalidad de los bienes y servicios que necesitamos para sobrevivir se han vuelto más abundantes. Cada vez necesitamos menos tiempo de trabajo para alcanzar los bienes que nos garantizan una mejor calidad de vida.
¿Qué explica esta “superabundancia”? La tesis del libro es que las ideas catastrofistas, incluso cuando tienen sentido desde un análisis estático e ingenieril, no pasan la prueba del análisis económico, que considera la capacidad humana de ingenio, innovación y adaptación a los problemas.
Esa capacidad –operando en libertad y en un marco institucional saludable– es la que permitió que “la porción de pizza por persona crezca más rápido que el ritmo al que se sumaban más personas a la mesa”. Y será también la que, en el futuro, si se presentan problemas ambientales, los terminará resolviendo. Los neomalthusianos se equivocan. La humanidad tiene motivos para el entusiasmo.
*El autor es economista, profesor adjunto en la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA y profesor e investigador asociado del Centro Faro de la Universidad del Desarrollo, Chile
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