Los mercados subestiman los retos de Brasil
RIO DE JANEIRO—El real ha sido la divisa de mejor desempeño este año entre las monedas importantes, y la bolsa de valores de Brasil ha aumentado en un tercio, todo basado en la esperanza de que la probable destitución de la presidenta Dilma Rousseff abrirá paso a una nueva era de responsabilidad fiscal y gestión económica coherente.
Sin embargo, puede que los inversionistas estén dando demasiado crédito a los políticos brasileños y no lo suficiente a los problemas de la nación. Desde que el presidente interino Michel Temer asumió en lugar de Rousseff en mayo, poco se ha hecho para enderezar el rumbo fiscal, que permanece paralizado por un déficit tan grande que la deuda pública podría casi duplicarse, en proporción a la economía, a principios de la década de 2020.
Reformas clave que apuntan a reducir el déficit, tales como una revisión del insostenible sistema de pensiones y una enmienda constitucional que vincule el aumento del gasto público a la inflación, parecen encaminadas a diluirse en el Congreso, según la firma de consultoría política Eurasia Group.
Mientras tanto, las primeras medidas de Temer en el cargo incluyeron rescates de gobiernos estaduales en problemas y au-mentos de sueldos para los funcionarios públicos. En julio, aprobó un alza de 41% para empleados del poder judicial hasta mediados de 2019. El ministro de Hacienda dijo la semana pasada que cederá al Congreso la decisión sobre un aumento de 16%, a partir del año próximo, para los jueces del Tribunal Supremo, que ya ganan 17 veces la media brasileña.
“Es difícil imaginar una medida peor”, dice Marcos de Barros Lisboa, un ex funcionario del Ministerio de Hacienda que ahora dirige la escuela de negocios Insper de São Paulo. “Usted le pide a la sociedad que haga sacrificios, y le da aumentos (...) al grupo que tiene los salarios más altos y la mayor estabilidad laboral del país”.
En su primer discurso después de sustituir a Rousseff el 12 de mayo, Temer se comprometió a formar un “gobierno de salvación nacional” que unifique un Brasil dividido y conducir las difíciles reformas en el Congreso para volver a poner la economía en su curso. La promesa de Temer de no presentarse a la reelección en 2018 aumentó las esperanzas de que el gobierno interino sea capaz de elevarse por encima de los intereses de corto plazo y actuar por el bien del país.
Las grietas en esa imagen comenzaron a aparecer casi inmediatamente. Temer enfrentó duras críticas por nombrar un gabinete formado exclusivamente por hombres blancos, mientras que tres de sus ministros tuvieron que dejar el cargo poco después por su supuesta participación en, o conspirar para interferir con, una amplia investigación de corrupción.
Sin embargo, el respetado equipo económico dirigido por el ministro de Hacienda, Henrique Meirelles, evitó el escándalo. Además, una serie de indicadores líderes comenzó a estabilizarse en los últimos meses, una señal de que la recesión más profunda en generaciones posiblemente esté llegando a su fin.
El real se ha apreciado más de 8% frente al dólar desde que el Senado votó en mayo la suspensión de Rousseff, para acumular una apreciación de 21% este año y convertirse en la moneda más revalorizada hasta ahora. El Ibovespa, el índice de la Bolsa de São Paulo, ha aumentado 9,9% desde la votación del Senado y 35% desde enero.
En medio del optimismo, la cámara baja del Congreso ve ahora que las reformas económicas son menos urgentes que antes de la decisión de enjuiciar a Rousseff, dice Leonardo Barreto, un politólogo con sede en Brasília. Su firma, Factual Informação e Análise, entrevista en forma periódica a aproximadamente 200 diputados y les pide que clasifiquen en una escala de 1 a 10 el nivel de prioridad que darían a varias cuestiones.
La disminución del sentido de urgencia respecto de la austeridad fiscal fue más pronunciada entre los legisladores del PMDB, el partido de Temer.
Hasta ahora, los inversionistas han dado a los líderes brasileños el beneficio de la duda en medio del proceso de juicio político. Se espera que el miércoles el Senado halle a Rousseff culpable de violar las leyes de presupuesto del país. Si es depuesta, los mercados pueden ser menos indulgentes con el tipo de concesiones que Temer hizo en sus primeros tres meses en el cargo.
El déficit fiscal asciende a 10% del Producto Interno Bruto, mientras que la deuda pública ha aumentado de 57,2% del PIB a finales de 2014 a 68,5% del PIB. Si no se hace nada, predice Lisboa, la deuda llegaría a 130% del PIB en algún momento entre 2022 y 2024.
Aunque Brasil implemente una reforma de la seguridad social bien diseñada e imponga límites de gasto con muy pocas excepciones —dos grandes interrogantes —, la deuda del gobierno se mantendrá en una trayectoria ascendente durante al menos cinco a seis años, dice Alberto Ramos, economista de Goldman Sachs. “No hay ninguna garantía de que el mercado vaya a olvidar eso”, afirma.
Gran parte de la crisis fiscal de Brasil tiene su origen en la relación del gobierno con sus propios empleados, que están organizados en sindicatos poderosos, extremadamente efectivos para presionar a los políticos. Sus salarios son 59% más altos que el ingreso promedio de Brasil y han seguido aumentando en medio de la peor recesión del país en generaciones.
El resultado, dicen los economistas, es que entre las obligaciones de la seguridad social y los salarios públicos, el gobierno se ha quedado con pocos recursos para invertir en carreteras, escuelas y hospitales pese a contar con ingresos fiscales relativamente altos.
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