Los gremios aeronáuticos, entre las viejas formas y el desafío que les plantea un Presidente que los expone en el conflicto
La actual administración les actualizó los sueldos con la escala que usó para los empleados públicos de ATE; los sindicatos están presionados por sus afiliados, pero desconcertados ante las nuevas formas de Milei
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Las asambleas de los empleados de Aerolíneas Argentinas e Intercargo que se programaron para toda la semana esconden varias causas que no están en la superficie. Detrás de las protestas hay internas gremiales, reclamos salariales con cierta razón, sobreactuación, temor y, sobre todo, una enorme desorientación a la hora de entender dónde posicionarse frente a un Gobierno que los trata como empleados públicos y una sociedad que no les perdona los privilegios que disfrutaron durante la extensa gestión de La Cámpora, hasta diciembre pasado.
En principio, está la cuestión salarial. Los gremios aeronáuticos están “recalculando”: no saben dónde pararse frente a la nueva escenografía que trazó la administración de Javier Milei. Juegan al gallito ciego en un cuarto en el que hay paredes nuevas, pero no conocen dónde. Lo primero que sucedió es que este año, desde la Casa Rosada, bajó una orden: aplicarles una recomposición salarial similar a la que les aplicaron a los empleados públicos representados por la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE).
Semejante innovación en el método generó que los sindicatos del sector tengan que asimilar un golpe a la mandíbula. Pero quedaron de pie y a aquel aumento que se les dio les sumaron algunos beneficios convencionales, cosa de que haya algo más de dinero en los bolsillos de los empleados. Por caso, lo que negocian los gremios son cuestiones como viáticos, beneficios o ascensos para los empleados. Esos artículos, conocidísimos por Hugo Moyano, son los que permiten decir que la recomposición es un número, cuando finalmente, en los hechos, se concedió un porcentaje más alto.
A esa situación se sumó otra: el Gobierno no conversa demasiado durante las protestas. Esa metodología de amenazas, declarar la conciliación obligatoria, dejarla transcurrir para regresar con la negociación terminada ahora parece oxidada. Desde hace 20 años, con la irrupción de los subsidios a nivel masivo en el mundo de los colectivos, los trenes y los aviones, los sindicalistas que se desarrollan en estos sectores han pasado a negociar gasto público más que verdaderas convenciones colectivas de trabajo.
Ahora, Milei impone reglas de conducta de gasto y no teme a las medidas de fuerza. Los sindicalistas tienen que recalcular sus movimientos. A esto se suma algo más: los usuarios perdieron la paciencia y, ante una protesta, cargan las tintas contra los jerarcas de los gremios y no tanto contra el Gobierno.
De a poco, la receta para evitar un paro del transporte se convirtió en una metodología conocida: aumentar el gasto y terminar con el asunto. En 22 años que cumple el sistema que amaneció con la caída de la convertibilidad, en 2002, el paro de transporte no era un problema sino un costo. Y como sucede siempre en la cabeza de quienes tienen dinero, si es un costo y se arregla con plata, pues ya dejó de existir el problema.
Los funcionarios que se sucedieron, administradores temporales de la máquina de hacer billetes, aceleraban la maquinita y se evitaba el paro. El costo se traducía en emisión y un poco más de gasto público. De paso, con ese remedio que durante años se usó como antídoto, se metía una cuña para que otras medidas de fuerza perdieran impacto.
Todos quedaron en una posición incómoda ante el imperio de las planillas de cálculos de los fiscalistas que manejan el Gobierno. El primero que lo sufrió fue Omar Maturano, el líder de La Fraternidad. Hizo un paro en febrero y en 24 horas se convirtió en la referencia de miles de usuarios de las redes sociales. Lo mostraron posando junto a autos de lujo e inmediatamente cotizaron esos vehículos, cosa de ilustrar la vida del sindicalista. Pocos días después, firmó manso, con lo mismo que tenía antes de la medida de fuerza. Los aeronáuticos no quieren saber nada con pasar por ese lugar.
De hecho, quienes miran de cerca a los gremios del sector advierten algunas cosas que han cambiado. La primera, que estas asambleas no se anunciaban en otra época. Tomaban por sorpresa a sus empleadores y, sobre todo, a los pasajeros. Ahora las anunciaron y eligieron algunos horarios que no son tan centrales. Por caso, si el objetivo buscado hubiese sido el caos en el hall de la estación, el horario ideal era la mañana temprano.
Como se dijo, al aplicarse el acuerdo de ATE, los aeronáuticos perdieron contra la inflación. Claro que no fueron los únicos. Tampoco es que quedaron por debajo de la industria, ya que cuando se miran las horas de vuelo, en el caso de los pilotos, o bonificaciones, siempre están por arriba. En el medio, todo transcurre en un continuo drenaje de empleados que dejan la empresa. Menos trabajadores; menos empleados.
Para entender un poco más. En diciembre, cuando asumió Milei, Aerolíneas tenía 11.890 empleados, mientras que al día de hoy la nómina tiene 11.110, además de alrededor de 120 que se anotaron para hacer efectivo el retiro voluntario a fin de mes. Por su parte, sólo se incorporaron a la empresa tres empleados nuevos, todos ellos funcionarios.
El plan de reducción de personal, que mantiene su rumbo, despertó loas internas en los gremios. Algunos, más identificados con el ala camporista que quedó después de que terminó el mandato de Luis Ceriani, el enviado por la agrupación, piden endurecer las posiciones frente la política oficial. Y entonces, los gremialistas algo tienen que hacer.
Una cosa más. En enero, cuando la Confederación General del Trabajo (CGT) llamó a un paro, el Gobierno, puntualmente la Dirección de Inspecciones Federales de Trabajo, le aplicó a la Asociación del Personal Aeronáutico (APA) una multa de 160 millones de pesos. El gremio apeló, pero el antecedente intimidó a sus colegas.
Así las cosas, se viene una semana en modo protesta. Milei ya ha dado muestras de que no se siente incómodo en los conflictos con los gremios. Aprovecha y expone a los gremialistas. Mientras, estos recalculan y tratan de mantener la ascendencia entre los suyos; y, por otro lado, no incomodar demasiado a la Casa Rosada.
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