Los ¿endebles? puentes para atravesar la grieta
¿Hacia dónde va la grieta? ¿Se trata de un fenómeno pasajero o es un problema que debe atenderse antes de que pase a mayores? La grieta no se expresa solamente cuando alguien se grita con familiares en un almuerzo o abandona ofuscadamente algún grupo de Whatsapp. Y los científicos empiezan a temer que esta brecha de opiniones nos haga perder nuestra capacidad de interacción y deliberación.
Dado que la polarización proviene de la política, vale preguntarse por su rol. Si bien por definición cada partido debe distinguirse, el comportamiento de sus representantes influencia al resto de la sociedad. Un estudio mostró que cuando los políticos estadounidenses “se agrietan” discutiendo sobre cómo reaccionar ante la pandemia, eso precede debates más extremos de la población.
En muchas discusiones acerca de economía, la brecha se expresa en la intervención o liberalización de la economía, un debate que según Krugman reaparece cíclicamente y que revela la falta de consenso absoluto. Con las redes sociales las posturas moderadas comenzaron a extinguirse y no es raro leer discusiones en Twitter donde se afirma que una medida económica aislada nos llevará sin escalas a un capitalismo esclavista o un autoritarismo comunista.
Ante los estudios extranjeros, los militantes locales más activos de la grieta suelen replicar que “acá es más profundo, en la Argentina la grieta es moral”. Así, habría un bando moralmente “bueno” (honesto, democrático y amante del progreso) y otro “malo” (corrupto, autoritario y retrógrada). Estas categorías morales no admiten puntos medios. Todos conocemos la frase “a los tibios los vomita Dios”, pero la creatividad reciente los bautizó como ciudadanos de “Corea del Centro”, que buscan un consenso imposible entre un modelo democrático exitoso (Sur) y una dictadura patética (Norte). La grieta adquirió un componente afectivo al punto que hoy podría valer la inversa de la frase de Evita, ya que el odio tiende a vencer al amor. Varias investigaciones afirman que, en distintos países, el desprecio hacia votantes del otro partido supera incluso el nivel de afecto que se siente por los votantes del propio partido.
¿Son estas tendencias a la tribalización inalterables? La predisposición puede tener un origen evolutivo, basada en la idea de que los humanos tenemos dos estrategias de supervivencia: individual o grupal. Ocurre que el bagaje moral necesario para tener descendencia en uno y otro contexto son incompatibles entre sí. En La Conquista Social de la Tierra, el sociobiólogo Edward O. Wilson escribe: “Existe una guerra inevitable y perpetua entre el honor, la virtud y el deber, que son los beneficios de pertenecer a un grupo; y el egoísmo, la cobardía y la hipocresía, que conforman la ventaja de la selección individual”. En su libro La Mente de los Justos, Jonathan Haidt explica cómo estas tensiones se vinculan con las principales posiciones políticas de Estados Unidos. Los progresistas basan su moral en los principios evolutivos del cuidado, la justicia y la libertad; y los conservadores defienden una ética basada en factores diferentes, pero tan importantes como aquellos para sobrevivir, como la lealtad, la autoridad y la pureza.
Pero la psicología y la neurociencia sugieren que la moral no es una marca indeleble. En un estudio se halló que las personas modifican sus principios morales según el contexto, un fenómeno que fue bautizado “oportunismo moral”. La flexibilidad se relaciona con actividad neuronal en un área del cerebro involucrada en la evaluación del contexto social. Es decir, tenemos la falsa sensación de que nuestros principios morales son rígidos, pero en realidad éstos son dinámicos, plásticos y moldeables. En cierto sentido, actuamos como aquella frase de Groucho Marx: “Estos son mis principios; si no le gustan… tengo otros”. Quizás haya esperanza de ponernos de acuerdo, incluso si “la grieta es moral”.
Entonces, ¿es posible sobrellevar nuestras diferencias de una manera civilizada? Si pensamos que ponernos de acuerdo con alguien tiene un premio mayor que ganar una mera discusión, la Teoría de los Juegos nos invita a ponernos en los zapatos de la otra persona y actuar estratégicamente. En ese sentido, un estudio reciente mostró que ceder algo durante un debate y presentar argumentos balanceados puede ser un arma eficaz para conectar con otros y poder así construir consensos. Persuadir por la vía de mostrar al interlocutor que está equivocado fracasa porque éste tiende a interpretar que se ataca su capacidad, no sus ideas. Ante esta situación, la gente tiende a caer en el llamado “efecto avestruz”, que consiste en esconder la cabeza bajo la tierra y cerrarse, no permitiendo que ninguna información cuestione creencias preexistentes. Para evitar esto, el intercambio de ideas tiene que ser, precisamente, un intercambio.
Otro poderoso instrumento de persuasión son las anécdotas. A diferencia de lo que pasa en la ciencia, los datos y las estadísticas no son eficaces para convencer. Un grupo de investigadores halló, tras realizar 15 estudios independientes entre sí, que compartir una experiencia personal nos hace ver más humanos, realistas y confiables. Para transmitir un argumento, una idea nueva y personalizada es mejor que repetir una fórmula discursiva de uso común. Las anécdotas pretenden ilustrar una idea bien establecida, pero es importante no caer en la tentación de que el anecdotario reemplace a los números, especialmente cuando se discute sobre economía o política.
La presencialidad en el diálogo es difícil de reemplazar. Cada uno cree que acordar con el otro lado de la grieta es una misión imposible. Pero la evidencia indica que esos consensos son más probables de lo imaginado. Tal vez el sesgo pesimista provenga de nuestra propia experiencia negativa en las redes sociales. Pero estas plataformas no están diseñadas para el debate, y charlar cara a cara promueve diálogos más civilizados. Y si es en equipos pequeños, las discusiones suelen ser más suavizadas porque es más improbable que se generen bandos. En su charla TED, el neurocientífico Mariano Sigman y el economista Dan Ariely sugieren que discutir cara a cara en equipos pequeños es una gran estrategia para construir consensos más sabios.
Los puentes existen, pero no son fáciles de atravesar. Una cosa es saber lo que uno tiene que hacer para construir consensos, y algo mucho más difícil es ponerlo en práctica. Es parecido a saber que se debe hacer ejercicio, comer saludable y no fumar. Quizás debamos tomar la grieta como un mal hábito que es necesario cambiar. Los puentes difícilmente nos lleven a la tierra prometida, pero si nuestro objetivo es poner en marcha discusiones provechosas, quizás hay que empezar por no quemarlos.
Joaquín Navajas es profesor de la UTDT e investigador en el Conicet, y Pablo Mira es economista e investigador en la UBA