Los kirchneristas en el Estado, en una silenciosa resistencia
Pese a tener roces con el personal de planta, los militantes pugnan por quedarse
El brindis no tuvo el éxito de otros años. Pero algunos fueron: un grupo de militantes de La Cámpora, todavía empleados estatales, se reunió el miércoles en una oficina de uno de los edificios más emblemáticos de la gestión económica kirchnerista: el de avenida Julio A. Roca 651.
Ahí repitieron por última vez un rito de la gestión Kicillof: sortearon regalos que empresarios generosos suelen mandarles a funcionarios públicos. Ya no hay euforia. Esos repartos se venían haciendo en estos años mediante payadas que, con letras ingeniosas y guitarra, desafiaban a adivinar los valores de la lista de Precios Cuidados. Altri tempi, diría la jefa.
Vastas áreas del Estado atraviesan en estos días de modo traumático lo que en cualquier traspaso debería ser un simple recambio de tareas. La razón es que esas mismas oficinas han quedado ideológicamente divididas. "¡Nunca voy a trabajar para Macri, antes muerta, nunca para un oligarca!", gritaba días atrás una joven funcionaria de la Dirección de Lealtad Comercial. El nombre se preserva para no exponer a los involucrados. El Ministerio de la Producción, que conduce Francisco Cabrera, acaba de emprender, caso por caso, un relevamiento elemental: qué hace cada uno, desde cuándo está, en qué área se desempeña. No es sencillo porque han aparecido, como dice el tango, caras extrañas. No sólo en esa cartera. Continúa en la página 25
Cargos insólitos para justificar designaciones.
En una sucursal del Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI), por ejemplo, hay automóviles que entran en estos días por primera vez al estacionamiento. Y en el Ministerio de Agroindustria, que conduce Ricardo Buryaile sobre Paseo Colón 982, las nuevas autoridades se sorprendieron al advertir que ocho empleados -cuatro a la mañana y cuatro a la tarde- tenían asignada por única función abrir la correspondencia. La cuestión parece hasta ahora menos caótica en el Palacio de Hacienda. Allí, sobre la calle Hipólito Yrigoyen, lo más arduo será convertir el espacioso despacho de la ex ministra Débora Giorgi en un recinto capaz de albergar a varios.
El pánico cundió en parte del personal el miércoles, cuando Andrés Ibarra, ministro de Modernización, anunció que se revisarían unas 24.000 contrataciones y unos 11.000 concursos hechos entre 2013 y 2015 en toda la administración nacional.
Esa especie de auditoría llevará tres meses. Hasta que se cumpla el plazo, se remueva o no a quienes no tienen funciones, kirchneristas y macristas deberán convivir en armonía en las mismas oficinas. No debería costar tanto: incluso el hombre de Neandertal y el Homo sapiens llegaron a cohabitar durante al menos 10.000 años.
Es cierto que, por la orientación económica que Mauricio Macri ha decidido darle a la gestión, muchas de las viejas tareas no tienen ya el mismo sentido. Un buen ejemplo es la Dirección Nacional de Comercio Interior, donde algunos encargados del control de abastecimiento de lácteos y carnes andan como perdidos en las instalaciones. Igual que quienes venían haciendo el seguimiento de las declaraciones juradas anticipadas de importaciones (DJAI), instrumento que, obligado por una norma de la Organización Mundial del Comercio (OMC), Macri ha decidido reemplazar. No será extraño, por lo tanto, ver deambular también a un par de consortes de la Dirección de Lealtad Comercial que hasta hace pocos días visitaban a empresarios en las reuniones, y a quienes los empleados de planta, motivados por la elevada y simétrica altura que acreditan ambos, llaman con sorna "Las Torres Gemelas".
Según cálculos iniciales, en toda la Secretaría de Comercio sobran unos 200 trabajadores. Pero todo dependerá de una decisión política. "Ojo con la persecución ideológica", les aconsejó Macri a algunos de sus ministros no bien asumió. La semana pasada, unos curiosos subieron por fin allí al 9° piso, reducto que los camporistas habían reservado sólo para militantes durante la campaña por Daniel Scioli. Sorpresa: esas oficinas resultaron un desierto de múltiples puestos y escasos empleados. Alcanzó, de todos modos, para recuperar 20 de las PC que otras áreas venían dando por robadas y que motivaron que, el 11 de noviembre, el departamento de Patrimonio difundiera un comunicado advirtiendo sobre faltantes. El texto pedía que se notificara sobre la mudanza de muebles y objetos y adelantaba que no se haría responsable si en el futuro una auditoría detectaba desapariciones.
La llegada de las nuevas autoridades provocó el repliegue de militantes a oficinas que los cobijan por primera vez. A diferencia de lo que ocurre afuera, la resistencia es aquí silenciosa: la cabeza gacha y, en algún caso, ante la pregunta de los encargados de separar la paja del trigo, la exageración en cuanto a la antigüedad y la tarea asignada. Esas picardías tienen un primer escollo entre compañeros anteriores a la llegada de Kicillof, que se niegan a entrar en el mismo pelotón. Extrovertidos de alma floja hay en todos lados. Pero ahora, por primera vez en nueve años, la grieta ubica del lado antikirchnerista al personal que llegó con Guillermo Moreno.
La ansiedad contenida llevó el martes a un grupo de mujeres a reunirse en la oficina que el área de Conciliación Previa en las Relaciones de Consumo (Coprec) tiene en el ya célebre 9° piso. La finalización del ciclo en los jardines de infantes obligó a algunas de ellas a ir con hijos. Lo que se acordó resistir y, por qué no, movilizarse internamente. De todos modos, hasta ayer la iniciativa no había prosperado acaso por algo que se sospecha: algunos sindicalistas, más allá del paro que organizó ATE para pasado mañana, ven con un dejo benevolente cierto recambio.
Es probable que algunos de ellos excedan la transición planteada por el ministro Ibarra. Tanto por el volumen de información que manejan como por la cantidad de gente que tienen a cargo. A varios se les ha dado ya la posibilidad de adaptarse. Es el caso de una joven empleada que, hasta el 10 de diciembre, cubría en la Secretaría de Comercio el ocio con sesiones de tarot entre sus compañeros.
La tarotista acaba de recibir la propuesta de permanecer en el área de call center, sobre la planta baja. Y, desde entonces, cual designio de su carta astral, cumple la orden sin interrupciones. Tiene hasta horario de entrada y salida.
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