Los economistas estamos de luto: falleció Víctor Jorge Elías
MIT es mucho más que Samuelson; Chicago, mucho más que Friedman; Córdoba, mucho más que Arnaudo; La Plata, mucho más que Nuñez Miñana y Tucumán, mucho más que Elías. Pero hay apellidos que por su obra, no sólo escrita, sino también “gerencial”, y por su personalidad, hacen que asimilemos la brillante trayectoria de algunas casas de estudio, con apellidos singulares. Tal el caso del “turco” Víctor Jorge Elías, fallecido el viernes pasado. Había nacido en Tucumán en 1937, donde vivió y trabajó toda su vida.
Escribo estas líneas en caliente, en medio de la conmoción que me produjo la noticia, y haciéndome eco del impacto que causó en la profesión. Hablaré primero de su obra, luego de su actividad “gerencial” y, por último, de su personalidad.
Víctor era economista de un solo tema: la contabilidad del crecimiento, herramienta que desagrega el crecimiento del PBI en mayor cantidad y calidad de los factores productivos utilizados, y cambio tecnológico. Fuentes de crecimiento, publicado en 1992, sintetiza sus hallazgos. Por ejemplo, el grueso del crecimiento del PBI argentino de fines del siglo XIX, comienzos del siglo XX, surgió de la inmigración y las inversiones extranjeras, mucho más que del cambio tecnológico puro.
Elías consiguió que economistas de la talla de Barro, Calvo, Heckman, Manueli, Mincer, Nerlove y Rosen, dictaran cursos en la Universidad Nacional de Tucumán. Porque era una de esas personas que cuando te piden algo, o les decís que sí al instante, o les decís que sí en algún momento del futuro. Humor sí, pero persistencia, también.
En cuanto a la personalidad, si Víctor era un personaje, Ana María Ganum, su querida esposa, no lo era menos. Cada uno de nosotros tiene entrañables recuerdos al respecto.
Ingresó a la Academia Nacional de Ciencias Económicas en 1993. En los últimos años, rara vez viajaba a la Ciudad de Buenos Aires, pero gracias al covid-19, la corporación realizó las reuniones internas de manera virtual, por lo cual lo recuperábamos. Su presencia era fácilmente identificable, porque era la persona que aparecía debajo de una gorra (tengo para mí que hasta se duchaba con la gorra puesta).
Más importante todavía, Víctor aportaba. Daba la impresión de que había leído todo, y que lo recordaba. Cuando yo repartía las versiones preliminares de mis monografías, de inmediato recibía algunas (pocas) reflexiones, y varias semanas después las sesudas reflexiones suyas. Que incluían alguna que otra corrección, pero sobre todo la invitación a generalizar el análisis, para lo cual adjuntaba abundantes referencias bibliográficas.
Se fue un gigante, por sobre todas las cosas un laburante. Nos queda su obra y su personalidad. Hoy estamos tristes, pero en su honor, que la tristeza no nos paralice.
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