Los argentinos cruzaron el Rubicón, ¿y ahora qué?
De la extraña amalgama entre el dolor y el hartazgo, la tristeza y la impotencia, la decepción y la bronca, la frustración y la melancolía, que había sumido a la sociedad en una profunda crisis de sentido donde la pregunta ya no era por qué sino para qué, emergió lo inesperado, lo imprevisible.
Oculta bajo la superficie de la apatía, el desgano, el desánimo y la evasión, todas actitudes que resultaron evidentes durante los últimos dos años, se estaba cocinando a fuego lento una decisión mayoritaria que brotó con la energía de una erupción volcánica. Los argentinos decidieron, mayoritariamente, cruzar su propio Rubicón.
Corría el año 49 aC. Frente a la amenaza de ser destituido por el poder orgánico del Senado que lo veía como un rival, dejando caer en el olvido sus sueños y expectativas, el general Julio César resolvió enfrentarse al sistema institucional de Roma, haciendo lo impensado: atravesar con sus tropas armadas el Rubicón, ese río de baja profundidad que oficiaba como límite entre las Galias, que habían sido anexadas, y el corazón del Imperio. La noche del 10 de enero lo desbordaron las dudas y los temores, pero igual decidió cruzar lo prohibido e ir en busca de lo que entendía como un destino mejor. Esas mismas dudas y temores desbordaron a la sociedad frente a la crucial instancia final de las urnas.
Como en toda apuesta, hay probabilidades, no certezas, hay riesgos, no garantías. No fue sin miedo, sino a pesar del miedo.
Habiendo coqueteado durante meses con el morbo Thelma y Louise, cuando finalmente se encontraron con el abismo en lugar de retroceder, que hubiera sido lo más esperable acorde a las experiencias pasadas, esta vez una mayoría de los ciudadanos respiraron hondo y aceleraron. Es probable que de manera inconsciente hayan repetido en su interior palabras análogas a las que pronunció el memorable general romano en aquel momento que cambiaría la historia antigua de Occidente: “alea iacta est”. Frase que se traduce del latín al español como “el dado fue lanzado” o más coloquialmente del modo en que quedaría grabada a fuego en la memoria popular: “la suerte está echada”.
En nuestra investigación cualitativa sobre el humor social realizada en base a focus groups coordinados por sociólogos y antropólogos, una semana después de la elección general, ya de cara al balotaje, a la hora de analizar los resultados, aquellos que habían votado al actual presidente o pensaban hacerlo en la instancia final se manifestaron con contundencia y claridad. Un hombre de unos 50 años de clase media alta nos dijo: “Milei es un salto al vacío. Los argentinos no somos estúpidos, pero estamos tan cansados que no nos importa saltar al vacío”. Un joven de 26 años, de clase baja planteó que prefería jugarse por “algo malo desconocido a lo ya conocido, porque lo malo desconocido podía sorprender”.
Una mujer de clase media baja lo llevó a su experiencia personal: “”Tuve que cerrar un negocio. Me queda un año para jubilarme. Veo un panorama económico pésimo para todos los argentinos. Hay que dar un salto, un giro de 180 grados”. Un hombre que se acercaba a los 40 años, de clase alta, enfocó su racional en una mirada más colectiva: “Confío en un plan como el de Milei, desde el lado privado. Hay que cambiar al sistema. Esto no va más”. Por último, una mujer de mediana edad de clase baja se aferró a la novedad para avalar su motivación: “De Milei no me gustan las maneras, pero hay que arriesgarse por algo nuevo”,
El vínculo de alta intensidad que se fue consolidando desde 2021 entre el actual presidente y sus votantes originales –el 30% de las elecciones primarias- parecía unido por ese “hilo rojo del destino” del que hablan tanto la mitología japonesa como la china. El mito afirma que los dioses atan un hilo rojo en las dos personas que están destinadas a encontrarse en un determinado y preciso momento de su vida para conocerse o ayudarse.
La onda expansiva creció progresivamente, desde ese núcleo original hacia una mayoría de la sociedad. Abrumados por la desazón al punto de manifestarse asfixiados bajo un devenir del país que juzgaban opresivo, y sintiéndose en un callejón sin salida, millones de personas se abrazaron a esa cuerda imaginaria. Por supuesto, nunca es todos, pero sí los suficientes como para “patear el tablero” y producir un acontecimiento shockeante. Y no fueron pocos: 56% de los electores.
A pesar de ser muy reciente, todo esto ya es pasado. Subestimar un hecho disruptivo solo porque no logramos decodificarlo plenamente o porque no encaja en los parámetros habituales nos aleja de la necesaria lucidez para comprender sus implicancias y proyectar sus consecuencias. Nos impide, en esencia, pensarlo bien.
Considero por lo tanto imprescindible, para imaginar y pensar lo que viene, no dejarse aturdir por el shock y asumir que, aún lo que para algunos luce inentendible e inexplicable, no solo tiene una razón de ser, sino que en la complejidad de su génesis pueden esconderse las claves sobre eso que hoy tanto intriga e inquieta a casi todos: la sustentabilidad de lo extraño, la sustancia de lo inverosímil, la capacidad de tolerancia de la sociedad al ajuste económico que ya mostró sus primeros esbozos.
Como primera aproximación a un objeto de análisis en mutación constante que se devela frente a nosotros en tiempo real, vengo trabajando en estos cinco ejes conceptuales.
1- El gran Reset
De manera consciente, casi 15 millones de argentinos decidieron apretar la tecla de “reset”, y atreverse a cambiar radicalmente las reglas y el funcionamiento del sistema. Fue una decisión guiada por la impronta del “todo o nada” y la búsqueda de un “cambio contundente”. No lo hicieron engañados, sabían de qué se trataba. O al menos, creían saberlo. Dimensionaban, quizá como nunca antes, que elegir ese camino entre las opciones disponibles era una apuesta muy fuerte que entrañaba riesgos mayúsculos. Y, aun así, lo hicieron igual.
Debe calibrarse bien la magnitud del profundo deseo que entraña semejante osadía, porque ese deseo fue capaz de vencer al miedo. ¿Será esta la fuente de la tolerancia extra que requerirá la nueva experiencia para transitar el álgido sendero de las incómodas correcciones y restricciones por venir? No lo podemos afirmar, pero tampoco negar. Cabe entonces dejarlo como una hipótesis de análisis que podremos validar o refutar a medida que se desarrollen los acontecimientos.
2- Lo inédito
El proceso es inédito porque se gestó en un momento inédito: la pandemia y la cuarentena. La interpelación al valor de la libertad sumada al código punk (“rompan todo”, “no hay futuro”) logró capturar inicialmente a los jóvenes dado que fueron ellos quienes más sufrieron el largo encierro. Desde ese núcleo base originario se emanó una narración que ganó consistencia hasta llegar a los adultos. La intensidad fue creciendo de manera subterránea en la interacción a través de las redes sociales, los grupos de WhatsApp y los encuentros por Zoom, forzada por la caverna digital en la que habitaron los centennials durante 2020 y 2021. Luego de la apertura, afloró a la superficie, llegando a los medios tradicionales y al territorio con las marchas, caravanas, y actos de alto impacto con estética rockera y los íconos físicos como la motosierra o simbólicos como la dolarización. Siendo así, hay que darle el beneficio de la duda a lo desconocido, justamente por serlo.
3- Un nuevo mindset
Adicionalmente, no podemos pensar lo inédito con las claves tradicionales ni trazar analogías lineales con el pasado. Si no ocurrió nunca, hay que asumir que tiene características propias que deberemos descubrir, dejando de lado los prejuicios para ser capaces de realizar buenos juicios. Tendremos que crear un nuevo modelo mental que se atreva a lidiar con lo desconocido.
Si lo sociedad decidió “resetear” el sistema, habrá que hacer lo mismo con el modo de leerlo, dejando a un lado viejas creencias e incorporar las que puedan vibrar e interpretar la época.
4- Otra velocidad
Todo ocurrió y va a ocurrir muy rápido. El vértigo, el caos y la aceleración permanente son propios de los fenómenos cuya fisonomía es de carácter exponencial. Hace nada más que tres años, el actual presidente estaba fuera de la política. Bajo esta perspectiva resulta válido analizar los hechos tomando como referencia el gran vector de aceleración que define nuestro tiempo: la tecnología. Estamos frente a una start up que hackeó el poder y que manifiesta explícitamente tener una solución superadora a todo lo preexistente.
Para Paul Virilio, conocido como el filósofo de la velocidad, lo que inicialmente introdujeron el ferrocarril y el cine en los albores de la modernidad, lo potenció al infinito la tecnología en la era contemporánea. Quien domina la velocidad diseña la escena, dado que ya no vemos lo que por naturaleza podríamos ver, sino aquello que es registrado por una subjetividad que está deformada por la aceleración. Al viajar en un tren y ver por la ventana el paisaje, no estamos mirando exactamente ese árbol o ese valle, sino una imagen distorsionada de él. Lo mismo ocurre al sentarnos en una butaca de cine, donde el tiempo y el espacio son un juego con el que el director de la película se entretiene con nosotros. Aquella lógica del siglo XX luce lenta frente a la intensidad tecnológica actual. Para Virilio, “la velocidad es el poder”. Quien controla el ritmo de los acontecimientos, controla todo lo demás.
5-Volvió el mercado
El domingo 19 de noviembre por la noche, en su primer discurso como presidente electo, a la hora de dirigirse a la población, luego de los agradecimientos de rigor, Milei se presentó a sí mismo como “liberal libertario”. Lo que hizo con esa frase inicial en su discurso inaugural fue reafirmar su identidad. Confirmar que iba a hacer lo que dijo porque nunca lo ocultó. Si lo votaron por eso, y para eso, haría eso.
En la primera semana de ejercicio del mando ya quedó a la vista una consecuencia clara de ese enfoque fundacional: volvió el mercado. No hay más controles. Los precios serán los que definan la oferta y la demanda. El mensaje implícito sería algo así: “Pongan los precios que quieran, vendan lo que puedan”. Entre tantas otras cosas, habrá que repensar aceleradamente el modo de hacer negocios. Ya no habrá prohibiciones ni límites. En todo caso algún acuerdo entre partes, pero no mucho más que eso. Todos los actores serán desafiados a calibrar con precisión la ecuación empresaria básica: “PxQ” (precio y cantidad).
Deberán considerar al hacerlo que no solo sus competidores tienen las mismas facultades y desafíos sino también todo el resto de los sectores económicos. Ahora la competencia por recursos de los consumidores que, al menos inicialmente, serán más escasos, es “todos contra todos”.
El dúo indivisible
La mayor parte de la sociedad se atrevió a apostar por la propuesta más extrema de todas las posibles. Un colectivo social no es otra cosa que la agregación de múltiples voluntades individuales donde cada ser es “el uno” para sí mismo, pero simultáneamente es el “el otro” para todos los demás. Con lo cual es un error suponer que habrá espacio para ausentarse o desentenderse de los acontecimientos por venir.
Esa sociedad que apostó tan fuerte sabía de antemano que la tarea a realizar es de altísima complejidad y que el éxito no está garantizado. Por eso pedían “un cambio contundente con un camino cuidado”. Casi un oxímoron, una contradicción lógica. Sería algo así como articular la precisión de un cirujano con la capacidad de persuasión de un profeta. Pericia técnica y utopía móvil. Fernando Henrique Cardoso decía que “gobernar es explicar”. Será necesaria mucha contención no solo fáctica sino también simbólica para aunar las fuerzas colectivas e individuales que requerirá el futuro de cortísimo plazo.
La filosofía les ha enseñado a los seres humanos desde la era antigua que la anhelada libertad está unida indefectiblemente a la responsabilidad. Para bien o para mal, “la suerte está echada”. El Rubicón ya quedó atrás.