Los acuerdos de productividad petrolera destraban inversiones
La característica económica básica del negocio petrolero es calcular el valor de las reservas que razonablemente se espera encontrar, y compararlo con el riesgo y con el costo de explorarlas, desarrollarlas, producirlas y comercializarlas. Para calcular el valor de las reservas se tiene en cuenta el precio del barril de petróleo o de la unidad técnica a la que se vende el gas. De la diferencia entre precios y costos surge el concepto de renta petrolera.
En el negocio petrolero siempre está en juego la apropiación y distribución de la renta de un recurso natural. Si no hay renta, no hay inversión y no hay negocio. Si hay renta, su reparto involucra a los gobiernos (regalías, gravamen a las utilidades, ingresos brutos), a las compañías públicas, privadas o mixtas que operan en la industria (ganancias) y, eventualmente, a los consumidores (subsidios en los precios). Cuando ese reparto no está sujeto a reglas previsibles y algún actor pretende ampliar en exceso su participación a expensas de los otros, también el negocio se resiente. Si no hay renta porque los costos superan los precios, o porque el reparto deja de ser atractivo, no hay explotación y los recursos siguen durmiendo el sueño de los tiempos. El 100% de 0 es cero.
La Argentina petrolera va camino a retomar referencias internacionales de precios que nunca debió abandonar. En el mercado mundial del petróleo y en el próximo mercado mundial del gas natural, la Argentina es tomadora de precios. Divorciar los precios domésticos de las referencias internacionales dura poco en un país productor de la envergadura nuestra, porque las referencias internacionales se meten por la ventana, vía importación o colocación de saldos exportables. Como no somos ni vamos a ser formadores de precios, si queremos que haya renta a apropiar y a distribuir hay que trabajar por el lado de los costos.
La Argentina tiene un inmenso potencial de recursos no convencionales a desarrollar (allí está Vaca Muerta), pero con altos costos de desarrollo y producción. Si desarrollamos parte de esos recursos, el país puede reencontrarse con escenarios de energía abundante y precios competitivos. Pero para recorrer la curva de aprendizaje con inversión sostenida de miles de millones de dólares por año y transformar esos recursos en reservas probadas, hay que despejar las dudas sobre la existencia, la apropiación y la distribución de la renta a partir de las referencias de precios y costos del presente.
He aquí el valor simbólico y práctico de los acuerdos de productividad logrados por el gobierno nacional, el de la provincia del Neuquén, los actores de la industria y el sindicato petrolero. Un acuerdo cooperativo para adaptar las condiciones laborales a una nueva tecnología de producción, de manera de potenciar las inversiones en un sector, es un precedente que beneficia a las partes involucradas y al interés nacional. Lo hubiera añorado Juan Perón, cuando convocó al Congreso Nacional de Productividad, en 1955. Ganan los trabajadores, porque si hay más inversiones habrá más equipos en actividad y más empleo; ganan las provincias, porque se potencia el desarrollo productivo, aumenta la demanda agregada y aumentan los ingresos tributarios; gana el gobierno nacional, porque crece el nivel de actividad sumando puntos a la baja tasa de inversión bruta y generando más impuestos, y gana la Argentina toda, porque puede transformar su riqueza energética potencial en riqueza productiva. La energía empieza a transformarse en un instrumento del desarrollo económico y social que nos debemos.
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